MIGUEL ÁNGEL HERRERA

Los "sonajeros"

En Colombia nos hemos acostumbrado -y hasta nos hace falta- en tiempos de nuevo presidente o de nuevos alcaldes, o en momentos de recambio de gabinetes, que los medios hablen de los famosos y bien llamados “sonajeros”, que no son otra cosa que una manifestación macondiana de nuestra cultura de la especulación.

Miguel Ángel Herrera, Miguel Ángel Herrera
29 de enero de 2020

Los sonajeros logran nutrir las secciones de chisme político de los medios; le dan picante a los cafés de los gremios y a los whiskies de los clubes. Y las empresas entran al juego haciendo cábalas y sumándose al embrujo. 

Por mucho tiempo pensé que era un asunto de nuestra cultura política, pero hoy siento que también hace parte de nuestra cultura empresarial. Los políticos han logrado hipnotizar a nuestros líderes empresariales, quienes no solo aguardan el nombre del ungido, sino incluso entran al juego apoyando o tomando distancia de candidatos que en el fondo no están siendo considerados seriamente. 

Nuestra clase política es experta en sonajeros. Caciques políticos, empresarios con nexos políticos y líderes de los partidos, tanto del oficialismo como de la oposición, ponen a sonar nombres. Es su estrategia para hacer ruido y distraer, como con los bebés: ¡para esos son los sonajeros!

Lo hacen por un lado para mostrar poder en sus regiones. Por otro, para pagar favores, nominando a aliados o colaboradores. Pero también lo hacen para quedarse con la medalla de plata: si no quedan nombrados como ministros, por ejemplo, que queden en la vitrina para las próximas elecciones, o para un viceministerio, o para un cargo regional. ¡No dan puntada sin dedal!

Los “sonados” son de todo tipo. Hemos escuchado por ejemplo, en las últimas tres semanas, que hay varios para el Ministerio del Interior, para el de Agricultura y también para el de Salud. Han circulado por los canales del chisme político por lo menos diez nombres. Solo en Agricultura, hemos oído de tres. Un técnico y dos políticos. Los metieron en el cuento de la mermelada y no creo que los tres sean de ese talante. Quizás unos, pero no todos. O quizás todos pero no al mismo nivel. Unos representan poder electoral, lo cual asusta particularmente a las entidades de vocación técnica. Otros representan el poder gamonal de nuestras regiones, lo que pone de nervios de punta a entidades de vocación nacional. Y otros ensamblan intereses de los gremios, centros de pensamiento o universidades, lo cual desconcierta a entidades de vocación política. (Evito dar nombres para que no retumbe el sonajero).

Una amiga dirigente gremial comentaba que los sonajeros gustan a todos los involucrados. Al que lanza los nombres porque muestra su poder de influencia; a los “sonados” porque elevan su reconocimiento público, y a los actores políticos y empresariales porque pueden sentirse parte de la “gabinetología”. (Fea palabra de nuestra cultura política y mediática, por cierto). “A nadie le disgusta; todos ganan”, remataba mi amiga. 

Pero yo sí creo que hay grandes perdedores. Pierde el gobierno porque entre más tiempo suene el sonajero, más se resiente públicamente la ausencia de la decisión final. Y se desgasta la gobernabilidad porque la especulación confunde, distrae y desmotiva los equipos políticos y técnicos de las entidades. Pierden los ciudadanos porque se ven expuestos a nombres muchas veces frívolos, que pueden desplazar en su preferencia a personas valiosas. Pierden los gremios porque podrían desorientarse en su interpretación del entorno político para lo cual las empresas les pagan, en buena parte. Pierden las empresas, particularmente las grandes, porque podrían ser cómplices de la especulación, tienden a congelar decisiones de fondo o se distraen con el voz a voz sin evidencia. Y finalmente también pierden los mismos “sonados”, especialmente aquellos que no tuvieron interés de figurar, pues podrían desvalorarse públicamente frente a competidores de menor calado. 

En esta coyuntura en la que estamos, el presidente Duque podría perder de forma significativa. Llegó prometiendo derrotar el clientelismo, lo cual es loable y debería ser innegociable. Y seguirle el juego a los sonajeros le hace daño a tan respetable propósito. El mismo presidente debería neutralizarlos evitando especulaciones que provengan de su equipo, lo cual no implica que pueda llegar a acuerdos programáticos con otros partidos. No nos confundamos.

¿Matamos entonces los sonajeros? Tampoco es la idea. Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre. Las sociedades con democracias modernas gozan de acceso a la información política relacionada con las decisiones que afecten al soberano. Y el soberano es el pueblo. Y no hay soberanía sin información abierta. Pero debemos modernizar el debate sociopolítico de los aspirantes a las dignidades del Estado. Lo que hacemos actualmente nos ancla en el clientelismo.

Los partidos deberían divulgar oficialmente sus aspirantes. No debería ser un secreto. El Gobierno debería informar con transparencia y oportunidad sobre los candidatos que está considerando. Los gremios y las empresas podrían jugar un papel transformador exigiendo justificaciones serias a partidos y Gobierno sobre los nominados. El Congreso podría formular un marco legislativo para darle transparencia a los nombramientos del alto Ejecutivo, como sucede con las instancias de control del Estado. Y los medios aportarían mucho si dejan de manejar la información de los “sonados” como chisme, secreto o cosa política y pasan a ejercer un escrutinio basado en investigación imparcial sobre los futuros dignatarios.