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Cuando el Estado es el peor de los socios

Qué difícil es en lo privado tener que lidiar con un Estado que nos quita por adelantado, nos impide operar con tranquilidad y confianza pero es además un corrupto defendiendo los intereses de esos pocos que se alimentan de nuestro esfuerzo, trabajo e impuestos.

Pablo Londoño
14 de julio de 2016

Nada más complicado que conseguir un buen socio. Es de esas cosas que no se enseñan en la Universidad, que no tienen una cátedra específica en los MBA y que por lo tanto termina siendo producto del azar, de la intuición, de la buena o mala suerte. Los buenos socios se complementan, se motivan, son tablero de resonancia de buenas y malas iniciativas, son críticos en los momentos de desatino y sobre todo solidarios en los muchos momentos en donde necesitamos no sólo plata sino una palmada en la espalda.

Parte importante de los grandes aciertos empresariales tienen detrás una historia en donde a la par de una buena idea, encontramos personalidades y estilos las más de las veces complementarios. El gran visionario junto al que hace que las cosas pasen; el creativo y el operacional; el de mercadeo junto a un gran financiero; el arriesgado y el cauto. Generalmente complementariedad de personalidades, estilos y conocimientos que se potencian el uno al otro  sacando lo mejor de cada cual en pos de un sueño compartido.

Por eso complica un poco la vida tener que convivir con modelos económicos que imponen al Estado como socio de hecho en todas y cada una de nuestra actividades humanas. Colombia por supuesto no es la excepción, siguiendo modelos clásicos de un Estado interventor en donde este se hace partícipe de nuestras utilidades, pagadas por anticipado, buscando la famosa redistribución del ingreso que rara vez llega a donde debiera porque se queda en una gran cantidad de intermediarios.

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La discusión pareciera inútil, simplemente es así en la mayor parte de los países del mundo. Sin embargo la pregunta no es si lo debiéramos aceptar de facto como uno de esos lastres del sistema de capital imperante, sino por qué tenemos que lidiar con un socio que no solo se cobra por anticipado, sino que además entorpece la mayor parte de nuestras actividades haciendo en general más complicado, a veces imposible, nuestro emprendimiento.

Esta discusión siempre ha girado alrededor de temas de justicia social y necesidad de regulación. El Estado necesita cobrarse  para “nivelar “las cargas sociales entregando más a los menos favorecidos  y de otra parte debe regular las actividades humadas protegiendo a los ciudadanos de los desmanes de un sector privado “egoísta” al que poco le interesaría el bienestar común.

Hay que regular lo laboral, lo  ambiental, etc buscando ponerle límite al sector  privado y estableciendo las reglas de buena convivencia a ciudadanos que “no saben” comportarse de una parte, y  hay que intervenir como juez superior de nuestra actividades, como árbitro imparcial que aplica la ley y hace cumplir el valor superior, el de la justicia.

El problema de esto que suena tan lindo es cuando nuestro Estado, aquel en quien hemos delegado nuestra reglas de convivencia, es  el propiciador de los mayores desordenes, limitando de un lado la iniciativa privada con regulaciones absurdas, injustas y por demás lentas, y dejando que sea el caos, la falta de orden y la absoluta inestabilidad jurídica la regla imperante.

En esto nuestro Estado y nuestro Gobierno (para entregarle la cuota de responsabilidad al de turno) sale rajado como el que más. Es un Estado en donde pulula la corrupción, el sistema de contra pesos no funciona porque los tres poderes viven en un  contubernio que los mantiene en el poder con los réditos económicos que esto implica, dejando al ciudadano de a pie totalmente desprotegido, viendo atónito como aquel en quien delego su presente y su futuro, irrespetó a diario su confianza creyéndonos por demás estúpidos.

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El Estado venía mal, pero el gobierno francamente perdió la brújula. Su proyecto de PAZ, plausible sin duda desde donde se le mire, no puede echar por la borda todos y cada uno de los valores que como sociedad respetamos. Hemos empezado, en un absurdo pragmatismo, a permitirnos el “tragarnos sapos” sin pensar que es sobre esos sapos sobre los cuales estamos edificando el futuro de nuestros hijos perdiendo absolutamente nuestra autoridad moral para defender en el futuro los valores en los que creemos.

Qué difícil es en lo privado, tener que lidiar con un Estado  que es nuestro mayor socio, nos quita por adelantado, nos impide las más de las veces a operar con tranquilidad y confianza pero es además una corrupto de marca mayor defendiendo los intereses de esos pocos que se alimentan de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo y de nuestros impuestos.

Ya bastante complicado es luchar contra las fuerzas económicas globales, tratando a diario de mantener la competitividad de nuestras empresas, en contra del desatino de un Estado que mete las narices la mayor parte de las veces para entorpecer, para “auditar” y para corromper utilizando toda su maquinaria y nuestro dinero para enmermelar a quienes como chulos se alimentan de nuestras sobras. 

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Soy un profundo admirador de la Paz, ¿quién no?. Pero esta no puede llegar a costa de hipotecar nuestro futuro y a costa de vender todos y cada uno de nuestros valores. Es un Estado con ínfulas de benefactor, con impuestos que no le dan ni para tildarse de estado solidario, costumbres de dictador y regulaciones que no dejan que ese sector privado del que se nutre tenga opciones der ser competitivo en el cada vez más difícil mundo de los negocios.