EDUARDO LORA

El futuro de las cajas de compensación

Entorpecen la creación de empleo formal, pero prestan algunos servicios que las empresas valoran: ¿cómo conciliar ambas cosas?

Eduardo Lora
23 de julio de 2020

Como muchos de mis colegas economistas, siempre he creído que los impuestos a la nómina desalientan la creación de empleo formal y que, por consiguiente, debería abolirse la contribución obligatoria de 4% con destino a las cajas de compensación. Sin embargo, con el paso de los años he tenido que aceptar que muchas empresas, especialmente grandes, valoran algunas actividades de las cajas, como los jardines infantiles y los servicios de capacitación. Estos servicios les permiten a las empresas atender sus responsabilidades sociales y los pedidos de sus propios trabajadores de forma más eficiente que si tuvieran que hacerlo por su cuenta.

¿Cómo conciliar, entonces, el efecto negativo de las cajas sobre la generación de empleo formal con su efecto positivo sobre la provisión de algunos servicios sociales valiosos para algunas empresas? La respuesta es sencilla: convirtiendo a las cajas en clubes manejados por las empresas interesadas y sus representantes laborales. De esta manera se evitaría que empresas pequeñas, o aquellas que tienen márgenes de operación muy estrechos para incurrir este tipo de costos, decidan operar al margen de la ley o sean consumidas por la competencia informal.

Si las cajas fueran clubes al servicio de las empresas y sus trabajadores, se aclararía su extraño estatus jurídico, que es vivir de transferencias entre agentes privados ordenadas por el Estado. En la situación actual, las cajas son muy susceptibles de la intervención regulatoria y de la manipulación política. Esto, sin duda, las ha inducido a mantener alianzas encubiertas con los políticos y las hace vulnerables a la corrupción y al mal manejo administrativo.

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Si fueran clubes de libre afiliación para las empresas, podrían quitarse de encima muchas de las obligaciones que les ha impuesto el Gobierno con destinos tan diversos como el Fondo de Vivienda de Interés Social, el Fondo de Solidaridad y Garantía en Salud, el Fondo de Atención Integral a la Niñez y Jornada Escolar Complementaria, el Fondo de Empleo y Desempleo, y tantos otros. Por razones de transparencia y control político, los programas de Gobierno deben financiarse con recursos de presupuesto y no a través de estos mecanismos.

Además de continuar prestando los servicios sociales que valoran las empresas y sus trabajadores, las cajas pueden ser decisivas en las circunstancias actuales, porque podrían ayudar a resolver algunos de los problemas que ha generado la pandemia en las actividades de las empresas. Por ejemplo, la necesidad de espacios de trabajo flexibles, más cercanos a los sitios de vivienda de los trabajadores, complementados con servicios de cuidado infantil y restaurantes. La demanda de este tipo de servicios se ha disparado en muchos países, como lo ha experimentado la empresa multinacional de oficinas compartidas WeWork, que antes de la pandemia estaba al borde de la quiebra. Otros servicios que pueden ser provistos más eficientemente por las cajas que por las empresas individuales son el transporte de sus empleados y algunos servicios preventivos de salud. Y, sin duda alguna, las tareas de capacitación laboral para ayudar a empresas y trabajadores a ajustarse a los cambios tecnológicos y a las restricciones impuestas por la pandemia.

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Como se cuenta en una breve historia de las cajas de compensación, estas fueron creadas en 1954 “cuando un grupo de empresarios antioqueños preocupados por el alto costo de la canasta familiar y, sobre todo, por el deterioro del ingreso familiar en los casos de familias con muchos hijos, decidió compensar a sus trabajadores, otorgándoles un subsidio monetario por hijo”. No existían entonces programas oficiales de transferencias para los pobres, como son Familias en Acción o Ingreso Solidario. Inicialmente, las cajas eran de afiliación voluntaria de las empresas. Fue en 1957 cuando se estableció la contribución obligatoria para todas las empresas, como parte de un decreto de inspiración bismarkiana y nada democrática, expedido por la Junta Militar que reemplazó al depuesto dictador Rojas Pinilla. El país es otro. Es hora de cambiar.

No se trata de destruir lo que han construido las cajas, sino de que transiten a una forma de organización más transparente y flexible. Tampoco hay que hacerlo de la noche a la mañana: el proceso de convertirlas en clubes puede ser gradual para que no queden súbitamente desfinanciadas.