ERICK BEHAR VILLEGAS

¿Desconfía de Colombia? El potencial de cambio está en la confianza

En todas nuestras interacciones, algo de confianza…y desconfianza existe. Y curiosamente, nos encontramos en una Colombia profundamente desconfiada y dividida. ¿Podemos reducir la desconfianza?

Erick Behar Villegas, Erick Behar Villegas
23 de abril de 2019

Sin confianza prácticamente no habría interacción entre nosotros. Piense que cada vez que pide un café, usted confía de cierta manera, que están usando buenos ingredientes, que no le van a hacer daño y que recibirá café y no alguna mezcla extraña y adulterada. En todas nuestras interacciones, algo de confianza…y desconfianza existe. Y curiosamente, nos encontramos en una Colombia profundamente desconfiada y dividida. ¿Podemos reducir la desconfianza?

Existe un juego curioso llamado The Human Trust Game, ideado por Jan Engelmann, un reconocido psicólogo. La idea es probar qué tanta confianza hay entre desconocidos. Imaginen que dos personas reciben inicialmente la misma cantidad de dinero. El jugador 1 puede darle algo de su dinero al otro; si lo hace, se multiplica esa cantidad dada su generosidad. El jugador 2 tiene la posibilidad de quedarse con el dinero o de generar reciprocidad y darle una parte al jugador 1, elevando la confianza entre los dos. Si no lo hace, la traición que genera el jugador 2 hacia el 1 termina generando consecuencias negativas para el 1 en otros ámbitos de la vida. Engelmann, Hermann & Tomasello (2015) modificaron el juego para aplicarlo a chimpancés, encontrando patrones de confianza y reciprocidad entre ellos. En nuestra evolución entonces, parece que la confianza siempre ha existido en algún lado.

Volvamos a Colombia. Hace poco se publicó la iniciativa de USAID, Acdi/voca y otros actores, llamada “Somos PARte de una nueva generación que confía”. En un estudio con casi 12.000 encuestas, encontraron que el 73% de las personas no confía en sus vecinos, mientras que el 86% no confía en el Estado. Curiosamente, el 92,1% está orgulloso de ser colombiano. ¿Será que la indiferencia vive en nuestro ADN? O sencillamente somos como cualquier ser humano. Si le preguntamos a algunos especialistas, nos dirían que la confianza sirve para dinamizar y simplificar nuestras vidas. Y así sea algo tan claro en la teoría y en los estudios empíricos, en este país se respira la desconfianza y la reciprocidad duerme en el limbo.

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Quizá, parte de lo que ha llevado a esto es una falla estructural en las instituciones, que se han encargado de desgastar al ciudadano; algunas parecieran burlarse también, inventando marañas burocráticas en un contexto de inseguridad, alimentando selvas de trámites y toneladas de normas que requieren de especialistas para interpretar sus sandeces. Si no me creen, revisen las 11.000 normas que encontró Fenalco cuando le pidió al Congreso que contemplara la posibilidad de tumbarlas para hacernos la vida más fácil y lógica. Y así, la desconfianza sigue; se multiplica.

Polarizar, dividir al país entre amigos y enemigos de la paz, entre uribistas y petristas (que vergüenza ese debate) lo único que hace es dinamitar la confianza y robustecer las trincheras de una sociedad distante, reticente y a la vez, folclórica en sus curiosas válvulas de escape culturales. El nuevo polvorín digital para todo este odio es Twitter, una especie de sala de odio y humor que está transformando la expresión en degradación digital, elegantemente expuesta en un front-end de la visibilidad.

Pensando en el Estado, Alejandro Gaviria (2018) nos dice que “un contexto de desconfianza, en el cual todo el mundo está bajo sospecha, en el cual se trata a todos y cada uno de los participantes como delincuentes en potencia, puede producir un desacoplamiento moral e inducir comportamientos corruptos”. Colombia se ha encargado de producir masivamente normas basadas en la idea que todo el mundo es malo; haciéndole honor a pensar que “la confianza es buena, el control mejor”. Quizá la desconfianza estructural que atraviesa las instituciones y el quehacer diario de la burocracia sea un alimentador perverso de divisiones en este país.

Hace unos días, cuando alguien le pidió la mano a su novia en Transmilenio, el comentario que atrajo muchas risas preguntaba cómo se le había ocurrido al muchacho entregarle el celular a un desconocido para que lo filmara en su escena. Uno pide la hora en la calle, y en los ojos de los demás a veces se lee el miedo, el escepticismo y todo aquello que una sociedad insegura nos ha infundido. Claro, no es solo Colombia; pero otros países han avanzado mucho en esto.

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Entonces, nos hace falta, siguiendo al profesor Juan Camilo Cárdenas, algo de confianza interpersonal y solidaridad entre ciudadanos. En un artículo suyo menciona una máxima de Kenneth Arrow, que veía la confianza como un lubricante importante para la sociedad, pues la hace funcionar ahorrándonos muchos problemas. Piénsenlo así: si confiáramos en los demás, muchos gastos, incluyendo los del tiempo, no serían necesarios; podríamos dejar de comprar otro celular para reemplazar el que nos robaron, y así sucesivamente. Seamos realistas, diríamos nosotros; Sartre diría, sí, seamos realistas, pidamos lo imposible. ¿Es imposible tener confianza en Colombia?

Y bien, uno pensaría que hay muchas personas encaminadas hacia la esperanza en la confianza, pero algunos aparecen y la dañan. Viviendo casos reales con personas inescrupulosas que hacen pedidos a emprendedores, inventan 1000 excusas y no pagan, hace pensar que el optimismo tiene fuertes contradictores. Por eso el sistema legal tiene que estar del lado de la confianza, castigando fuertemente a aquellos que se burlan de ella e incentivando a los que la promueven.

Pero, como diría Cárdenas, la confianza no se puede decretar. Sin duda se necesitan campañas para mover el optimismo, pero más importantes aún son las medidas de cooperación intra-comunidad, los cambios legales que generen incentivos a la confianza y deshagan el control excesivo que ha venido destruyendo la innovación gubernamental. La confianza sí se puede construir, pero requiere de menos polarización, menos control excesivo politizado y de mecanismos sencillos para frenar a inescrupulosos que en su día a día destruyen la confianza. La confianza, al fin y al cabo, no está muy lejos de las distintas dimensiones de la seguridad.

Post Scriptum: Aún la todopoderosa burocracia del Agustín Codazzi, Dirección Territorial Cundinamarca, no ha movido un dedo para resolver el trámite que reporté en una reciente columna. ¿Cómo confiar en el Estado?

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