ERICK BEHAR VILLEGAS

El desprecio por los “abuelitos” y la solidaridad en tiempos del coronavirus

“La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo”, escribió un profesor de la Unam en medio de las ansias del coronavirus. Como lo sabemos todos, los tiempos recios sacan lo peor y lo mejor del ser humano, sobre todo si medimos nuestros actos con la vara de solidaridad.

Erick Behar Villegas, Erick Behar Villegas
17 de marzo de 2020

Los que tengan suerte, llegarán a viejos algún día. La otra alternativa no es muy atractiva, y todos conocemos su inevitabilidad, pero no por ello podemos permitir que el cortoplacismo y la carencia de empatía sigan hiriendo en el silencio, mientras sale a flote la desconexión intergeneracional. El momento del coronavirus supone un reto enorme, como lo es poner sobre la mesa y hacer algo frente al terrible desprecio por la tercera edad, o los “ancianos”, “viejos”, “abuelitos”.

Mientras Elon Musk decía que el pánico por el covid-19 es tonto, otros se mostraban más tranquilos, “porque solo ataca a los viejos”. La indiferencia es un ingrediente de la carente solidaridad intergeneracional, pero a su vez surge como una semilla de la maleza que ahoga el tejido social. Si piensan en sus propios padres, ¿se sentirán tan indiferentes los que predican tanto relajo? Mientras escribo estas líneas, la mortalidad de las personas mayores de 80, por el virus, llegó al 14,8%, cosa que le da “tranquilidad” a algunas personas que lo manifiestan en un descomplicado desprecio por la alteridad.

Me preocupa pensar que esta agresiva pasividad, quizá no generalizable, pero sí palpable, tiene una dimensión económica perversa. Colectivamente es “eficaz” que partan las generaciones avanzadas, así los políticos no sacrifiquen su artificial capital social diciendo que eso alivia el sistema pensional, hospitalario, etc. Al fin y al cabo, son “inversiones improductivas”. Nada más perverso e ingrato, así algunos de mi generación sigan diciendo que las otras generaciones “volvieron todo esto un caos, siendo su culpa”.

En su famosa canción Mi viejo, Piero nos decía que su viejo caminaba perdonando el viento, llevando el dolor dentro. En su esencia resuenan palabras de los años 20, cuando George Clason, autor de The Richest Man in Babylon, escribió que la juventud recibe la sabiduría de los años cuando consulta a la vejez, “pero muy frecuentemente cree la juventud que la vejez solo conoce la sabiduría de los días que se fueron, y por ende no aprovecha”. Pero no es solo aprovechar un consejo, sino disfrutar y vivir un abrazo, una mirada, tomar una mano y ver en las manchas que deja el tiempo, un vivir que no tuvo tantos oídos para ser contado, uno y miles de sentires que no tendrán volumen cuando la soledad mute en olvido y silencio irreparable. 

En tiempos de esta pandemia es importante que la solidaridad intergeneracional quede sobre la mesa para que las políticas públicas del futuro no la olviden. Y no me refiero a sacar un decreto para que Legalandia quede tranquila en su típica pasividad legalista, sino a actividades concretas de contacto y trabajo conjunto entre las generaciones. Alguna vez recogí casi 20 relatos de la época de La Violencia en Colombia, en hogares de la tercera edad, en ciudades y pueblitos de Boyacá, Antioquia y Cundinamarca. La alegría de poder conversar con uno, dibujando los trazos del pasado en una nostalgia que ya no tiene oídos en el estrés de la vida moderna, forjó un argumento suficiente para crear amistades intergeneracionales. En mi curso de política económica, nos demoramos un buen tiempo discutiendo con los estudiantes la simple y profunda pregunta “¿por qué y para qué hay políticas públicas?”. Si la solidaridad intergeneracional no se asoma al menos como corolario en las miles de razones, estamos muy mal. Esta solidaridad es, más que un fin en sí, un principio que, respaldado en la empatía, puede llevar a una mejor calidad de vida, ahora y después.

Hay que buscar a la tercera edad y ojalá nos busquen cuando lleguemos a ella. Hace un tiempo tuve unos vecinos maravillosos de más de 80 años en una ciudad alemana, que en muchas tardes de Kaffee und Kuchen (la tradición de café y torta), me contaron todo lo que les pasó como niños en la guerra. Creo que era la única vez en la semana que podían hablarle a alguien, más allá del típico saludo a los de las tiendas y las furtivas llamadas con hijos ocupados. Si esto se puede hacer en amistades nuevas, cómo no hacerlo en el interior de las mismas familias, en donde hay (aún) amigos que se regocijan por el simple hecho de tener quien los escuche. A pesar de haber recogido los relatos de mi propia abuelita, que recientemente partió, pienso, como muchos hijos y nietos que se remontan al pasado para construir su identidad, que nunca será suficiente, pero cada esfuerzo valdrá la pena. No es necesario esperarse hasta la vejez para entender la importancia de crear amistades entre generaciones.

La solidaridad puede trascender el cúmulo de afanes económicos y obsesiones digitales que nos consumen. Se requiere mucha paciencia, y los “viejos” sufrirán del “desprecio de aquellos que les prodigaban homenajes”, para ponerlo en palabras de Marco Tulio Cicerón, cuando escribió su tratado sobre la vejez (Cato Maior-De Senectute). Y así no se pueda cambiar lo que la naturaleza dispone, sí se puede hacer algo más ameno y humano el trato intergeneracional. Uno de los ingredientes que pasa desapercibido en las mesas de desayuno y estrés de las políticas públicas, es la misma empatía. Cuanta más empatía haya, habrá menos sinvergüenzas poniendo en riesgo a las personas de edad en la pandemia. Cuanta más empatía haya, más se podrá pensar en nuestros propios “viejos” para imaginar el dolor que pasan los familiares de miles de personas que han muerto, grupo que sigue sumando con el pasar de las horas. Por eso invito a que piensen en los suyos para entender a los demás, a quienes no conocen, y a la vez, que lleven este mensaje a otros para que entiendan que la cuarentena, el aislamiento y lo demás, se debe y puede hacer, por otras personas que son lo que todos esperamos ser algún día: viejitos.