CLAUDIA VARELA

¡Quiero verte sonreír!

Busquemos ser felices de verdad y derrochemos buena energía. Disfrutemos la simpleza del ahora.

Claudia Varela, Claudia Varela
11 de marzo de 2018

El ambiente a veces está tan difícil que nos quedamos sumidos en nuestro propio mundo, echándole la culpa a los demás de nuestras desgracias. Porque otro vota mal, porque no entiende, porque se queja de todo, porque hace el trancón… por cualquier cosa que se meta a dañar o siquiera a perturbar el sagrado orden de lo más importante en la vida, que aparentemente soy yo mismo.

La agresividad que se vive en las calles y el desconsuelo de tener un país que nunca había vivido tal desasosiego electoral, hace que la gente ande seriamente angustiada. No veo preocupaciones colectivas sino más bien individualistas de qué pasa si gana un personaje como Petro.

Mi columna jamás será política, a menos que entendamos la política como el mejor hacer por un propósito colectivo. Solo quiero plantear una reflexión sobre qué es lo que hacemos para lograr un mundo más amable.

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Siendo todos partes de la misma energía y creación del universo, ¿por qué no tenemos un poco más de tolerancia? Hace unos días quedé realmente impactada con un personaje cualquiera de las calles de nuestra muy transitada Bogotá.

Yo iba manejando mi carro en las delicias de la autopista norte a las 8 am. El trancón era monumental y en medio de mi hiperactividad, buscaba qué hacer, para no desaprovechar los valiosos minutos de semejante taco de exceso vehicular.

Bajé la mirada por 5 segundos buscando subir el volumen de la radio y el carro de adelante arrancó. Tal vez avanzó 3 metros máximo. Obviamente yo me demore dos nanosegundos en subir la mirada y el maravilloso ciudadano que estaba detrás mío me pitó en su megacamioneta con la intención, seguramente, de intimidarme. Pero en realidad poco me intimida hoy en día.

El pito me pareció algo excesivo, así que levanté mi mano tratando de decir ‘cálmate‘. Después de avanzar otros 50 centímetros, el tipo logró llegar a mi izquierda mientras hacía señales furiosas de que abriera la ventana. No se si fui imprudente, pero lo hice… cuando seguro el tipo me iba a decir que mis neuronas estaban mal usadas por bajar la mirada por 3 segundos en un trancón, atiné a decirle “señor, por favor no sea grosero, no es necesario”.

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El tipo me dijo “en la vida hay que moverse mamita”. En ese momento por mi cabeza pasaron 300 mensajes encontrados dado que si algo no hay que decirme a mí es que "me mueva". Hasta me han comparado con un Beagle cachorro detrás de una pelota. Pero en mi nuevo ánimo tolerante y liberador de energía, miré al señor que me odiaba por mi afrenta y le dije con mi mejor sonrisa: "Dios lo bendiga". No sé si fue verdad, pero me dijo: "a ti también".

Durante toda la ruta de la autopista estuvimos casi al lado. O sea, jamás lo retrasé ni arruine su día. El trancón estaba y su día estaba echado a perder por él solito, no por mi causa.

Ese día decidí que quiero dar y recibir más sonrisas. Que quiero dar más abrazos. La vida es demasiado corta para desaprovechar sus bendiciones. Me gusta sonreír, me gusta dar y ver la cara de los demás cuando irradias algo bueno. Hace poco escuché a una joven ejecutiva en uno de mis talleres decir... voy a dejar de ver el punto negro en la hoja blanca. Eso me gustó.

Las organizaciones deberían vender sonrisas. Producirlas. Jugar a conocer los motivadores de los demás para llegar a producir reacciones genuinas de alegría y pasión por lo que hacemos.

¿Qué tal generar en pequeñas acciones un cambio positivo en el entorno? ¿Qué tal un poco más de tolerancia? ¿Qué tal un poco menos de egoísmo y más sentido de la justicia?

Busquemos un gerente de abrazos y sonrisas. Busquemos ser felices de verdad y derrochemos buena energía. Disfrutemos la simpleza del ahora. Como diría Jim Rohn: "la felicidad no es algo que pospones para el futuro; es algo que diseñas para el presente".

"Mantén tu cara hacia el sol y no podrás ver una sola sombra". (Helen Keller).

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