ADRIANA MOLANO

Mi USB es el cerebro de un pez

Si ya podemos almacenar información en un cerebro, ¿Para cuándo podremos conectarnos nosotros directamente y terminar de cambiar por completo las lógicas del mundo en que vivimos?

Adriana Molano, Adriana Molano
1 de febrero de 2019

Un estudiante japonés de química publicó, a través de su cuenta de Twitter, una serie de imágenes donde mostraba al pescado embalsamado en resina translúcida, dejando ver una serie de circuitos que rodeaban su cuerpo – los más observadores notaron también que uno de los enlaces iba hacia un chip de almacenamiento como el usado por los teléfonos móviles –.

La noticia de la USB de 32GB de almacenamiento basada en el cerebro de un arenque circuló hace unas cuantas semanas, aunque es falsa, abre una reflexión interesante sobre cómo evolucionará nuestra relación con el mundo una vez podamos cargar información directamente al cerebro.

No estamos lejos de que la ciencia descubra cómo usar la capacidad de almacenamiento y de procesamiento de los cerebros orgánicos para impulsar su avance y, anticipando esta posibilidad, los humanos ya hemos decidido ‘cargar’ nuestro cerebro con información por vías electrónicas.

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A propósito, cerca del 30% de los encuestados en un estudio global de consumo de tecnología liderado por Ericsson hace un par de años, dijo estar dispuesto a ‘cargar su mente y convertirse a sí mismo en una inteligencia artificial’. Al mejor estilo de Matrix, bajo algún modo de conexión subiríamos todo tipo de contenidos a nuestro cerebro y hablaríamos mandarín con el esfuerzo que supone un clic.

Podremos cargar más información directamente a nuestros cerebros, pero ¿Qué implica esto para las sociedades que hemos construido?

Si pensamos en las bien ponderadas bases del éxito a las que nos han acostumbrado, en el listado aparecen la educación formal, los aprendizajes informales obtenidos a través de los libros o las experiencias de vida, así como también un tanto de suerte – que muchos dicen que se construye según las decisiones que tomemos –. Pero ¿Qué sucederá cuando todas estas bases se encuentren disponibles en archivos descargables?

Sin duda alguna, la primera gran impactada será la educación, que bajo las estructuras actuales difícilmente sobrevivirá para competir contra la efectividad de un ‘shot digital’ de conocimiento.

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Poco a poco hemos empezado a ver con buenos ojos las intervenciones digitales sobre nuestros cuerpos, como en el caso de la impresión 3D de tejidos o incluso de órganos enteros, pero todavía nos cuestionamos sobre la manipulación genética para eliminar enfermedades o agregar cualidades a los próximos por nacer; ¿qué diremos entonces sobre la conexión cerebro – máquina?

En el mismo estudio de tendencias de consumo digital de Ericsson, en su versión 2019, el 57% de los encuestados dijo que le gustaría tener un dispositivo que le alertara previo al momento de enfermarse, así como un 43% aseguró querer un asistente virtual que le dijera cuándo ir al médico según los síntomas que haya detectado.

Nos fascinan las máquinas y nos preocupan las máquinas. El debate está servido y, dado que un 34% de las personas señala que cree correr el riesgo de olvidar cómo tomar decisiones cortesía del uso excesivo de asistentes virtuales, tal vez éste sea el momento propicio para pensar en qué será de nuestra vida conectada – literalmente conectada –.

La sociedad digitalizada apuesta por llevar al extremo la capacidad de las redes, mientras seguiremos debatiendo por saber si los límites de la revolución digital estarán en el universo o en nuestro propio ser.

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