EDUARDO LORA

Los que se van a vivir a otra ciudad del país

La migración interurbana es una lotería, pero muchos se arriesgan.

Eduardo Lora, Eduardo Lora
6 de febrero de 2020

Un año cualquiera, una de cada veinte personas deja su empleo y su casa en busca de nuevos horizontes en otra ciudad del país. La mayoría se va con su familia. Esto significa que más de un millón de colombianos migran internamente en el país cada año apostando por un futuro mejor.

Para quienes ganan más de cinco salarios mínimos y viven en Bogotá, Cali o Medellín, irse a un nuevo empleo a otra ciudad del país no es una propuesta atractiva, pues es muy factible que terminen ganando menos que si se hubieran quedado donde están. Por eso, cuando consideran irse a vivir a otro lugar, estas personas tienden a pensar en el extranjero.

Para quienes ganan menos, la opción de irse a vivir otra ciudad del país es más atractiva, aunque es muy arriesgada. En efecto, los migrantes domésticos tienen grandes cambios de ingreso, que resultan favorables solo en algo más de la mitad de los casos. En promedio, seis años después de haber cambiado de ciudad, ganan apenas 3% más de lo que estarían ganando si hubieran seguido trabajando en sus ciudades de origen.

Pero una cosa es el promedio y otra lo que ocurre a cada individuo según sus circunstancias. Quienes estaban ganando cerca del salario mínimo tienden a salir mejor librados en las nuevas ciudades: ellos son los grandes beneficiarios de la migración doméstica. También tiende a irles mejor a quienes estaban trabajando en microempresas.

En cambio, quienes ya tenían salarios de clase media (entre 1,2 y 5 salarios mínimos), o quienes ya tenían empleo en empresas de más de 100 personas, es poco probable que terminen ganando más si se van a otra ciudad.

Lo que más importa es de dónde a dónde se migra. Quienes más ganan migrando son los trabajadores de bajos ingresos de las ciudades “intermedias” (Barranquilla, Bucaramanga, Cartagena, Cúcuta, Manizales, Pereira y Villavicencio) que le apuestan a una de las tres grandes ciudades. Quienes salen de ciudades más pequeñas también mejoran bastante económicamente en las grandes ciudades, e incluso en las ciudades de tamaño intermedio.

Migrar es arriesgarse. De ahí quizás que son más propensos a migrar los trabajadores más jóvenes de las ciudades medianas y pequeñas. También son más propensos a migrar los hombres que las mujeres, posiblemente porque tiende a irles un poco mejor que a ellas, y, sin duda porque en el ambiente familiar machista que predomina en Colombia, son quienes toman este tipo de decisiones, incluso a costa del bienestar de la mujer o los niños.

Para la mayoría de la gente que migra los ingresos se vuelven más inestables y los empleos duran menos que si se quedaran donde están. Es curioso que las decisiones de migración de las familias no parecen tener en cuenta estos riesgos de inestabilidad económica, sino apenas si los ingresos que esperan ganar son mayores. Será por eso que tanta gente regresa a su ciudad natal después de experimentar unos años en otra ciudad.

Algunos analistas han propuesto que se diferencie el salario mínimo según el tamaño de las ciudades, con el argumento de que en las ciudades más pequeñas la productividad es más baja y por lo tanto el salario mínimo debería ser menor. Tal medida induciría una gran migración de jóvenes hacia las grandes ciudades, reduciría la demanda local en las ciudades medianas y pequeñas y, en últimas, agudizaría las desigualdades regionales.

Un fenómeno tan importante como la migración interurbana debería recibir más atención de los académicos y los gobiernos locales. Por eso es un tema central en el proyecto de investigación Peak de la Universidad Eafit de Medellín, de donde viene toda esta información.