OPINIÓN ONLINE

¿En dónde es obligatorio votar?

Los defensores del voto obligatorio sostienen que la democracia es demasiado importante para ser opcional. Otros dicen que obligar la autodeterminación es una contradicción.

Gustavo Rivero
1 de julio de 2016

La semana pasada acudí al Consulado de España en Bogotá para votar en las elecciones generales de mi país. Hacerlo era muy relevante en esta ocasión, ya que además de los tradicionales partidos conservador y socialdemócrata, han irrumpido con fuerza dos más: uno de centro (liberalismo socioeconómico) y otro de extrema izquierda. Cuál fue mi sorpresa cuando de los aproximadamente 30.000 españoles que viven en Bogotá sólo habían votado cincuenta hasta ese momento. Y en diciembre sólo lo hicieron algo más de cien. Si bien es cierto que hay complejidades y requisitos para votar por correo que desalientan al votante, en esta oportunidad era crucial hacerlo.

La participación electoral ha disminuido en las últimas décadas en muchos países occidentales. En Estados Unidos se ha mantenido por debajo del 60% en todas las elecciones presidenciales desde 1968. En Reino Unido la participación alcanzó el 65% en las elecciones generales de 2010, frente al 84% de 1950. Pero no hay tales preocupaciones en Australia: nueve de cada diez votantes australianos han votado en cada elección federal desde 1925. Los australianos votan tan fielmente porque no votar es ilegal. ¿ En dónde más la democracia es una obligación y no un derecho?

Muchos países han coqueteado con el voto obligatorio. Hay unos 38 países que lo tienen o lo han tenido en el pasado. En EE.UU., el estado de Georgia hizo el voto obligatorio en su Constitución de 1777, sujeto a multa a menos que la persona pudiera proporcionar una "excusa razonable". En muchos países el voto es obligatorio en teoría, pero se aplica rara vez o nunca. El voto es obligatorio en la mayoría de América Latina, por ejemplo. Pero en México, que es uno de los países donde la abstención es ilegal, la participación en las últimas elecciones presidenciales fue sólo del 63%.

Sin embargo, en algunos países saltarse las urnas puede acabar en problemas. En Australia los no votantes pueden recibir una carta de la comisión electoral exigiendo una explicación por su absentismo. Si no tienen una buena excusa se les multa con 20 dólares australianos. Si no pagan pueden acabar en los tribunales, donde la multa se eleva a 170 dólares australianos, además de las costas judiciales. Negarse implica cárcel. En Brasil y Perú, los no votantes tienen prohibido llevar a cabo diversas operaciones administrativas (los brasileños no pueden solicitar pasaportes o presentarse a exámenes profesionales, al menos en teoría), así como hacer frente a pequeñas multas. En Singapur, los no votantes tienen sus nombres retirados del registro electoral, lo cual no preocupa a muchos. Los analfabetos son justificados en Brasil y Ecuador, los soldados están excluidos en Brasil, República Dominicana, Guatemala y el Líbano. Los ancianos están exentos en varios países. Y en Bolivia, donde el voto es teóricamente obligatorio, las personas casadas tienen derecho a votar a partir de los 18 años, mientras que los solteros deben esperar hasta los 21 años.

Los defensores del voto obligatorio sostienen que la democracia es demasiado importante para ser opcional. Otros dicen que obligar la autodeterminación es una contradicción. Hay argumentos económicos en ambas partes: el voto obligatorio permite ahorrar dinero en las campañas, porque los partidos de otra manera derrochan grandes cantidades en ganar votos. Por otro lado, la aplicación de la ley obstruye los tribunales y mantiene a los burócratas ocupados a un coste considerable. Algunos se preguntan si la introducción de la obligación de votar en los Estados Unidos favorecería a los demócratas, por ejemplo, al igual que dificultar el voto parece hacer la vida más fácil a los republicanos. Otros sospechan que más votos se acumularían al partido en el poder, o simplemente al candidato cuyo nombre aparece en la parte superior de la boleta. Sin duda, la victoria de Abbott en Australia en 2013, que se opone al matrimonio gay y se ha comprometido a rechazar a los barcos de solicitantes de asilo, muestra que el voto obligatorio no siempre se traduce en gobiernos de izquierda.

Otro debate interesante a tener en cuenta sería cómo computar los votos según la temática. Por ejemplo, en el caso del Brexit, si analizamos los tramos de edad podemos concluir que los votantes británicos mayores de 50 años han decidido el futuro de los jóvenes. El referéndum se ha resuelto mayoría simple (51,9% a favor vs. 48,1% en contra). Hay quien piensa que la mayoría exigible debería haber sido cualificada o especial y que los votos de los jóvenes tendrían que haber computado más que los de los mayores debido a que van a tener que vivir más años enfrentando una decisión tan crucial.

Finalmente, también hay que reconsiderar la conveniencia o no del sistema d‘Hondt para asignar escaños, ya que tiende a favorecer un poco más que otros métodos a los grandes partidos. Este sistema se aplica en múltiples países, entre ellos España y Colombia. Un sistema que asigne los escaños de manera estrictamente proporcional con redondeo de los decimales podría ser más justo, así los votos de todos los ciudadanos valdrían igual con independencia de dónde residan.