PABLO LONDOÑO

Avianca: Sin vuelos en un país de aviones

He vivido como usuario la transformación de Avianca. Una empresa con un sello marcadamente colombiano, en un entorno competitivo complejo como el que más, en donde grandes capitales en el entorno global no lo han logrado.

Pablo Londoño, Pablo Londoño
28 de septiembre de 2017

Las historias de fracaso, mal servicio y quiebra son el día a día en esta industria. Avianca ha logrado en pocos años una transformación estratégica, cultural, de enfoque al servicio, digital y de comunicación que da sin lugar a dudas para un caso de estudio.

Y no es porque la aerolínea colombiana no tenga todavía retos relevantes, por supuesto que los tiene. Es porque en su cultura interna se vive un compromiso frente a la excelencia que ha captado la atención de su competencia pero sobre todo ha calado en el corazón de un usuario que se acostumbró por años al mal servicio y al incumplimiento tan frecuente en su industria, y que tuvo en esta nueva generación de Avianca una alternativa de gran calidad de la mano de su socio mayoritario al que es frecuente encontrarse atendiendo en el counter.

Es una transformación que se ha logrado en pocos años. No se necesita de una gran memoria para remontarnos a esa época terrible de retrasos eternos, cancelaciones injustificadas encubiertas con mentiras de todo tipo y maltrato a un usuario que tenía que llegar casi que con comiso al aeropuerto porque lo normal era el incumplimiento.

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La industria de la aviación en Colombia, de la mano de Avianca que ha sido líder en el país, hoy ofrece opciones de todo tipo, con aerolíneas de gran calidad, con modelos de negocio diferentes y esquemas de precio variado que le han permitido a miles de Colombianos  bajarse del bus y subirse al avión para conocer una Colombia que hoy en tiempos de calma es una verdadera delicia recorrer.

Por eso da piedra. Y no porque los trabajadores sindicalizados no tengan derecho a la protesta, faltaba más, sino porque utilizan al usuario como carne de cañón para presionar alegatos que en principio parecen sacados de un cuento de hadas, en un servicio público en donde el paro está prohibido.

Aumento del 60% de su salario, reducir en 40 horas mensuales su trabajo, 17 días de descanso al mes, prima individual mensual de $2 millones, auxilio de $300.000 mensuales para internet y teléfono, tiquetes ilimitados en ejecutiva para sus familiares, un iPad, un computador portátil, que Avianca asuma el pago del 70% del valor de la retención en la fuente, ampliación de los servicios médicos para sus familiares y el 100% de su póliza médica, afiliación médica de por vida después de 20 años de servicio, ¡ah! y una bonificación de $6 millones para cada piloto, copiloto y primer oficial tras el cierre de la negociación.  

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Soy por supuesto un defensor del derecho sindical. Las asociaciones de trabajadores lograron victorias laborales a lo largo de la historia empresarial que han dignificado la vida de millones de personas que eran explotadas, mal pagadas y tratadas como un activo más de la organización. Gran parte de los avances que en materia laboral ha cosechado el mundo (quedan muchas) se han conquistado gracias al valor civil de miles de sindicatos que lucharon por espacios laborales dignos y justos. Colombia no fue la excepción.

En Colombia les debemos la seguridad social y la racionalización de la jornada laboral para mencionar solo un par, que fueron luchas no exentas de sangre en un país en donde se tuvo por décadas un derecho laboral patronalista, auspiciado por estados corruptos que apoyaron causas ilegitimas y sangrientas tristes para la historia nacional como la masacre de las bananeras en donde el gobierno de turno jugó un rol protagónico.

Eran líderes sindicales valientes, generosos, que pensaban no solo en el bien de su afiliado, sino que tenían las más de las veces un diálogo constructivo frente a modelos empresariales trasnochados, injustos e inmorales. Esto desafortunadamente quedó en el pasado.

Al sindicalismo colombiano lo fue dejando el tren de la historia, y a diferencia de países desarrollados donde todavía hoy como en Suecia el 85% de la población económicamente activa está sindicalizada, en Colombia apenas llegamos al 5%. La razón es simple: en la medida en que el empresariado evolucionaba hacia políticas más justas e inclusivas (sigue habiendo excepciones nefastas), el sindicalismo se desconectaba de la realidad empresarial y sus líderes se convertían en garrapatas anquilosadas defendiendo privilegios personales.

Fueron perdiendo su capacidad de diálogo en la medida en que su falta de preparación los aislaba de un diálogo empresarial constructivo que retara la rentabilidad y apoyara la construcción de culturas internas sólidas, amarrados a teorías trasnochadas, politizadas y ajenas a la realidad económica mundial.

En este país, en donde la inequidad y la corrupción acaparan el escenario nacional, aparecen liderazgos como el de la Acdac, que desvirtúan la esencia misma del derecho sindical, que siempre será fructífero frente a la injusticia, si se plantea en términos legítimos y constructivos, y no para defender derechos de minorías que se parecen más a nuestros peores representantes de la clase política. ¡Aviones en la peor acepción de la palabra!

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