JUAN RICARDO ORTEGA
Narrativas
Todo indica que los economistas debemos aprender sobre el poder de la historia bien contada para coordinar y movilizar los agentes económicos.
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Robert Shiller, premio Nobel de economía en 2013, demostró que los mercados financieros eran ineficientes. Los datos evidenciaban que la variación de los precios de las acciones era desproporcionada si se le comparaba con la variación de los dividendos de estas. La noción de que los precios contenían toda la información relevante y que el mercado era eficiente era falsa. Su análisis descartaba la famosa tesis de Eugene Fama, EMH 1970, sobre la eficiencia del mercado. Shiller desarrolló así una nueva línea de investigación donde el comportamiento en manada de los corredores de bolsa, o de los inversionistas en finca raíz, etc., son problemas frecuentes con profundas consecuencias sobre la economía en general. Sus cuestionamientos y su capacidad para desafiar las creencias establecidas lo hacen una lectura obligada. En este momento en Colombia valdría la pena reflexionar sobre su último libro: Narrative Economics.
En este libro Schiller nuevamente desafía la tradición y vuelve a plantear que los empresarios, consumidores, inversionistas no toman decisiones con base en los modelos de los economistas, sus series de tiempo o sus regresiones. Los modelos mentales son mucho más simples, con menos variables y causalidades más básicas. Schiller encuentra que las narrativas simples se viralizan y su impacto empírico sobre cómo se comporta una macroeconomía puede ser relevante. Las historias que se cuenta la gente a sí misma puede ser vital para que puedan confiar los unos en los otros y especializarse en tomar decisiones.
Para mí, Colombia podría ser uno de lo ejemplos interesantes que complementarían este libro. Nadie ha medido el poder explicativo de la narración "seguridad, confianza inversionista y cohesión social", pero a mí no me cabe duda de que fue relevante e influyó en la reactivación de la economía a partir de 2003. Este es un ejemplo claro del poder del lenguaje y la habilidad para narrar del expresidente Uribe: él llegó a la Presidencia en medio de lo peor del conflicto y una difícil situación económica y logró a través de una cuidadosa combinación (narración, símbolos y actos) alinear a muchas de las fuerzas vivas. Todo arrancó con una sencilla, pero muy bien hilada historia: si el país invierte en seguridad el valor de los activos nacionales se recupera; un mejor Estado, austero y reformado, reduciría costos, a la vez que mejoraría servicios y así habría un país más eficiente. Esto permitiría el retorno de la inversión y el desarrollo del turismo y el agro. La renovada confianza nos devolvería el crecimiento económico y generaría los empleos necesarios.
Repetimos esta historia una y otra vez, aún antes que fuese realidad. El país creyó y muchas promesas se cumplieron, en buena parte, porque mucha gente confió: no fueron ni la econometría y ni los cálculos científicos los que movieron al país. La narrativa fue instrumental. Los economistas nos equivocamos una y otra vez desconociendo la trascendencia que tiene para la gente del común el poder contarse a sí misma buenos cuentos. Hay algo en nuestras mentes donde las parábolas y las historias tienen mucho más poder que las estadísticas, los modelos y las gráficas.
Los humanos nos hemos coordinado siempre con todo tipo de narrativas de ficción. Por esto, tal vez, las redes sociales se han vuelto tan influyentes y a veces destructivas. No obstante, Shiller enfatiza el potencial para repensar la teoría a través del estudio de la micro data para analizar los mecanismos por los que las masas toman decisiones.
Por esto también debemos preocuparnos por la cacofonía existente sobre el devenir del país. Desde el feudalismo de Petro, la economía cerrada de The Economist, la economía demasiado abierta de Ocampo, los impuestos desproporcionados para la Andi, el hueco fiscal y bajísimo recaudo de Anif, las ficciones contra el fracking que asustan a los juristas sin sopesar la brutal caída de las exportaciones y las tóxicas historias sobre la corrupción con ridículas cifras con las que muchos se justifican a sí mismos evadir impuestos o mover su residencia fiscal para dejar de tributar por Colombia.
¿Cómo hacemos para volver a escucharnos y reconocer todos unidos que ya antes hemos superado juntos obstáculos mucho más difíciles que los actuales? Necesitamos unirnos alrededor de una nueva más incluyente narración: ayuda señores poetas.