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Corrupción: círculo vicioso

Colombia ocupa el puesto 83 de los 168 países analizados en el ranking de corrupción de Transparency International. Dinamarca lidera la clasificación, EEUU se sitúa en la posición 16 y España en la 36.

Gustavo Rivero
1 de abril de 2016

Según World Values Survey, Colombia es el tercer país del mundo donde menos confianza interpersonal hay, es decir, donde existe una mayor desconfianza en el prójimo después de Filipinas y ‘Trinidad y Tobago’.

La corrupción obstaculiza el crecimiento económico por diversos motivos: no permite el adecuado desarrollo de las infraestructuras al reducir la eficiencia del gasto público, distorsiona la estructura del aparato productivo al sobredimensionar sectores como por ejemplo el de la construcción, desalienta al contribuyente reduciéndose la recaudación tributaria y aumentando la desigualdad, condiciona los procesos de privatización, y deteriora la imagen exterior del país.

Los costes más importantes de la corrupción quizá sean justamente los que no se ven, los costes de oportunidad, o en definitiva, lo que se deja de ganar. Cada vez más, la corrupción ahuyenta a los potenciales inversionistas, en primer lugar por razones éticas, ya que hay un creciente número de fondos de inversión y empresas con planteamientos o códigos éticos que eluden cualquier vestigio o riesgo de corrupción; y también por razones pragmáticas, puesto que en los países y entornos corruptos siempre existe el riesgo de futuros problemas legales o judiciales, o incluso políticos que pueden perjudicar arbitrariamente, limitar o incluso expropiar o hacer perder tales inversiones (algunos estudios indican que en los países corruptos hay una alta probabilidad de perder la inversión en un plazo de cinco años).

Sin duda, la cleptocracia es una lacra económica y social. El nivel de corrupción en una sociedad influye en la honestidad de sus ciudadanos, de forma que, cuanto más propenso es el entorno a vulnerar las normas, menos honestos tienden a ser los individuos, concluye un estudio publicado en la revista Nature. Investigaron cómo la prevalencia de la violación de normas en el entorno social de las personas, como corrupción, evasión fiscal o fraude político, puede influir en la honestidad intrínseca del individuo.

La conclusión es que "las personas que viven en sociedades más corruptas tienen más probabilidades de ser deshonestas que las que habitan en sociedades donde se desaprueba la violación de las normas".

Para probar esta teoría, los científicos elaboraron un índice de 159 países según la salud de sus instituciones en las categorías de corrupción, evasión fiscal y fraude político, tomando datos de 2003, el primer año en que estaban disponibles para esos apartados.

Después realizaron un experimento entre 2.568 jóvenes de 23 países representativos del panorama mundial, en el que se les dio la posibilidad de mentir en su propio beneficio sin que nadie llegara a enterarse. Entre estos países estaban China, Alemania, Indonesia, Kenia, Suecia, el Reino Unido, España, Guatemala y Colombia.

En el experimento, los voluntarios, encerrados en una cabina solos, tenían que tirar un dado dos veces, e informar después del primer número que habían sacado, recibiendo más dinero cuanto más alto fuera este número (menos el seis, por el que no recibían nada). Si la gente en cada país estaba siendo honesta todos los números tenían la misma probabilidad de salir, y si no lo eran los expertos podían calcular la distorsión.

Los expertos detectaron que los ciudadanos de países con mayores niveles de corrupción tendían a decir que habían sacado números más altos (que daban más dinero) -o sea, que eran más deshonestos- que los de sociedades menos corruptas. Es decir, la gente limita su nivel de deshonestidad según lo que percibe como aceptable en su sociedad y lo que ve a su alrededor.