ERICK BEHAR

Cárceles productivas en la sociedad de la venganza: ¿qué tal esta alternativa?

No coman cuento: las cárceles productivas en Colombia son una apología al papel, al decreto tal, al discurso del recién posesionado funcionario. Hay iniciativas increíbles, pero no hacen parte de un movimiento estructural y profundo por cambiarle la esencia a las cárceles.

Erick Behar Villegas, Erick Behar Villegas
22 de febrero de 2019

Si algo abunda en Colombia es la sed de venganza; hambre por ver cómo se hunde el otro en pro de una extraña satisfacción, hoy inclusive digital. Lo que no comprendemos es que nos hundimos todos lentamente si seguimos con la cultura de la venganza. Las cárceles son el mejor ejemplo: abrigan la más abyecta destrucción humana, pero podrían volverse un verdadero ejemplo de transformación si las volvemos productivas.

No coman cuento: las cárceles productivas en Colombia son una apología al papel, al decreto tal, al discurso del recién posesionado funcionario. Hay iniciativas increíbles, pero no hacen parte de un movimiento estructural y profundo por cambiarle la esencia a las cárceles. Hoy, el plan de transformación de Minjusticia habla de la reinserción laboral; siempre lo ha hecho, pero, parafraseando a los estudiantes Diana Álvarez y Jaime Michahán en su tesis de maestría, el discurso es lo que queda en los cambios que se idean para el mundo penitenciario.

El panorama de las cárceles en Colombia es nefasto. En el norte del país, hay más de 75% de hacinamiento; en 2018 la sobrepoblación carcelaria del país superaba el 45%, albergando a más de 115.000 personas en algo más de 130 centros penitenciarios. Colombia no es el único país que sufre hacinamiento. La misma Francia vio un incremento del 48% de su población carcelaria entre el 2001 y el 2018, al tiempo que su emblemática cárcel de Fleury-Mérogis se volvió un crisol de suicidios. Y ahí está el problema, en la degradación humana, en la destrucción de lo poco que queda de esperanza de personas, algunas inclusive inocentes, que cada día se hunden más en la espiral de la venganza colectiva.

Mi argumento no es la impunidad, al contrario, el que cometió un crimen debe pagar por él, pero destruyéndolo la sociedad sólo se arriesga a que reincida y genere más tragedias. Reconstruyéndolo (algunos no tienen remedio seguramente y bienvenidas todas las críticas nostálgicas foucaultianas), el costo social es menor. Pensemos que más del 60% de los reclusos en Colombia están entre los 18 y los 34 años, y esto significa una fuerza laboral de más de 60.000 personas que podrían purgar sus penas trabajando y devolviéndole a la sociedad al menos simbólicamente algo de lo que le quitaron. ¿De qué nos sirve terminar de destruir más personas en las cárceles, cuando podríamos limitar riesgos de reincidencia y a la vez generar recursos para el no tan pequeño billón de pesos anual que le cuesta a Colombia la USPEC?

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Colombia: iniciativas dispersas

Existen iniciativas en Colombia. Claro, pero no son de fondo como en EE.UU. Los esfuerzos de Johana Bahamón son tan espectaculares como las carteras que Hernán Zajar enseñó a fabricar a internas en Cartagena. También, el esfuerzo de la Cárcel Distrital en Bogotá con su biblioteca es un fiel reflejo de esfuerzos diseminados que deberían marcar el día a día de todas las cárceles colombianas. Al degradar al ser humano, la sociedad de la venganza lo único que hace es herirse a sí misma a través de la reincidencia. Tenemos tantos sociólogos, administradores, psicólogos, i.a. capaces y juiciosos para transformar diagnósticos en planes productivos, pero no los aprovechamos.

Según un informe de El Tiempo, había 61 maquilas que empleaban a 1441 presos en el país, pero las críticas llegaron porque no se pagaban los salarios pactados y todo terminó materializándose en la típica crítica contra el establecimiento, sosteniendo que el sistema pediría más presos para tener más dividendos. En la imperfección de un modelo y en el oportunismo se cultiva su destrucción. No estoy pidiendo que obliguemos a nadie a trabajar, sino que ofrezcamos, estructuralmente, bajo un programa nacional de incentivos, la posibilidad de ocuparse y devengar un salario que ingrese en una cuenta bancaria bien regulada, con la oportunidad de capacitarse bien, en programación, emprendimiento, manualidades, no en programas baratos que nadie quiere en el sector privado.

