PABLO LONDOÑO

El mayor error al querer conseguir empleo

Los momentos de verdad, sea por cuestiones personales (los más comunes) o por situaciones de mercado, nos toman generalmente desprevenidos.

Pablo Londoño, Pablo Londoño
2 de agosto de 2018

Muy pocas personas tienen la fortuna de avanzar por la vida profesional sin cuestionarse alguna vez si no estarán en el lugar equivocado, habrán escogido la carrera o al menos la función incorrecta, o estarán dándole valor a ese llamado interno que tantas veces nos cuestiona de si estaremos alineados con nuestras más intimas pasiones.

Incluso los más exitosos, aquellos que la vida profesional los fue llevando de un cargo a otros, de un proyecto menor a uno mayor, de un reto de menor exigencia en liderazgo a uno con mayores responsabilidades, todo esto adornado por las retribuciones propias que el mundo laboral tiene para los que ascienden por la escalera gerencial, llegan a tener un momento de duda o por qué no, como pasa tan frecuentemente, un momento en donde el desplome de la acción en otra geografía conlleva la toma de decisiones globales en donde se incluye nuestro nombre.

Esos, los momentos de verdad, sea por cuestiones personales (los más comunes) o por situaciones de mercado, nos toman generalmente desprevenidos, sin herramientas, con las defensas bajas y lo que es peor, tremendamente solos a la hora de armar una estrategia que nos permita caminar de nuevo la ruta de la empleabilidad con éxito.

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Hago hincapié en el “solos” porque mi experiencia de años ayudando a muchos profesionales a retomar su camino profesional me ha enseñado que en nuestra sociedad, compartir el temor, el dolor, la desgracia o porque no, lo que nosotros creemos es una “derrota” es para otros y decidimos generalmente, habitar ese espacio en soledad en un terrible sendero de auto destrucción que pocas veces termina generando los resultados de empleabilidad que nos propusimos.

Esta sociedad nuestra y no hablo por supuesto de la colombiana sino en general de todo occidente, nos ha enseñado a ser “valientes”, estoicos, a no mostrar nuestras debilidades, a no expresar nuestros sentimientos, a no pedir ayuda, a no mostrar nuestra vulnerabilidad. Tenemos tan arraigado desde edades tempranas el ser exitosos, competitivos, competentes, verracos para usar un calificativo más nuestro, que preferimos entrar por la puerta de la depresión antes de mostrarnos frágiles, antes de pedir la ayuda necesaria.

Es la sociedad del “todo bien”, de la “sonrisa en Facebook”, en donde tenemos que posar permanentemente de felices y exitosos. Es una sociedad en donde se nos enseñó que el fracaso, no era una oportunidad de aprendizaje, de crecimiento, ni una oportunidad de fortalecimiento de la personalidad, sino al contrario generador de frustración colectiva para esas pequeñas comunidades en las que habitamos (hablo de nuestras familias y nuestros amigos) frente a quienes es más “prudente” no compartir dolor como si este fuera casi que una enfermedad incurable.

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La ironía de esta realidad, es que en la medida en que nos tocó vivir en un mundo híper conectado, que facilitaría la interacción humana, nuestra alma y nuestros sentimientos, los metimos en la sim card, los llevamos a la nube, y  los dejamos en un espacio de inmensa soledad: Una soledad dañina que hace que ese ser vulnerable que habita permanentemente en nosotros y que ocupa parte importante de nuestro espacio vital, nunca, nunca, aparezca.

El contra sentido, de cara a nuestra empleabilidad, es que no son los linkedin ni los caza talentos de este mundo los encargados de reclutar la mayor parte del talento que consigue empleo en este planeta: son personas. Si, personas de carne y hueso que algunas veces preguntan por alguien y otras veces recomiendan a alguien. Es la interacción humana, eso que se ha dado en llamar “network”, la encargada de reclutar el 94% del talento global.

Son los amigos, los parientes, los mentores, los colegas, los conocidos los que hacen frecuentemente de caza talentos recomendando a alguien a quien quieren, en quien confían, por el cual tienen simpatía o a quien admiran por una u otra razón. Son muchas veces conocidos de conocidos a los que les basto una interacción de segundos, frente a quienes dejamos una primera pero buena impresión, los que terminan entregando nuestro curriculums y haciendo que esa alineación astral que mentalmente tanto invocamos finalmente se dé.

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La aceptación del hecho, su reconocimiento y la posterior exposición de nuestro problema, lo que en otras palabras se llama precisamente mostrarnos vulnerables, es de todos, el primer paso, el más importante, para retomar el sendero laboral. Es además el más inteligente.

Yo sé que en nuestra agenda interna muchas veces no queremos mostrar ni compartir nuestros problemas con nuestros seres queridos, con la aparente excusa de “para qué ponerles más problemas”: ¡mentira! Mentira con mayúsculas. Estamos justificando nuestra incapacidad para aparecer vulnerables, compartir el problema y buscar ayuda con las consecuencias que frecuentemente se derivan de esta realidad.

Conozco pocos, pero rescato de estos la valentía que tienen al pedir ayuda. Son mentalmente mucho más sanos pero sobre todo son mucho más eficientes a la hora de encontrar caminos y soluciones viables. El mundo no necesita superhéroes. Nos gustan más las personas de carne y hueso a los que de corazón queremos ayudar.

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