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Innovar es realizar ideas, no solo pensarlas

A muchos nos pasa con extraordinaria frecuencia que vemos la forma de mejorar la realidad de nuestra organización, pero nos quedamos esperando que alguien más lo ejecute.

Juan Manuel Parra
10 de mayo de 2017

Para algunos es fácil y recurrente hablar de sus buenas ideas, haciendo gala de su creatividad o sentido común para resolver problemas. Sin embargo, son sorprendentemente pocos los que suelen ponerlas en práctica y cambiar la realidad desde los hechos más que desde el discurso. Y si lo pensamos bien, a muchos nos pasa con extraordinaria frecuencia que vemos la forma de mejorar nuestra realidad organizacional, pero nos quedamos esperando que alguien más lo ejecute.

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Esta práctica común nos sirve para recordar una historia originada en el siglo XVI, conocida con el curioso nombre de “el huevo de Colón”. Se dice que, luego de regresar de su primer viaje (donde supuestamente había descubierto el camino a las Indias), Cristóbal Colón asistió a numerosos banquetes y encuentros con reyes y nobles, en los que le pedían hablar de su inusual hazaña. Pero encontraba también a muchas personas que lo criticaban, dado que ya para esa época no era infrecuente escuchar que, navegando hacia occidente, se podía hallar un camino de acceso a la apetecida tierra de las valiosas especias y otros tesoros.

Podríamos pensar que la conversación involucraba comentarios del estilo de “tampoco es para tanto; muchos vienen con esa idea hace tiempo” o “lo que usted hizo está bien, aunque era de sentido común que por ahí era la cosa”. Dice la leyenda que Colón, aburrido de los comentarios en un banquete, pidió un huevo y retó a los asistentes a que alguien lo colocara sobre una mesa y lo mantuviera parado sin ayuda de ningún tipo. Muchos lo intentaron, pero ninguno lo logró. Así que, tildándolo de imposible, retaron al mismo Colón a que él sí lo lograra frente a todos. Él tomó el huevo y lo puso rápida y fuertemente sobre la mesa con un golpe, hundiendo la cáscara en la parte baja. Con el huevo de pie, los asistentes, asombrados y molestos, lo increparon diciéndole algo como “así cualquiera lo hubiera podido hacer también”. Pero Colón respondió: “se trataba de pensarlo… ¡y hacerlo!”. Desde entonces se usa esta historia para hablar de cómo las grandes ideas o realizaciones parecen simples después de elaboradas. Así lo recuerda hoy un monumento en forma de huevo en la playa de San Antonio de Portamany en Ibiza, España.

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Mary Shelley, autora de Frankenstein, escribió en su introducción a la tercera edición de su novela (1831), sobre los retos y frustraciones de los autores para levantarse cada mañana con una historia atractiva para contar. Y dice: “todo debe tener un principio (…) que debe estar vinculado con algo que hubo antes (…) La invención, debe admitirse con humildad, no consiste en crear desde el vacío, sino desde el caos (…) En todos los descubrimientos e invenciones, aun en los relacionados con la imaginación, constantemente se nos recuerda la historia de Colón y su huevo. La invención consiste en la capacidad de dimensionar las capacidades de emprender de un sujeto, y en su poder de moldear y diseñar las ideas que esta capacidad le sugiere”.

También en las empresas podemos pensar en dos dimensiones útiles para definir el tipo de colaboradores que tenemos, en términos de sus cualidades para emprender: una es la capacidad de crear o generar ideas y la otra, la de implementarlas. En el cruce de ambas tenemos gente que no brilla en la producción de ideas nuevas ni ejecutando las de otros (que se van quedando relegadas a tareas muy operativas de baja complejidad) y unos pocos que, cuando los apasiona una idea, destacarán concibiendo o moviendo proyectos importantes. Un buen CEO, que entienda que el talento de su empresa es lo que la permite competir, tendrá como objetivo estratégico identificar a estos últimos como personas de alto potencial que no solo vale la pena conservar, sino estimularlos y asignarlos bajo el mando de alguien que les dé suficiente libertad de acción y recursos para dejarlos brillar.

Pero el otro reto para un buen director está en cómo gestionar a los que están en las otras dos dimensiones, donde tiene a gente brillante que propone buenas ideas que nunca ejecuta ni mueve, y los que no aportan grandes ideas, pero (si toman las de los primeros) las sacan adelante de forma brillante. Aquí entran los que caen en la tramposa situación del huevo, porque son muchos los que critican al ejecutor o minimizan sus logros atribuyéndolo al fruto del sentido común, lo cual es un riesgo si se trata de jefes que sufren de un cierto síndrome de avaricia del reconocimiento. Esto es peligroso porque una idea brillante sin ejecución vale poco o nada, mientras que una no tan extraordinaria, pero suficientemente buena y bien implementada, puede valer millones.

Así, la innovación y capacidad de emprendimiento que las empresas requieren en la difícil coyuntura actual quizá está menos en reinventar Apple o lanzar la siguiente generación de herramientas de alta tecnología, y más en promover culturas que incentiven a quienes encuentren y ejecuten formas de hacer viable la adaptación corporativa a nuevos tiempos y circunstancias, y en cultivar equipos donde las ideas no se queden en críticos ilustres, pero incapaces de gestionar soluciones prácticas bien realizadas.

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