OPINIÓN ONLINE

El ascenso económico de su empresa familiar no lo puede hacer olvidar sus orígenes

Si hay algo que una familia empresaria no puede aceptar si quiere mantenerse unida y trascender en el tiempo es la de perder sus raíces y valores a medida que crece su capital económico.

Gonzalo Gómez Betancourt
8 de febrero de 2017

Las dos piezas que analizaremos en esta nueva entrega del especial “Equipaje Emocional Familiar” son: “A mis hermanos pequeños los criaron como hijos de papi y a mí...” que busca analizar  las razones por las cuales los empresarios familiares en sus inicios forman a sus hijos mayores de manera diferente a como lo hacen con los menores, cuando han adquirido mayor estatus social y económico. La segunda pieza, “No entiendo por qué no me dejan ver a mis nietos”, relacionada con esa vieja costumbre de muchos abuelos de considerar que tienen todo el derecho de malcriar a sus nietos, desautorizando órdenes de los padres.  

“A mis hermanas menores los criaron como hijos de papi y a mí...”

Una familia empresaria del sector agroindustrial constituida por padre, madre y cuatro hijas me invitó a que los ayudara a solucionar las diferencias entre las hermanas mayores y las menores que no podían ponerse de acuerdo frente a las decisiones de la empresa. Cuando conocí a las cuatro hijas, me sorprendieron  sus visibles diferencias tanto en su forma de pensar, sus modales, su nivel educativo como en su apariencia. Las dos mayores trabajaban en la empresa, una en la operación y la otra en el área financiera, habían estudiado en universidades públicas, eran poco femeninas, vestían de manera sencilla. Las menores vivían fuera del país, una en Boston, otra en Nueva York, habían estudiado en el exterior, hablaban perfecto inglés, vestían con ropa de marca, en general lucían muy sofisticadas.

Claramente notamos una diferencia de clase social muy marcada entre las hermanas mayores Vs las menores. Cuando llega el momento de hacer un proceso de sucesión, porque el padre fundador se encontraba muy enfermo, las hermanas no parecían ponerse de acuerdo en nada y todo el tiempo se criticaban entre sí. Mientras las mayores decían que las menores eras unas hijas de papi, éstas sentían vergüenza de la manera como sus hermanas se expresaban, comían, vestían, comentaban que les parecía difícil que fueran socias.

Le recomendamos: La mala educación: Responsable de varias piezas del equipaje emocional familiar

Cuando profundizamos en las razones por las cuales sucedió esto, nos enteramos que la pareja de fundadores empezó en la agroindustria, siendo campesinos, con poca educación. Cuando nacieron las dos primeras hijas lo que tenían era una fábrica de pollos. Entre la segunda y la tercera hija había una diferencia de seis años, en ese tiempo ya la empresa había crecido mucho y producía en todo el país, entonces pudieron educar a las menores en colegios bilingües, luego estudiaron en prestigiosas universidades internacionales, incluso una de ellas hizo una maestría en Harvard.

La tercera hermana dijo yo definitivamente no quiero estar en la empresa. Ante esta negativa, nos parecía muy riesgoso dejar el patrimonio unido  porque sus diferencias eran difíciles de superar, con lo cual les aconsejamos que lo mejor era “podar el árbol”, es decir que la empresa solo quedara en manos de las mayores que eran a quienes les interesaba continuarla ya que las menores lo único que querían era su dinero. Aunque en el fondo las mayores sentían cierto resentimiento con los padres porque consideraban que las habían malcriado, aceptaron dividir la propiedad y buscar mecanismos para pagarle poco a poco a las menores el capital que les correspondía para garantizar la supervivencia de la empresa.  En este caso la empresa sigue creciendo, pero se perdieron las raíces y valores familiares, porque su relación actual es distante.

Cómo actuar

Hay que entender que en la empresa familiar lo más importante no es el dinero, sino la transmisión de los valores familiares, la unidad y armonía. Uno no puede olvidar de donde viene,  podemos darles mejor vida a nuestros hijos, pero no por eso perder sus raíces, porque se pierde el compromiso con las nuevas generaciones, con un propósito familia, con un propósito país.  

Definitivamente el adagio que dice que a los hijos hay que criarlos con un poco de hambre y un poco de frío puede resultar muy cierto, porque entre más se sobreprotege a las personas,  menores capacidades tendrá para responder a un mundo incierto y lleno de dificultades.

El Caso: “No entiendo por qué no me dejan ver a mis nietos”

Una empresa familiar en la cual convivía la primera generación con la segunda me invitó a la  construcción de un protocolo familiar. Eran dos hermanos, un hombre, el mayor y una mujer, la menor. El mayor había contraído matrimonio y tenía dos hijos. Cuando llegamos a la empresa con mi grupo de trabajo  vimos que había dificultades entre la madre y la nuera, porque según la madre, ella había  decidido no volverle a dejar ver esos nietos.

Profundizando en el caso, nos enteramos que la nuera venia de una familia donde los valores de austeridad habían sido muy importantes y había criado a sus hijos con esa idea de no tener más de lo necesario. Por el contrario, los abuelos, estaban fomentando un patrón de comportamiento en sus nietos muy distinto al llevarles todos los fines de semana costosos regalos a los nietos, a su vez los niños habían empezado a tener actitudes desafiantes de niños malcriados. Frente al hecho la pareja toma la decisión de decirles a los abuelos que no les lleven más regalos. Ellos les dijeron que tenían todo el derecho de consentirlos y darles todo, mejor dicho malcriarlos, pero que no volverían a hacerlo.

Sin embargo, lo que hicieron fue no darles los regalos frente a los padres, pero si en ausencia de ellos. Cuando lo descubren, la pareja toma la compleja decisión de prohibirles a los abuelos ver a sus nietos. Obviamente este hecho repercutió en la empresa, reflejándose en la relación padre e hijo, no se hablaban. ¿Cómo se trabaja con alguien con quien uno no puede hablar? Indiscutiblemente la empresa estaba recibiendo una cantidad de conflictos del sistema familiar reflejadas en la cultura.

Profundizando en el problema, este tema tenía raíces psicológicas importantes, de nuevo está presente la sobreprotección. Si bien los padres les habían dado a sus hijos una buena educación, ya en su etapa de abuelos, como ahora tenían mucho dinero, querían darles todo. Si tengo tanto dinero, ¿por qué no le puedo dar a los que más quiero? Era la posición de ellos.

He aprendido que los límites sirven mucho en el sistema familiar para educar a los hijos. Al principio los padres no quisieron aceptarlo, pero con el paso del tiempo lo hicieron, gracias a herramientas como talleres de manejo de educación con los hijos, porque ellos no castigaban a los hijos, sino que hablaban de reparación, porque habían vivido en Cataluña y se habían familiarizado con costumbres catalanas, como poner a los niños frente a una pared con las manos atrás y comprometerse a reparar el daño generado con su comportamiento. Costumbres que a los abuelos les parecían terribles y hasta se burlaban. Eso ofendía profundamente a la nuera.

Cómo actuar

Educar un hijo no es darle objetos materiales, es darle amor, soporte moral y afectivo. De lo contrario tendremos hijos y nietos incapaces de solucionar problemas. Uno sabe cuándo en una familia hay un banco emocional importante, por eso en este caso constituimos un consejo de familia con externos, una psicóloga de familia que nos permitía entender la situación familiar porque aquí el sistema familiar estaba dificultando las relaciones empresariales. Esto es lo que debemos evitar, si queremos que nuestra empresa familiar perdure en el tiempo.

Le podría interesar: “Un traguito más”: La pieza del equipaje emocional que puede acabar con todo