ADRIANA MOLANO

Lecciones de Silicon Valley: ¿dónde está el verdadero valor?

En un ecosistema donde ‘el dinero es un commodity’, ¿cuál es el verdadero valor y cómo se conquista a los inversionistas?

Adriana Molano, Adriana Molano
4 de octubre de 2019

“De Boston se reconoce su afán por el conocimiento; de Nueva York su voracidad por el dinero; en Silicon Valley se valoran las ideas”, señaló Greg Horowitt, autor de ‘The Rainforest: The Secret to Building the Next Silicon Valley’ y speaker de bienvenida en el marco de una visita a California organizada por Connect Bogotá Región, organización líder en el centro del país en materia de innovación y generación de conexiones entre empresarios.

Suena bien pensar en un ecosistema donde todo gira en torno a las ideas, pero alcanzar el oro no es tan sencillo junto al Golden Gate. 

Primera lección en el Valle: el dinero es un commodity

Aquí no basta con tener dos años de existencia y haber facturado treinta millones de dólares, o registrar entre los clientes a varias de las empresas en el top 500 de Forbes, con eso apenas se es una startup y es perfectamente válido ser parte de una aceleradora – en Colombia, esta sería una empresa que se ganaría las portadas y se ubicaría lejos de un coworking–.

En Silicon Valley, al mejor estilo norteamericano, se piensa en grande, tanto que los millones de dólares suenan a poco cuando la apuesta es, como mínimo, ser unicornios billonarios.

Hiere susceptibilidades considerar el dinero como un bien de cambio al alcance de cualquiera, pero así funciona en el valle del silicio y en los grandes ecosistemas de innovación, donde, curiosamente, entre arquitectura neoclásica y contemporánea, desfilan los millones y los indigentes; lo cierto es que el dinero sí es un commodity, pero las ideas y las conexiones que llevan a él pueden costar hasta el alma de los emprendedores. 

Segunda lección en el Valle: piensa en grande

Por coincidencia, en paralelo a mi viaje tuve la oportunidad de impulsar una convocatoria que entregaba un millón de dólares al desarrollador ganador; sin embargo, mientras en Colombia esta cifra sonaba a estafa, en San Francisco apenas correspondía al ticket promedio que algunas de las mayores aceleradoras entregan por una pequeña cuota accionaria de cada emprendimiento que patrocinan.

Al parecer hacia el sur hemos sido educados para pensar pequeño, limitado y con miedo. Con dificultad nos permitimos idear propuestas que den respuesta a una de las fórmulas mágicas en California: impacto y escalabilidad.

¿Cuántas veces has quebrado?, ¿cuántos millones de personas esperas impactar con tu idea? Estas son dos preguntas base para avanzar en el tanque de tiburones que inunda cada vez más regiones del mundo. Si se pasa el primer filtro es probable que seis meses después la pregunta venga en tono exponencial y el siguiente paso sea proyectar una escalada del 1.000%

Tercera lección en el Valle: paga por adelantado

En Colombia parece impensable hablar de un proyecto antes de haberlo ejecutado; la mitad de los emprendedores argumenta que “si se cuenta no se hace realidad”, la otra mitad abiertamente reconoce el miedo a que le roben la idea. 

Nuestro tímido escenario de convocatorias y conexiones está lejos de compararse con el robusto ecosistema de Silicon Valley, y no es por los recursos sino por los valores que reinan en él, que no hemos logrado alcanzarlos en la carrera. Confiar, compartir y colaborar son palabras que se viven por allá, mientras por acá muchas veces se quedan en el discurso.

Podríamos ser más atractivos para los inversionistas si realmente actuáramos como ecosistema y no como individuos en una permanente competencia contra los otros y hasta contra nosotros mismos.

Silicon Valley ha evolucionado de los ego-sistemas a los eco-sistemas y es más importante generar valor porque lo entregado detonará el impulso que se reciba para capturar luego – un extraño mecanismo de la ley de la atracción pero con millones de dólares en juego –.