ERICK BEHAR VILLEGAS

“Lo importado siempre es mejor”: mitos y esperanzas con diversificación exportadora

Usualmente nos encontramos con frases como “este producto es mejor, ¡no ve que es importado!” o “le vendo el original, importado, o si quiere el nacional que es de menor calidad”. Por siglos se ha establecido en nuestra idiosincrasia que lo nacional es inferior a lo que se traiga de otros países. Si bien no somos los mejores en algunos sectores, la tradición de lo importado se convierte en un mito que podemos empezar a deshacer.

Erick Behar Villegas
13 de julio de 2018

Colombia ha hecho pasos gigantes en diversificación exportadora y en la transformación de sus capacidades productivas. La innovación al menos ya es un tema que fluye por instancias públicas y privadas, así tenga un largo camino por recorrer en su implementación (sobre todo en lo público). Eso nos ha llevado a tener situaciones que no imaginábamos en décadas anteriores.

Hoy ensamblamos aviones, fabricamos radares, insumos basados en biotecnología, software, juegos, buques, sistemas de defensa, miles de alimentos transformados y afortunadamente exportamos productos de estas categorías. Decir que ensamblamos un avión T-90D Calima sin duda no es igual a fabricar un avión de guerra MIG o F22. Podríamos decir que estamos años luz de allá, pero al menos ya emprendimos el viaje. Si bien las importaciones crecieron entre el 2000 y el 2014, aparece una tendencia negativa en los últimos años que podemos aprovechar, sin que eso suponga deshacernos de una clara dependencia de lo externo en el mediano o largo plazo.

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Llegamos a un momento histórico en donde el sagrado decir que “lo importado es mejor”, puede ser cuestionado en algunos casos. Un estudio realizado en 2013 por ProPaís relata que la tradición que tilda al producto colombiano como malo se devuelve a la época de la colonia. Cuando llegaban las importaciones y se movilizaban por el río Magdalena hasta las entrañas del Tolima, algunos talleres copiaban los productos que llegaban. Los comerciantes entonces preguntaban, si el producto era original o nacional, haciendo entender siempre que el producto nacional era inferior. En el mismo estudio se relata algo aún más interesante. Esta tradición fue mantenida históricamente, no por la calidad de lo importado, sino por el poder de sus marcas. El mundo del branding nos ayuda a explicar que las asociaciones mentales detrás de una marca hacen a veces irrelevante el producto mismo. Compramos y luego miramos la calidad si la marca es muy fuerte.

Estas lecciones nos llevan a insistir que las empresas colombianas tienen que esforzarse tanto en la construcción de calidad incuestionable como en el posicionamiento de sus marcas. Las cifras macro nos hablan de tendencias positivas en exportaciones del sector agropecuario, en la elaboración de productos alimenticios, químicos y productos metalúrgicos, mientras otras categorías siguen rezagadas. Las mieles, los tomates secos, algunos zapatos y confecciones con membranas especiales de Colombia no son inferiores a lo traído de Europa, pero en nuestra cultura aún vive la idea que un producto de EE.UU o Europa, por venir de allá, necesariamente es mejor. Deshagamos el mito.

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En la misma encuesta de Propaís, sólo el 21% de los encuestados consideraron que el origen colombiano del producto era relevante. Es entendible, porque no guiamos nuestras decisiones de consumo por emociones patrióticas, pero esto no quiere decir que debamos mantener el mito de lo importado como una verdad general. Un paso positivo es la tendencia a la diversificación de las exportaciones, que se mide, por ejemplo, con el índice de concentración de Herfindahl-Hirschman (HHI). La diversificación, que puede ser horizontal (entre sectores) o vertical (dentro de un mismo sector), puede favorecer a una economía al aumentar su productividad, estabilizar su ingreso y generar encadenamientos productivos (Misztal, 2011).

En un estudio publicado en el Journal of Economics and Finance, Fonchamnyo & Akame (2017) concluyen que factores como la apertura comercial, el valor agregado en la agricultura y en las manufacturas junto con la inversión extranjera, impulsan la diversificación exportadora. Como lo dice José Antonio Ocampo, el desafío ahora es acelerar la tendencia de la diversificación, pensando en un crecimiento del 10% de las exportaciones no minero energéticas.

Lo importado no necesariamente es siempre mejor que lo nuestro. Pensemos que esa “falsa verdad” viene de un complejo de inferioridad que ha caracterizado históricamente a países en desarrollo.  Sin duda el mercado internacional ofrece productos increíbles y complejos; claro que es una excelente experiencia consumir algo producido a miles de km de nosotros, sobre todo si tiene tradición, tecnología y experticia detrás, pero eso no quiere decir que lo hecho en Colombia sea siempre inferior. Yo me volví cliente fiel de una empresa de calzado del Restrepo, y aproveché para que también lo hiciera mi familia. El secreto para creer en estas industrias que van transformándose es implementar innovación real, no discursiva.

Nuestra entrada en la OCDE y en la OTAN son “razones para creer”, pero el cambio cultural empieza en nosotros y en nuestras familias. No necesitamos discursos incendiarios contra lo internacional, al revés, necesitamos conciencia para aprender de expertos y generar nuestra propia experticia. Para esto, las universidades son fundamentales como un nodo de transformación. Sin esta experticia nacional, no habría iniciativas innovadoras como el microscopio de efecto túnel de la Universidad Central o Biocultivos, el Spinoff de la Universidad Nacional, ambos derivados de un espíritu científico.

Como primer paso para deshacer el mito de lo importado, basta con el experimento de comprar colombiano conscientemente y complementar los bienes importados con accesorios, ingredientes, etc, made in Colombia.