ADRIANA MOLANO

¿Biches, maduros o podridos digitales?

¿En qué grado de madurez digital está su negocio y cómo tomar decisiones según el punto en que se encuentre?

Adriana Molano, Adriana Molano
13 de abril de 2018

Pareciera que todos hablamos de transformación digital por estos días; sin embargo, usar el término como sinónimo de cambio de un mouse, de las redes o de inclusión de soluciones informáticas, es un error.

La transformación digital es el resultado del cambio organizacional que hace avanzar, en simultánea y con un norte claro, los procesos, el modelo de negocio y la cultura organizacional. Para aclararlo, no es un tema de tecnología sino de personas. Aunque suene extraño, la tecnología es un apalancador, no el eje de la transformación digital.

Pero ¿cómo tomar decisiones? Usualmente, la primera consideración para tomar una decisión estratégica es comprender el contexto, entender para dónde va su sector y cómo diversos factores, desde políticos hasta ambientales, afectarían su avance. El nuevo contexto es el de la economía digital que nos abre puertas a todos los conectados, pero que también aumenta la competencia y acelera el ritmo y el grado de exigencia de los consumidores.

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Luego del contexto viene el poco valorado diagnóstico. Tristemente, muchas decisiones de negocio se toman pensando solo en el ‘querer ser’ y dejando de lado el ‘esto es lo que somos’, donde la organización se cree su propio cuento y cree estar en un punto más adelante en temas como el grado de apropiación tecnológica por parte de los colaboradores o de arquitectura empresarial para operar el negocio.

Ahí están los podridos. Aquellos que en un mundo cambiante en permanente se ven a sí mismos como triunfantes desde la orilla ganadora, creyendo que no necesitan cubrir aspectos que parecen para principiantes, pero que son la base del cambio: ¿qué tanto de la plataforma millonaria que se contrató se está capitalizando?, ¿qué tanto se impulsa el trabajo colaborativo a través de plataformas basadas en la nube?, ¿qué tanto se sabe usar Excel?

Aparatos de última temporada, soluciones de software que facturan con varios ceros a la derecha e incluso en dólares, oficinas sin muros y con rodaderos para moverse entre pisos… Eso no es transformación digital, de forma aislada estos factores pueden ser reflejo de una visión transformadora, pero hasta tanto no haya una verdadera cultura en torno al cambio, no habrá de que ufanarse.

Al otro extremo están los biches. Curiosos e incautos, resultan presa fácil de todos los vendedores de tecnología que bajo la etiqueta de transformación digital ofrecen lo que se les ocurra (incluyendo el cambio de mouse o de pantalla del computador). Caen por desconocimiento y ansiedad, no identifican el valor real que pueden aportar las soluciones TI a su negocio y se dejan llevar por las tendencias globales: piden que les desarrollen un modelo logístico basado en el uso de drones y apenas están optimizando la red de entregas en bicicleta.

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¿Cómo saber el nivel de madurez de nuestro negocio? Un test en línea puede ayudarnos (ya que están tan de moda en estos días): el ‘Digital Transformation Maturity Assessment (DTMA), parte de algunas preguntas que parecen sencillas pero que al final reflejan el grado de avance en temas como cultura y organización, tecnología y modelos de negocio.

¿Cómo se generan las nuevas ideas de su compañía?, ¿cómo participan los empleados de todas las áreas y niveles en la toma de decisiones?, ¿tienen APIs integradas?, ¿hacen pruebas de interfaces con usuarios?, ¿cuánto tarda en generarse un cambio mínimo en el sitio web de la compañía?

A los biches les toca mantener el pie en el acelerador mientras amplían su visión para saber qué aprovechar y en qué red les conviene caer. A los podridos les serviría dar unos pasos atrás y considerar de fondo si el negocio realmente está apalancándose con tecnología o si la transformación se les quedó en el discurso. A los maduros les corresponde mantener el ritmo  e ir redefiniendo sus objetivos en función de las oportunidades que abre la economía digital.

¡No nos caigamos del árbol!