EDUARDO LORA

Grandes paradojas económicas de la crisis

La mayor de todas las paradojas es que el Gobierno no esté dispuesto a hacer ninguna reforma estructural.

Eduardo Lora, Eduardo Lora
17 de septiembre de 2020

La crisis actual está llena de paradojas que demuestran que no hay leyes en economía, a lo sumo tautologías.

Empecemos por la productividad laboral. Todos esperaríamos que hubiera caído, pues las empresas y los trabajadores están funcionando en condiciones muy difíciles. Pero lo que ha ocurrido es justamente lo contrario: la productividad laboral ha aumentado más de 6%. Así se deduce de comparar la caída del empleo, que en el segundo trimestre fue de 21,8% (con respecto al año anterior), con la caída del PIB, que fue “apenas” 15,7%. Con la regla propuesta de aumentar el salario mínimo real en línea con la productividad laboral, deberíamos esperar que el próximo aumento del salario mínimo sea de por lo menos 8% (es decir, esos seis puntos más la inflación). Y si, además, tuviéramos en cuenta que las horas trabajadas por persona ocupada han caído más de una cuarta parte, tendríamos que pensar en ajustes del salario mínimo de más de 30%. La productividad laboral está verdaderamente disparada.

Esta paradoja de la productividad laboral va de la mano de otro fenómeno inesperado: nunca habíamos tenido una tasa de formalidad tan alta: 54,7% en las 13 ciudades principales. Cuando hay crisis, suelen dispararse el rebusque y la informalidad, pero eso no ha ocurrido esta vez porque las regulaciones y restricciones que tanto criticamos los economistas han resultado más dañinas para la informalidad que para los empleos formales.

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Las paradojas no han sido exclusivas del mercado laboral. En la situación macro hay unas cuantas. Cuando el déficit fiscal aumenta, suele ampliarse también el déficit externo, fenómeno que se conoce con el nombre de “déficits gemelos”. Pues bien: mientras que el déficit fiscal pasará de 2,5% del PIB en 2019 a 8,2% en 2020, el déficit externo permanecerá cerca de 5% del PIB. Esto implica que el sector privado no se está gastando nada de lo que está recibiendo extra del Gobierno. Mejor dicho, que a muchas personas y sobre todo empresas les está sobrando dinero porque no están invirtiendo.

Otra paradoja es lo que ha ocurrido con la tasa de cambio. En contra de lo que se temía cuando empezó la “doble crisis” de la pandemia y el derrumbe del petróleo, el precio del dólar no se ha disparado. Cierto, llegó a casi $4.154 el 20 de marzo, pero luego la tendencia ha sido descendente. O sea que el exceso de ahorro del sector privado no se ha usado para comprar dólares con el objeto de llevarse la plata fuera del país, como también se temía.

Y la última paradoja macro que vale la pena mencionar es que, aunque el déficit fiscal está por las nubes, y la deuda externa llegará a la cifra récord de 65% del PIB a fin de año, el Gobierno ha conseguido créditos a plazos largos y tasas bastante bajas, como si tuviera una situación financiera muy sólida. Detrás de varias de estas cosas está, por supuesto, la abundancia de liquidez, gracias a las políticas superexpansionistas de los bancos centrales.

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Esta lista encierra una “paradoja de las paradojas”: el Gobierno debería estar afanado en aprovechar este compás de espera para hacer las reformas laboral, pensional y tributaria que urgentemente se necesitan para cuando estas anomalías desaparezcan y haya que enfrentar la “nueva normalidad”, como suele decirse ahora. Pero prefiere aplazar cualquier reforma.

Cuando los pobres puedan volver a trabajar, descubriremos que la productividad y la informalidad estarán peor que nunca. Cuando el Gobierno se decida por fin a hacer la reforma tributaria, habremos perdido ya el grado de inversión y las tasas de interés estarán por las nubes. Cuando las empresas vuelvan a pensar en proyectos de inversión, decidirán que es mejor esperar a que las cosas se despejen. Entonces el Gobierno tendrá que admitir que perdió un tiempo precioso.