GUILLERMO VALENCIA

Una guerra comercial se avecina y Trump ya dio el primer golpe

El aumento de las tarifas arancelarias sobre el níquel y el acero indican que lo apostará todo a la infraestructura de EE.UU. Su estrategia es crear más puestos de trabajo y debilitar a China y Europa, su competencia.

Gustavo Valencia Patiño, Gustavo Valencia Patiño
13 de marzo de 2018

Para los aficionados a la teoría de juegos, las guerras comerciales se asemejan al dilema del prisionero. En nuestra realidad, esta guerra comercial comenzó con el anuncio de que EE.UU impondrá aranceles al níquel y al acero. Lo que podría suceder luego sería un escenario parecido a este:

China hace lo propio con algunos productos agrarios, como el maíz y la soya. EE.UU sube la apuesta e impone un arancel a la industria automotriz. Europa entra en el juego imponiendo aranceles a productos agrarios y subiendo impuestos a compañías como Facebook, Google, Netflix y Amazon.

La consecuencia será un aumento en los costos de transacción para los consumidores del mundo, lo que creará una presión inflacionaria global en la que todos perderemos.

Sin embargo, esto ya sucedió en el siglo XIX, con la política de tarifas Mckinley. También ocurrió en el acto de tarifas de 1935 y en los gobiernos de Nixon y Reagan. Si esto no es nuevo, ¿por qué los gobiernos se empecinan en declarar una guerra que los afectará?

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Para entenderlo mejor hay que tener en cuenta que las tarifas arancelarias son medidas usadas cuando el déficit alcanza niveles extremos. La siguiente gráfica muestra que hoy el déficit comercial de EE.UU es de US$56.000 millones, cercano a los máximos históricos de US$67 billones, del año 2006.

El déficit comercial más importante que tiene EE. UU. es con China y asciende a US$36.000 millones. Para disminuirlo, el equipo económico de Trump realiza una especie de intervención quirúrgica basada en medidas proteccionistas para la industria del níquel y el acero. No olvidemos que una de las banderas del programa de Trump es la inversión en infraestructura.

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Veamos los bienes que más importa ese país para entender mejor la estrategia de Trump.

La primera estrategia para reducir el déficit de cuenta corriente empezó en la administración Obama con los incentivos a la industria de ‘Shale Oil’. En marzo de 2018, EE.UU alcanzó sus niveles máximos de producción de petróleo, lo que equivale a más 10 millones de barriles diarios. Sin embargo, esto no ha sido suficiente para reducir el déficit.

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Por eso, la apuesta de Trump es que la infraestructura crecerá y demandará más acero y níquel. Su estrategia radica en que ese gasto fiscal beneficiará a la industria local y no a las de China, Australia y Brasil. En el caso de China, las exportaciones de acero y níquel no son estructurales, pero para Brasil y Australia sí. Además, China está llegando a niveles de producción máxima de mineral de hierro disminuyendo sus importaciones provenientes ambos países.

Esto quiere decir que en esta naciente guerra comercial los primeros perdedores serán Brasil y Australia.

La segunda estrategia de la administración Trump es imponer aranceles a la importación de automóviles. Está industria es muy importante porque genera empleo y tiene un impacto positivo a la hora de reducir el déficit comercial. La medida tendría un impacto muy negativo para países exportadores de automóviles como Alemania, Japón y Corea del Sur.

Pero como hablamos de una guerra abierta, China puede responder con aranceles a productos agrarios provenientes de EE.UU, como el maíz y la soya, lo cual muestra que ningún sector es intocable. Por lo tanto, cuando la guerra comercial empiece a escalar desde los metales industriales, alcance la industria automotriz y golpee el precio de los alimentos, se crearía una ola inflacionaria mundial.

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Volviendo al dilema del prisionero, una guerra comercial no implica que todos pierdan. De hecho, una buena estrategia puede darle la victoria a EE.UU.

Una cuestión de estrategia

¿Qué camino tomar para un escenario como este? No es cosa fácil y el equipo asesor de Trump lo sabe. Para entender mejor esta toma de decisiones basta ver el diagrama de círculos, en el cual se muestran los posibles espacios de solución para el dilema del prisionero:

  • En rojo aparece la solución en la que todos pierden por la falta de confianza entre las partes (guerra comercial).  
  • En azul vemos una situación en la que todos ganan gracias a la existencia de confianza (globalización).
  • En púrpura se muestra el espacio de solución donde una de las partes tiene más poder que otra. Este es el caso de EE.UU. con algunos de sus aliados militares.

En este caso, el jugador con más poder tendrá la posibilidad de crear dos tipos de soluciones: una generosa que lo beneficie más que a los otros actores y otra que le permitirá chantajear a sus rivales para hacerlos perder.

El equipo de Donald Trump entiende que las guerras comerciales no son solo un mecanismo para obtener ventajas competitivas en sectores como el exportador, por ejemplo, sino que son un instrumento para redefinir las alianzas geopolíticas en el mundo.

Cuando las guerras comerciales ocurren, pierden los países con menor poder de negociación, es decir, aquellos que producen materias primas. Así mismo, este es un escenario en el que se crean presiones inflacionarias alrededor del mundo que harán perder poder adquisitivo al consumidor global.

Por ahora, esta incipiente guerra comercial deja como perdedores a Brasil, Alemania, Japón y Australia. ¿Qué vendrá para Colombia?

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