OPINIÓN ONLINE

Corruptus interruptus

No avanzamos lo suficiente en combatir la evasión y ninguna reforma fiscal tapará el hueco que ella deja junto con otras formas de corrupción.

Christopher Ramírez
17 de octubre de 2016

Faltando dos meses y medio para que el año expirara, no se había radicado ni socializado siquiera el proyecto de reforma tributaria estructural que se había anunciado desde hace más de un año por el Gobierno nacional, exigido no solo por los resignados contribuyentes sino por las calificadoras de riesgo frente a la ya apretada coyuntura fiscal.

El ministro de Hacienda en su presentación la semana anterior ante los gremios dio puntadas sobre su contenido y dejó muy en claro que uno de sus pilares será precisamente la lucha contra la evasión, propósito que es esencial satisfacer para evitar una de las razones más claras de  inequidad del sistema tributario.

Sin conocer el texto del proyecto, que es esperado para su radicación este martes 18 de octubre, cualquier comentario es especulativo pero puede decirse sin miedo a equivocación que referirse a la evasión en un país como Colombia resulta incompleto, por decirlo menos, si no se hace una verdadera lucha contra la corrupción y se entiende que la evasión es una de sus formas.

Evasión y corrupción son solo versiones diferentes de una misma visión de sociedad, donde el egoísmo y la falta de solidaridad superan con creces el sentido de comunidad y de pertenencia frente a lo público. Ambos fenómenos resultan íntimamente relacionados, aunque socialmente queramos segregarlos. Para nuestra propia conveniencia.

La corrupción como concepto social, amañado sin duda, comprende una serie muy amplia de conductas sancionadas penalmente y como tal sometidas al escarnio no solo de la privación de la libertad sino el del rechazo social. La evasión, sin embargo, no se considera una forma de corrupción en la medida que no tiene sanciones más que administrativas y como tal no implica más riesgo que el pago de penalidades e intereses.

Así, en últimas, la evasión es un negocio, visto desde esta recortada perspectiva, en la medida que el evasor juega a no ser sorprendido y sin inversión alguna puede ganarse el monto total del impuesto no pagado; y de ser sorprendido, riesgo que considera asumible, lo peor será pagar el impuesto con sanciones que pueden llegar al 160% del mismo, e intereses de mora.

Este riesgo, advierto, no es el ordinariamente asumido, ya que si el evasor es sorprendido, antes de que sea sancionado al 160% puede voluntariamente corregir sus declaraciones y con ello disminuir el monto de las sanciones hasta al 10% del impuesto omitido.

La evasión así vista no resulta repudiable sino más bien atractiva, bajo la anotada visión que nuestro sistema legal facilita.

Segregar la evasión de la corrupción también permite condenar como corruptos a ciertos despreciables políticos y funcionarios públicos, mientras que los evasores son solo comerciantes, empresarios o profesionales a los que la suerte no los favoreció. En resumen, distinguir la corrupción de la evasión supone una consolación en la medida que evasores podemos ser todos, mientras que corruptos solo aquellos.

Esta reflexión permite entender que el tema de la evasión tiene un trasfondo social de conformismo y, peor aún, derrotismo, en la medida que se trata de una conducta socialmente no reprochada porque hemos aceptado simplemente que no podemos ser mejores que eso. Y en tal medida está bien que no lo seamos.

Así, al igual que con la corrupción, la evasión no desaparecerá mientras sea un reflejo de lo que somos como sociedad. Olvídense de mayores penas, o de criminalizar la evasión, sencillamente no llegará pues tanto nuestro gobierno como nuestros congresistas representan en eso mejor que nada lo que somos como nación.

No sobra que empecemos por llamar las cosas por su nombre: la evasión es corrupción, desangra nuestro patrimonio público desde la raíz, desde la fuente misma de la riqueza de la nación que es la riqueza de sus ciudadanos. Entendamos que si bien ciertos despreciables políticos o servidores parecen justificar que no paguemos nuestros impuestos, esa justificación no nos permite ponernos a su mismo nivel y ser defraudadores antes que ellos.

Y me perdonan por romántico, pero creo que la mayor transformación de nuestra sociedad empieza con la consciencia de que somos mejores que eso, o que al menos podemos llegar a serlo.