ERICK BEHAR VILLEGAS

¿Mejor una megafiesta empresarial que pagarle bien a la gente?

La expectativa es alta. ¿Quién va a descontrolarse en la fiesta de fin de año? ¿En dónde será? Por estas épocas abundan las fiestas corporativas y, algunas de ellas son un homenaje al despilfarro. Todo tiene un sentido, tan inteligente como profundo. Hablemos de lo que nadie quiere hablar el día de la fiesta.

Erick Behar Villegas, Erick Behar Villegas
17 de diciembre de 2019

Multinacional que (crea que) se respete, hace tremenda fiesta o cena de fin de año. Algunas empresas medianas y otro tipo de organizaciones también. Unas alquilan los restaurantes más apetecidos, mientras que otras consideran que lo mejor es lanzar toda una convención en las azules aguas del Caribe. Otras alquilan lugares estrambóticos, y muchas otras, deciden hacer algo más frugal. Por ejemplo, los equipos organizan un almuerzo, una cena, un evento o simplemente hacen algo por su cuenta. En esta gran variedad, quiero referirme a esas empresas que botan la casa por la ventana y luego les dicen a sus colaboradores, que “la cosa está dura. No hay plata”.

Claro que la hay. Conozco relatos de colaboradores de multinacionales, y no es solo en Colombia, que hablan de unas superfiestas en donde vuelan el trago, los deslices, los abrazos a gente que nunca habrían abrazado en sobriedad, y, lo que nunca puede faltar, un catálogo de artistas bien caros para hacer cobranding, y no es por el bien de las personas. Lo paradójico es que algunas de estas empresas fijan prioridades como estas, a pesar de su personal, cayendo en la falacia autosugerida, de que estas juergas son puro y sincero bienestar. Además, cuanto más caras las celebraciones, más tendrán que pagar los clientes de estas empresas por sus servicios o productos, porque “esa inflación está dura”. 

Así la pasen muy bueno, el bienestar corporativo se puede ver desde una óptica muy distinta. Los event managers y expertos en estos temas escriben que lo mejor es “hacer la fiesta por fuera de la empresa”, “no dar malas noticias durante la fiesta”, mejor dicho, olvidarnos de todo para poder disfrutar la velada, así como le gusta a Colombia cuando pone farándula después de las voladuras de oleoductos.  

Las mismas empresas que se estresan porque una persona, luego de años, quiera mejorar su situación laboral, son las que hacen estos megashows, bajo la malinterpretada y barata premisa que hemos promovido en el mundo del branding: invertir en la diversión de tus empleados es invertir en su felicidad y, por ende, en su productividad. Repito: hemos malinterpretado a nuestra manera esa premisa, así guarde un sentido.

Esta diversión no implica que los empleados estén felices al ver cómo la misma empresa que no quiere subirles 50.000 pesos, es capaz de gastarse miles de millones en fanfarronería. Sucede que los empleados simplemente no pueden decir nada. ¡No sean aguafiestas! Y si al final hay fiesta, pues “¿será ir y disfrutar no?” Además “van a estar bien pendientes de quién no va”, “la empresa esforzándose y usted no va”. En unas escenas de un libro que estoy trabajando, reproduciré este tipo de conversaciones. 

Pero parte de la culpa la tiene Legalland, nuestro país ultralegalista y la lógica contable, al permitir abusos en contra de las empresas. Si se reparten bonos, algo ideal, se abre una puerta para que se demande a la empresa por calcular mal los salarios y liquidaciones. Entonces, es más fácil lanzar todo como una fiesta que costó x-millones. La culpa entonces no solo es la de la empresa, pero esta tiene la posibilidad de buscar más maneras de premiar a sus empleados.

Podríamos decir que, en el mundo corporativo abunda la hipocresía colectiva, y también, la falacia de la priorización. Se pueden hacer cálculos, dependiendo de la organización, para probar que las fiestas que valen miles de millones se pueden transformar en campañas poderosas de bienestar. Por ejemplo, algo que siempre me gustó de trabajar en una universidad es ver la prioridad que se le da a las rifas, premios y regalos para empleados y sus hijos. Y no digo que no hagan la fiesta. Háganla, pero en proporciones que el mundo del jetset rechace con vehemencia. Esas son las cosas que calan en el recuerdo de una empresa que entendió bien qué es employer branding y no employer fashion.  

Hace unos días, la inmobiliaria St. John’s Properties, ubicada en Baltimore, le pagó 10 millones de dólares en bonos a sus colaboradores, con premios que iban entre 100 y 270.000 USD según varios criterios. Pagaron los tiquetes de los que no estaban en la ciudad, y la noticia conmocionó a más de uno. Aprovecharon para hacer un poderoso video de branding emocional del empleador. Más allá de pensar que una inmobiliaria tenga disponible esta cantidad para pagar bonos, mi punto es que dar estos premios es una mejor inversión que traer a un artista que les cobra varios millones de dólares. La empresa se celebra, se congratula y le da realmente las gracias a la gente que hace posible su éxito. Eso es muy distinto a las prácticas de las megafiestas con reggaetonero a bordo.

En el mundo marcario, creo poder decir que muchos de los profesores hablamos en algún punto de la importancia de la coherencia. Si tengo una boutique de lujo, pero mis empleados casi les pegan a los clientes con su amabilidad, no hay coherencia. Si soy hipernaturista, pero le meto jarabe de maíz alto en fructosa a las recetas para ahorrar, sería un farsante. Entonces, coherencia por favor. No digan a sus empleados que la cosa está dura mientras les envían correos con la invitación a la superrumba corporativa. Si todo va bien, pues boten la casa por la ventana y denles premios “no constitutivos de salario”, para evitar la furia de abogados de Legalland cuando pase el festejo. Si no, manejen el equilibrio y no hagan ver la priorización como un juego de costo de oportunidades en donde el empleado es una categoría y no una realidad. ¡Felices fiestas!