PABLO LONDOÑO

La robotización del ser humano

Pocos placeres iguales a que lo agarre a uno un fin de semana largo con un buen libro en la mano. Este puente me leí Origen, el último libro de Dan Brown, autor que he seguido por años y que esta vez, en su característico estilo que mezcla historia y ficción, plantea alrededor de la trama las dos preguntas que han desvelado por siempre a la humanidad: ¿De dónde venimos y para dónde vamos?

Pablo Londoño, Pablo Londoño
19 de octubre de 2017

El libro (no les voy a quitar el placer de leérselo), involucra en este caso a un personaje que juega un rol protagónico y que empieza a ser común en la realidad del mundo de hoy: La Inteligencia Artificial, cuyas evidencias del papel que jugará en el mundo empresarial plantean ya un debate profundo alrededor del potencial desplazamiento que esta generará en el trabajo del hombre.

Los futurólogos más pesimistas hablan que para el año 2030, la irrupción del machine learning y de la inteligencia artificial (IA), habrán desplazado a nivel mundial a cerca del 38% de los empleos actuales. Si bien las proyecciones son más pesimistas frente a labores operacionales que hoy son los mayores empleadores del mundo (telemercaderistas, recepcionistas, cajeros, conductores, carteros, etc), la realidad es que incluso los que hoy llamamos trabajos ejecutivos se verán impactados.

Contadores, investigadores de mercado, vendedores de ciertos servicios, suscriptores de seguros, agentes de viajes, e incluso cirujanos se verán amenazados por las nuevas tecnologías que tendrán en la robótica y la IA los mejores aliados para rebajar costos. Forrester Research calcula que en los próximos diez años se perderán cerca de 25 millones de empleos de la mano de las nuevas tecnologías.

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No es la primera vez que le sucede a la humanidad que siempre se ha reinventado. De 1870 a 1970 la población global dedicada a trabajo agrícola se redujo en un 90%. De 1950 al 2010, los Americanos empleados por fábricas cayeron en un 75%. El problema esta vez, es que la velocidad del cambio hará que la irrupción de estas nuevas tecnologías cojan a más de uno por sorpresa y sin plan B.

Lo interesante del debate sin embargo, no es en el fondo si vamos a ser sustituidos por robots, sino las bondades de que estos reemplacen precisamente los trabajos más aburridos, que generan una carga de desmotivación enorme y que por lo mismo son los trabajos de mayor rotación. Son oficios llenos de procesos, con definiciones de funciones estrechas, repetitivas y carentes, las más de las veces, de algún toque de creatividad y emoción.

No quiero ser injusto con algunos oficios, pero cada vez que me llama un agente de un call center, que sé que dedica el día entero a teclear el computador repitiendo una y otra vez el mismo script, me entra un ataque de dignidad y cierta angustia que hace que le oiga su repetitiva retahíla.

Lo mismo me pasa cada vez que paso por un peaje y todavía veo seres humanos, en plena era del conocimiento, dedicando su vida a subir una barda y contar dinero; o a seres humanos recogiendo basura en las calles dedicados a limpiar la incultura de una sociedad inconsciente. Son seres humanos con oficios de robots, es la robotización del ser humano.

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Y sí, yo sé que hemos sido enseñados a que todo trabajo es digno y que por lo tanto mis calificaciones pueden generar reacciones poco amables, pero es que soy un creyente de que el ser humano está en la faz de la tierra para que su vida tenga sentido y un propósito digno que no siempre es al que nos dedicamos.

La ciencia permitirá la redefinición del quehacer humano, retándolo como nunca en la historia de la humanidad no a conseguir un trabajo, ni un oficio, ni una forma de vida, sino por el contrario a explotar al máximo su capacidad creativa, su imaginación, su ser humano puesto a disposición de máquinas al que podremos por fin delegar como alguna vez lo hiciéramos con los computadores, el trabajo más aburrido.

El hombre se reinventará una vez más, ha probado que sabe hacerlo. El problema es que en el camino miles de organizaciones siguen transitando por la vida como si nada estuviera pasando, y creen con ingenuidad que ajustando los costos, las más de las veces empezando por nuestra gente, aliviarán su incapacidad para estimular las miles de neuronas con que cuentan en su espacio laboral.

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Solo aquellas culturas que están entendiendo que es en el individuo y no en la máquina en donde reside la verdadera capacidad de cambio, sobrevivirán a la rapidez de estas irrupciones tecnológicas que tanto perturban a los que insisten en seguir haciendo las cosas de la misma manera que la hicieran con éxito nuestros antepasados.

La historia será amable conmigo” dijo Winston Churchill, “porque tengo la intención de escribirla yo mismo”. ¡Es momento sin duda de iniciar el tránsito hacia organizaciones que valoren la real capacidad de aporte del ser humano!