JOSÉ MÍGUEL SANTAMARÍA URIBE

Corrupción enquistada

Hagamos un esfuerzo y en las elecciones del 2018 votemos a conciencia.

José Miguel Santamaría, José Miguel Santamaría
18 de agosto de 2017

Ad portas de las elecciones parlamentarias y presidenciales se empiezan a mover las propuestas de los candidatos dependiendo de su ideología o partido, pero hay un solo tema que todos pregonan, que no tiene ideología ni color político: la lucha contra la corrupción.

De los candidatos presidenciales muy pocos podrían en realidad atacar este flagelo. Llevan mucho tiempo en el régimen, conviviendo con la corrupción y realmente no han hecho nada al respecto así no lo sean.

Odebretch, querámoslo o no, nos está abriendo los ojos a los colombianos, y a todos los latinoamericanos, acerca de este mal que nos carcome desde hace tiempo y que definitivamente a demorado el desarrollo y la mejora de calidad de vida en nuestros países. Es importante anotar que este escándalo no hubiera salido a la luz pública sin la ayuda de la Fiscalía de los Estados Unidos.

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Desde antes que el presidente Julio Cesar Turbay Ayala dijera su legendaria frase “Debemos reducir la corrupción en sus justas proporciones”, ya habíamos tenido bastantes casos de corrupción en el país asociada a sobrecostos en compras como la de los aviones Kafir o en proyectos de infraestructura como la construcción de la Represa del Guavio o el Metro de Medellín; y el despilfarro, y por ende liquidación, de entidades que fueron literalmente saqueadas como los Ferrocarriles Nacionales, la Flota Mercante o La Caja Agraria. Todos estos casos en su momento fueron huecos de corrupción inmensos, pero hoy en día esos montos son pequeños comparados con lo que nos estamos enfrentando.

Creo que vale la pena hacer una comparación de montos para poner a los lectores en contexto de lo que estoy diciendo. En los años 90’, en el gobierno Gaviria, Dragacol fue un caso muy sonado y se hablaba de detrimento patrimonial por $26.000 millones de pesos; hoy en día Reficar tiene sobrecostos de más de 8 billones de pesos. Esto quiere decir que es un hueco 300 veces más grande.

Decir que se va a atacar la corrupción o que se hará una consulta anticorrupción no son más que saludos a la bandera. Los colombianos debemos mirar de raíz dónde tenemos esta corrupción enquistada. Yo personalmente creo nos ayudaría bastante combatirla cambiando algunas costumbres políticas.

Todos nos acordamos de los auxilios parlamentarios. Estos eran recursos que quedaban en cabeza de cada congresista para ayudar a sus electores; eran un exabrupto, pero tenían monto anual específico y se les daban a todos por igual. Estos auxilios fueron acabados y se crearon los cupos indicativos, que son mucho peores porque son muchísimos más recursos otorgados a dedo dependiendo de si el parlamentario le ayuda o no al gobierno en elecciones o en la aprobación de leyes.

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Los cupos indicativos se han prestado para que los congresistas escojan, a dedo prácticamente, al contratista de un proyecto de manera que le pueda devolver los recursos que le entregó durante su campaña. Es por eso que en los corrillos se dice que hoy en día los votos no son de los congresistas, sino de los contratistas. Acabar con los cupos indicativos, quitándole al gobierno la posibilidad de mermelar a los congresistas y que estos a su vez no tengan como contratar en cuerpo ajeno, sería un cambio radical para nuestro país y un golpe a la corrupción.

A nivel electoral también puede haber cambios que disminuyan la posibilidad de corrupción. El principal es acabar con las listas abiertas y preferentes a corporaciones públicas, ya que la competencia entre personas de la misma lista por sacar más votos hace que el que le meta más recursos a la campaña termine ganando. Esto implica manejo desbordado de efectivo, sobrepaso de límites de gastos y, obviamente, financiadores de campañas que buscarán después beneficios. Las listas cerradas implican unidad de criterio, fortalecimiento de los partidos políticos y costos mucho más mesurados de las campañas.

Como pueden ver, estos dos cambios nos ahorrarían bastantes dolores de cabeza en cuanto a corrupción se refiere, pero ahí tenemos dos grandes inconvenientes. El primero es que se necesita un gobierno popular y fuerte para no tener que comprar congresistas y el segundo es que se necesita que quede en la reforma política que deben aprobar los mismos congresistas -a quienes claramente no les interesa-.

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Al final volvemos a nuestro mismo círculo vicioso, no sabemos elegir a las personas que dirigen nuestro país y por cuenta de esto será muy difícil cambiar nuestras costumbres políticas y combatir la corrupción.

Hagamos un esfuerzo y en las elecciones del 2018 votemos a conciencia.