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Líderes que dan su vida y su libertad por lo público

Casos reales, de hombres y mujeres de carne y hueso, nos dejan grandes enseñanzas de liderazgo y dirección aplicadas al necesario compromiso de influir positivamente sobre lo público, sobre ese escenario que reclama con urgencia el compromiso consciente y eficaz de todos los ciudadanos.

Víctor Hugo Malagón Basto
22 de septiembre de 2016

Hace algunos años, tuve el honor de participar en un valioso programa ejecutivo de liderazgo para la competitividad global en la Escuela de Negocios de la Universidad de Georgetown en los Estados Unidos, gracias al apoyo de una Junta Latinoamericana de la Universidad de la que hacen parte diversas organizaciones, entre ellas, la organización Ardila Lülle que, a su vez, otorga becas para la participación de los ciudadanos colombianos.  En el marco de este programa (GCL por sus siglas en inglés) han coincidido a través de distintas generaciones en Washington, gerentes, administradores, dirigentes de distintas organizaciones provenientes de toda Iberoamérica, también apoyados por instituciones que, con enorme generosidad, siguen creyendo, con razón, que ningún esfuerzo en la mejor formación de nuestro capital humano es suficiente.

Desde hace un década, llegan a D.C. todos los años, jóvenes meritorios llenos de ilusiones, sueños y deseos de formación de competencias directivas y de management aplicables a los ámbitos empresariales, públicos y sociales – es una escuela maravillosa de formación de gerentes al servicio de las sociedades de Iberoamérica.  En ese marco tuve también la gratísima oportunidad de interactuar con personas increíbles provenientes de distintos rincones de nuestro continente y también de la península ibérica. Pero hoy me siento en la obligación de dedicar esta tribuna a tres personas que conocí en distintos momentos gracias a esa experiencia, me refiero a Leopoldo López, Yon Goicoechea y David Smolansky, tres líderes destacados del hermano pueblo de Venezuela que, probablemente como todos los demás, acudieron a Georgetown en búsqueda de compartir experiencias y conocimientos para servir mejor a su país y a su sociedad. La diferencia es que su deseo de servir a su gente ha tenido y sigue teniendo un costo demasiado alto, particularmente en pleno siglo XXI. Con su valentía y su defensa legítima de la libertad, han puesto en riesgo y han sacrificado precisamente dos de los valores más preciados en las sociedades democráticas y avanzadas: la libertad y la vida. En los tres casos, el establecimiento ha encontrado razones, evidentemente cuestionables, para implicarlos en interminables y sórdidos procesos “legalistas” que rozan claramente no sólo con lo que entendemos por Estado Democrático de Derecho, sino con la propia constitución de Venezuela profundamente reformada al acomodo del socialismo chavista del “Siglo XXI”. 

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Y uno se pregunta, ¿en qué momento, en qué condiciones, por qué razones, las mejores mentes del país vecino, terminan perseguidas por el propio establecimiento?, ¿por qué ese puñado de voluntades y personalidades excepcionalmente preparadas y comprometidas para guiar los rumbos del país terminan como presas de la persecución ideológica y política?, ¿por qué los dirigentes empresariales, públicos o sociales, comprometidos como los que más, con su futuro y con su país, son desplazados, atacados y amenazados?, ¿cuál será la historia de América Latina que contarán los libros de texto a las próximas generaciones cuando reflexionen sobre los absurdos hechos violatorios de la dignidad humana y los derechos fundamentales en pleno siglo XXI?, ¿por qué mientras Colombia intenta caminar hacia una ruta de la anhelada Paz, los vecinos parecieran caminar hacia una inminente confrontación de proporciones no estimadas?, ¿por qué esos gerentes de organizaciones han terminado presos pagando crueles tributos de dolor, zozobra, renuncia a la libertad y  la vida por la búsqueda del Bien Común?

¿Qué tenemos que aprender de lo que está pasando en el hermano país? Tenemos como sociedad que insistir en que cada decisión, cada paso, cada apuesta colectiva, signifique acercarnos a una sociedad más Libre, más justa, más respetuosa y promotora de los valores de la vida y la dignidad humanas como referentes éticos fundamentales.

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Estos casos nos dejan grandes enseñanzas de liderazgo y dirección aplicadas al necesario compromiso de influir positivamente sobre lo público, sobre ese escenario que reclama con urgencia el compromiso consciente y eficaz de todos los ciudadanos.

Miro los anhelos, los sueños, las oportunidades y las obligaciones de nuestra generación y no puedo menos que sentirme en deuda por esos compañeros y amigos que hoy ofrecen su vida y libertad en la defensa de sus principios y convicciones profundamente democráticos. Para ellos, para sus valientes esposas, para sus sacrificados hijos y para sus valerosas familias en general, toda nuestra admiración y toda nuestra solidaridad, con la esperanza de que nuestros hijos y nuestros nietos no tengan que pasar por el abuso del establecimiento, sobre los derechos y libertades mínimas de sus propios ciudadanos.

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