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Diálogo entre Bolívar y Confucio

Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto. Opinión de Germán Retana.*

Germán Retana
29 de abril de 2013

Imaginemos al científico alemán, G. C. Lichtenberg, afirmando lo anterior frente a Simón Bolívar (B) y Confucio (C), quienes de inmediato inician un diálogo al respecto, acudiendo a sus frases célebres, mientras gerentes, líderes empresariales y políticos, les escuchan...

Sobre la integridad. (B): Dichosísimo aquel que corriendo por entre escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, conserva su honor. (C): Los reinos perecen a causa de interna descomposición antes de que los demás reinos los ataquen. (B): El que manda debe oír aunque sean las más duras verdades y, después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que produzcan los errores.

Sobre la coherencia. (C): Lo que hacen los gobernantes es luego imitado por el pueblo. No puedes, por consiguiente, acusar ahora al pueblo de su proceder ni condenarle por ello, pues ha imitado lo que había aprendido de su príncipe; ha devuelto lo que se le había dado. (B): Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos. (C): Conocer lo que es justo y no practicarlo es una cobardía.

Sobre la moral auténtica. (B): En el orden de las vicisitudes humanas, no es siempre la mayoría de la masa física la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política. (C): Jamás he oído que un hombre que no actuara con rectitud lograse enderezar a los demás. Menos aún, podría lograr que los demás fueran sinceros quien observara un comportamiento hipócrita.

Sobre la justicia. (C): El mejor medio para alcanzar las virtudes de la justicia y la equidad es dominar las pasiones. Quien se deja dominar por ellas es muy difícil que obre con justicia y equidad. (B): La justicia es la reina de las virtudes republicanas y con ella se sostiene la igualdad y la libertad. (C): Resulta totalmente imposible gobernar un pueblo, si éste ha perdido la confianza en sus gobernantes. (B): Si un hombre fuese necesario para sostener el Estado, ese Estado no debería existir, y al fin no existiría.

Este imaginario diálogo continúa, pero ahora en la conciencia de quienes dirigen organizaciones. Se preguntan si poseen legitimidad o solo autoridad. Los unos cuentan con el poder de su moral y con la autorización de sus dirigidos para decidir por ellos. Los otros dependen más de la formalidad, la fuerza o la coerción para imponer un rumbo.

La integridad aumenta la credibilidad. Si lo que interesa es que las empresas y países prosperen, la gente se sentirá más segura si es guiada por líderes confiables, pues como Gandhi solía repetir: "El progreso es posible cuando la honestidad hace la diferencia."


* Profesor Incae Business School