Un estudio de Cataluña muestra que el trabajo tiene un impacto en la dimensión emocional de los reclusos, a la vez que otro estudio demuestra cómo el 82% de los exreclusos que pasaron por el programa PIE en EE.UU no tuvieron reincidencia. En la mencionada tesis, Álvarez y Michahán resaltan la “importante función que tiene el trabajo como actividad estructuradora de la vida cotidiana de los presos”. Entre los hallazgos de su tesis, demuestran que no se le da realmente importancia a la reinserción laboral en Colombia. Algunos prefieren criticar el modelo de cárcel productiva usando el oportunista modelo del malvado capitalismo del que ellos mismos viven, pero ahí no piensan en la degradación humana que puede ser combatida con un programa trascendental de trabajo basado en incentivos.

El ejemplo de otros países

En vez de ahogarse en el debate de la esclavitud moderna, EE.UU ha demostrado cómo las cárceles pueden volverse centros productivos que ayudan a los reclusos y a toda la sociedad. En San Quentin, California, tienen un programa para enseñar a programar, mientras que el Prison Entrepreneurship Program, sí, un programa de emprendimiento carcelario, también aboga por la reinserción en la práctica. En un estudio para el National Institute of Justice, Smith & Moses (2007) demostraron que aquellos que trabajaron en prisión lograron emplearse más fácilmente que aquellos que no lo hicieron.

Dos programas muestran cómo podemos aproximarnos al tema. Uno es el del Trabajo de Industrias Tradicionales (TIWP) y el otro es el del Impulso al Trabajo entre Industria y Prisión (PIE), creado en 1979 con la Ley 96-157 en EE.UU. En el primero se fabrican objetos para que agencias del Estado los compren (colchones, sillas, etc.), mientras que, en el segundo, los reclusos trabajaban para la empresa privada bajo un esquema similar al de maquila.

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En Europa hay cárceles que parecen fincas de trabajo y recreo a la vez. En Noruega, luego del paso por cárceles tradicionales, algunos reclusos terminan en prisiones con habitaciones y baños privados, permaneciendo ocupados desde las 8 am hasta las 8 pm. Nuestro vecino Perú creó un programa llamado ‘cárceles productivas’, logrando que unos 5000 internos participaran devengando un salario con trabajos de verdad, abandonando la práctica de hacer trabajos puntuales con insumos que traían los familiares para mantener ocupados a los internos.

¿Ustedes qué prefieren?

En Colombia no hay pactos colectivos porque no hay un colectivo. Pensemos por un momento en personas inocentes privadas de la libertad en el infierno carcelario; gastemos 10 segundos imaginando una vida en donde todo cambia, hasta las energías que devienen una lenta destrucción. Vayamos más allá del tema de la culpa, de la saña que enarbola la felicidad de destruir a otros seres humanos. Pensemos en una vía distinta que ya han pensado otros países. ¿Qué prefieren? ¿Que un criminal esté encerrado unos años y salga a generar tragedias, o que durante su reclusión siembre árboles, lea, eleve paredes, arme muebles, diseñe logos a ver si luego de la misma pena cae la probabilidad de volver a hacerle daño a la sociedad? La ciberantropología nos muestra que las redes responden: “que se pudra allá”, sin saber que lo que se pudre es la sociedad en su conjunto. Si trabajan y las cárceles venden sus productos, digo que se autofinancien a ver si no necesitamos tantas reformas tributarias para destinarle, entre otros, el billón de pesos a la USPEC. No sé ustedes, señores lectores, pero yo preferiría que Samuel Moreno construya sillas y escritorios para colegios públicos durante todos esos años de encierro que le quedan, en vez de no hacer nada.

Un modelo distinto de cárceles en Colombia se puede pensar realmente. En la Ley ya existen algunos de sus principios, pero aquí creemos que por escribir una Ley ya resolvimos todo el problema: un digno método de Legalland, el país legalista que vive en Neptuno y no en la tierra. La Ley 65 de 1993 sostiene que “los organismos oficiales (…) deberán preferir la adquisición de elementos que la industria penitenciaria y carcelaria pueda ofrecer”. Curioso, dado que nadie le dice a la industria penitenciaria que se tome el trabajo de existir.

La llamada “universidad del mal” seguirá siendo la esquina del olvido en donde la venganza logra saciar su posterior indiferencia. Como no hemos cultivado el pensamiento de la eficiencia ciudadana, los esfuerzos de las cárceles productivas quedaron en el papel y en los buenos oficios de algunos héroes que van contra viento y marea por hacerle la vida a personas, algunas de ellas inclusive inocentes, algo digno.

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