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Más humanismo para tener más libertad

Vemos todos los días decisiones que parecen absurdas, cuando la ley, con sus lógicas y categorías de la modernidad, intenta obligar a “adecuarse” a la realidad de los mercados y de las nuevas dinámicas de la información y de las comunicaciones.

Víctor Hugo Malagón Basto
19 de enero de 2017

Varios son los casos recientes de reflexión, pública y privada, sobre la libertad de cátedra y de expresión, ya no sólo en los claustros universitarios o en las entidades educativas, sino también en los nuevos escenarios de “comunicación” como las redes sociales y los medios de comunicación digital.  El primer reto es precisamente abordar con rigor y desapasionamientos esta reflexión sobre la libertad en una de sus formas al parecer más evidentes pero aún más incomprendidas por nuestras sociedades, como la libertad de cátedra y de expresión en el marco de una realidad global de la información que nos viene obligando (como en otras dimensiones) a adecuar los alcances de las nuevas tecnologías con los sistemas de derecho existentes. Por eso frente a la velocidad del avance tecnológico,  la adecuación del Estado y la justicia a las nuevas dinámicas parece ser cada vez más compleja. Vemos todos los días decisiones que parecen absurdas, cuando la ley, con sus lógicas y categorías de la modernidad, intenta obligar a “adecuarse” a la realidad de los mercados y de las nuevas dinámicas de la información y de las comunicaciones.

Por otro lado, la falta de claridad política y mediática nos ha hecho olvidar, o por lo menos confundir, el sentido original del verdadero liberalismo. Según rezan, no sólo las fuentes de consulta electrónica como Wikipedia, sino incluso la misma definición de la real academia de la lengua española: “…el liberalismo es una filosofía que defiende la libertad individual, la iniciativa privada y limita la intervención del Estado y de los poderes públicos en la vida social, económica y cultural”.

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En otras palabras, se es liberal cuando se considera que la Libertad es el principal valor  sobre el cual se construye un orden social. Pero ¿cuál libertad o libertades? ¿cuáles derechos pueden considerarse como pilares fundamentales del orden social?  Pues TODOS los derechos y TODAS las libertades!! Aquellas que me gustan, me convienen o me atraen, pero también aquellas que no lo hacen.  Es muy fácil ser “liberal” de esos que defienden sólo las libertades que le atraen o le convienen, pero no aquellas que le desagradan o sobre las cuáles está en desacuerdo. Para defender la libertad de cátedra y de expresión, es necesario un espíritu verdaderamente liberal, independientemente de los tradicionales nombres de nuestros partidos políticos que antes que clarificar, confunden la comprensión de sus idearios gracias a la permanente incoherencia de muchos de sus dirigentes y representantes. Por eso los debates sobre las libertades suelen caer en dinámicas recurrentes y circulares, que no suelen llevar a ninguna parte.

Tenía razón Juan Pablo II cuando afirmaba: “La humanidad, al embarcarse en el proceso de globalización, no puede por menos de contar con un código ético común (...) Esta búsqueda es indispensable para evitar que la globalización sea sólo un nuevo nombre de la relativización absoluta de los valores y de la homogeneización de los estilos de vida y de las culturas. En todas las diferentes formas culturales existen valores humanos universales, los cuales deben manifestarse y destacarse como la fuerza que guíe todo desarrollo y progreso.”

En este sentido, cualquier ejercicio de reflexión sobre las consideraciones de la libertad de expresión y de cátedra en sociedades democráticas y los riesgos para la democracia que surgen del cuestionamiento al respeto de esa libertad, es en el fondo un cuestionamiento ético.  En este esfuerzo de reflexión sobre el tema ético en nuestros días, partimos de un panorama de desorientación y de un largo listado de problemas que aquejan a nuestra sociedad: crisis de justicia, crisis de convivencia, crisis del sistema económico, crisis en la aplicación de las nuevas tecnologías, corrupción rampante… y resulta también frecuente que la urgencia con que se caracterizan estos problemas parece forzarnos a abandonar las interrogantes más genuinas de una ética filosófica,  por considerarse una tarea improductiva, etérea, académica, o apolítica. No es posible abordar el mundo de vínculos de relación en una sociedad, a través de los avances tecnológicos y las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, viendo al otro como radicalmente distinto, cayendo en la trampa de la deshumanización, de la polarización, de la agresión y en fin, de la destrucción del otro a través de violencias ya no sólo físicas sino también morales, culturales, intelectuales, racionales, retóricas…

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Al revisar los casos recientes de libertad de expresión y cátedra en nuestras universidades y centros educativos, en nuestra vida política y en el devenir social, de entender sus causas, de abordar sus desarrollos y de revisar sus desenlaces, concluyo nuevamente que la causa principal de nuestros conflictos (pasados, presentes y futuros) está en las formulaciones soberbias, generadoras de bivalencias y polarización.

Al compartir con usted, querido lector esta reflexión, resuena una y otra vez en mi cabeza la voz de Adela Cortina, una de las voces más autorizadas del pensamiento ético, filosófico y social de Iberoamérica:  "Más allá del absolutismo, de quienes se empeñan en encontrar normas absolutamente válidas  (para todo tiempo y lugar), pero también más allá de la frivolidad de quienes consideran que cualquier convicción racional es una invitación al integrismo, urge recordar que sin convicciones racionales compartidas, nada serio ni firme se construye... Urge ir orientando nuestro actual individualismo hacia un nuevo humanismo”  Más humanismo es la fórmula correcta para lograr más libertad.

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