ERICK BEHAR VILLEGAS

Economistas: ¿un mundo de discriminación más allá del género?

La supuesta superioridad del economista. Hablemos de algo que el mismo Keynes formuló y que podría volver esta disciplina un poco más amable.

Erick Behar Villegas, Erick Behar Villegas
7 de julio de 2020

Es usual escuchar que los economistas son arrogantes. Con la visibilidad que se ha dado recientemente al tema de la discriminación de mujeres economistas surgen otros interrogantes que nos pueden ayudar a pensar la disciplina de forma más amable, dando unas discusiones desagradables pero necesarias.

En el 2014 se publicó un documento llamado La superioridad de los economistas (Fourcade, Ollion & Algan, 2014), en donde un economista y dos sociólogos de diferente enfoque buscaron darle sentido a la brecha material e inmaterial que existe entre la disciplina y las otras ciencias sociales.

Hablan de una superioridad objetiva por la mejor remuneración y la complejidad metodológica que se usa, apuntando también a una posición dominante auspiciada por estructuras jerárquicas. Pero también abordan el problema subjetivo de la confianza (¿ciega y exagerada?), que a su vez funge como ventaja. Esta confianza puede desbordarse en arrogancia y discriminación, y no solo es un tema de género.

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El tema de la discriminación que viven las economistas es una realidad preocupante, y creo que el trabajo hecho por la profesora María del Pilar López, las contribuciones de MiaUniandes y el espacio que se ha dado a esta problemática contribuyen a cambios futuros. El artículo de Freddy Castro en esta revista, por ejemplo, también ayuda a construir memoria histórica sobre el rol de las mujeres en la disciplina. Pero justo en el momento en el que hablamos de discriminación vale la pena preguntar si estamos ante un problema tan fuerte, que inclusive va más allá del género.

En la encuesta de la American Economic Association en 2019, el 70% de las economistas dijo sentir que su trabajo no es tomado en serio por sus colegas. A su vez, el 43% de los hombres dijeron sentirse igual. En la discusión que se dio a inicios del 2019 en EE. UU., Ben Casselman del New York Times escribió que el tema no solo toca el acoso sexual, sino de forma general esa “cultura del bullying y la agresión que ha dejado a muchas personas (hombres y mujeres) sintiéndose poco bienvenidas”. El mismo Keynes escribió a inicios de los años 30 que sería esplendido que los economistas pudieran lograr ser vistos como gente humilde y competente, como los odontólogos.

En mi época universitaria en Alemania viví los contrastes de dos facultades, pues se podía hacer un doble programa de Economía con otro de Ciencias Sociales. Eran dos mundos distintos, y sí, debo decirlo: las energías que sentía en Economía eran un poco más extrañas que la amabilidad que vivía en ciencias sociales, a pesar de presenciar discusiones duras y hasta emotivas en algunos seminarios sobre sociología del desarrollo y ciencia política. No era cuestión de profundidad ni de rigurosidad.

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No puedo generalizar, tampoco clamar por tendencias que caen en falacias narrativas, pero sí quiero exponer algunas impresiones personales de lo que viví en el “mundo de economistas” en Colombia, o simplemente en uno de esos mundos. Por un lado, noté un desprecio tácito de algunos sectores cuando no se proviene de una universidad del mundo anglosajón en el posgrado. También percibí que los esfuerzos en pedagogía y enseñanza son invisibles para los colegas, y quizá solo algunos estudiantes encuentran algo de valor ex post en ello.

En Berlín me sorprendió un colega que no quiso hacer maestría ni doctorado porque simplemente decidió dedicarle toda su vida a enseñar. No publica en grandes journals, solo en su blog, pero su trabajo es profundo y riguroso. A nadie le presume que programó desde 0 su propia página de internet, y aprender a programar, para su edad, no era algo tan in como lo es hoy. Él no tendría mucha aceptación en este mundo competido porque no “se ha posicionado”, pero lo mejor es que no le importa y vive feliz. Da conferencias de vez en cuando por gusto, no por presión.

Me pregunto si todas y todos los economistas han hecho algo de introspección sobre la complejidad de la presión. Kahneman, psicólogo, pero premio Nobel de Economía, nos dice que el secreto de una vida feliz es no ponerse tantas expectativas inalcanzables que se reproducen sin cesar. A mí, por ejemplo, me parecería excelente que no existiera el Premio Nobel. Pero los humanos nos inventaríamos otro premio inmediatamente, fieles a la causa de la taxonomía.

Por otro lado, la aceptación de la interdisciplinariedad parece ser un discurso teórico. Quizá en este momento la psicología ha logrado pisar más fuerte en este mundo, porque la economía conductual cuestionó con método y seriedad lo que se asumió por siglos, quizá haciéndonos reflexionar sobre nuestra forma de pensar y de creer que nos conocemos verdaderamente. Pero no nos digamos mentiras, en este momento me resulta difícil creer que las puertas están abiertas para disciplinas como la sociología y la antropología, que tienen mucho que aportar, como pude vivirlo en discusiones de ciberantropología con colegas de varias áreas en mi tiempo en Múnich. Pero esto se puede volver una discusión sin fin, que arroja una temática típica de nuestra cognición: nos encanta compartimentarnos, porque así creemos entender mejor la realidad mientras construimos nuestra identidad.

De todo lo que nos burlamos del abuso de las correlaciones los economistas, pareciera que vivimos en un mundo lineal, mientras la vida va construyéndose con cisnes negros, volatilidad y muchos mensajes subliminales sobre lo que es y no es necesario. El paper que cité arriba habla de la extrema competencia en el mundo de los economistas. Cuando leo sobre la psicología de la arrogancia, me parece curioso cuando la doctora S. Krauss dice que el ingrediente básico para la arrogancia es la necesidad de poder.

Los politólogos saben bien que el poder no solo es material, y los internacionalistas saben que el poder blando no se compone de tanques de guerra, sino de una riqueza cultural que arrodilla a cualquiera. En el trastorno de personalidad narcisista, estrechamente ligado al perfil arrogante, es vital competir. En un estudio de la Universidad de Tübingen se contrapone a la arrogancia precisamente la necesidad de afiliación, con construcción conjunta de soluciones. Ojalá remáramos más hacia allá.

Es importante desligarnos de que hay solo una versión “de un(a) buen(a) economista”, bajo un modelo que cuantifica egos y premia la inflación de escritos en el silencio. Hay muchas formas de ser bueno en esta disciplina. Ser arrogante es ser inseguro y, para mí, no habla necesariamente de ser holísticamente bueno. Pensemos en las palabras del poeta persa Omar Jayam, que escribió esta bonita e inmortal frase en el siglo 12: “Cuanto más baja es el alma, más alta está la nariz. Y el hombre busca con su nariz lo que no ha encontrado con su alma”.

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