ÁNGEL PÉREZ MARTÍNEZ

Amar al conocimiento y a la escuela

Los retos de la pandemia producida por la covid-19 lograron que los seres humanos concentren sus esperanzas para retornar a una vida normal.

Ángel Pérez, Ángel Pérez
27 de julio de 2020

Los retos de la pandemia producida por la covid-19 lograron que los seres humanos concentren sus esperanzas para retornar a una vida normal, en los resultados de equipos de trabajo, conformados por investigadores y profesionales que tienen como fortalezas el conocimiento, la investigación y la producción de ciencia. Según la información disponible, en muy corto plazo y gracias a estas fortalezas, estos investigadores podrán cumplir con el propósito anhelado por todos: crear una vacuna o un tratamiento efectivo contra el coronavirus.

Al respecto, el sector educativo debería ser capaz de llamar la atención de los estudiantes y de los padres de familia sobre tres fenómenos: primero, quienes están investigando para crear las vacunas o tratamientos lo hacen en equipo. Insisto: en equipo. No son recetas individuales o de seres superinteligentes o excepcionales; es el resultado de un trabajo colectivo. Segundo: el éxito de su trabajo es el conocimiento y la responsabilidad con la que cumplen su labor de investigación. Tercero: estos equipos están ubicados en países donde se valora la educación pública, se invierte en ella y en el desarrollo de la investigación y la ciencia.  

Estos equipos de investigación han sido conformados, años atrás, por universidades, centros de investigación, hospitales o empresas, cuando no existía la covid-19. Sin embargo, ellos tenían el conocimiento y la experticia para investigar en la creación de la vacuna o en los tratamientos para enfrentar el virus que causa miles de muertos, así como daños económicos, sociales y culturales irreparables para el desarrollo humano.

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La escuela y los maestros deben estar muy orgullosos de lo que pasa en el mundo. Estos investigadores y profesionales, la mayoría de las veces, iniciaron el camino del saber y de la ciencia bajo el influjo de una institución escolar y de sus profesores, sin olvidar el rol de la familia. Ellos, cuando eran estudiantes de la educación básica, cimentaron en las instituciones escolares las bases que les permitieron aprender a leer y a escribir de manera crítica, a trabajar en equipo, a tener dudas, a plantear problemas, a discutir en el aula (escuchar, argumentar, participar), a entender que se aprende del otro y que se avanza sobre las diferencias y los desencuentros, pero también en la necesidad de alcanzar acuerdos básicos sobre lo esencial.

He participado en algunos encuentros virtuales donde sale a relucir la idea, según la cual con la pandemia los padres de familia y la sociedad ha descubierto la importancia de la escuela. Espero que no estemos añorando a la escuela que protege, que ayuda a cuidar y que garantiza alimentación y transporte; eso es importante, pero no puede ser la esencia de la escuela. Añoremos la escuela donde prima el trabajo planeado y en equipo para la formación de buenos seres humanos, el conocimiento crítico, los modelos pedagógicos y las interacciones sociales que, en últimas, permiten el desarrollo socioemocional de los niños y adolescentes, más allá de los valores y conductas de cada familia. Añoremos la escuela que lucha contra la desigualdad porque, como lo afirma Martha Nussbaum, es una vía crucial para el acceso de oportunidades para los más pobres, pero también, porque en ella contamos con una educación y unas vivencias que pueden ser la fuente de satisfacciones personales para toda la vida.

Con seguridad los investigadores que están creando las vacunas o los tratamientos contra la covid-19 comprendieron en la escuela y en la universidad que parte de la belleza del conocimiento es la satisfacción de encontrar respuestas a las preguntas y resolver problemas. Pero también, en una rueda sin fin, cada avance genera nuevas preguntas y nuevos problemas, que abren nuevas posibilidades de investigación y de avance del conocimiento científico. No todos son éxitos, ni premios Nobel. La historia no menciona al innumerable grupo de investigadores que murieron sin encontrar respuestas, pero ellos, de alguna manera, contribuyeron a que otros las encontraran o las reformularan; igual, ellos con su labor permitieron ampliar las fronteras del conocimiento humano. El desarrollo del conocimiento se nutre siempre del trabajo realizado en el pasado por otros seres humanos y por los avances que se logren hoy.

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Sí, es bello; es un gran triunfo del conocimiento de la educación. Hoy la humanidad cifra sus esperanzas en el conocimiento, no en el poder de la guerra, tampoco en la producción de bienes innecesarios y menos en la admiración a conductas oprobiosas de hombres como Trump o Bolsonaro. Propongo que se enseñe y se discuta con los niños y los jóvenes sobre la importancia que tiene para sus proyectos de vida y para sus expectativas futuras involucrarse en el desarrollo del conocimiento y de la ciencia, como posibilidad real para cambiar una sociedad, cuyo desarrollo es un modelo extractivista enmarcado en ilegalidad y pobreza.

Necesitamos empoderar a la escuela y a los docentes, aprovechar la crisis para ganar en crecimiento futuro para la educación; la sociedad y las comunidades educativas deben valorar más el conocimiento como oportunidad para el desarrollo de la vida con justicia social. El tejido de escuelas (53.527 sedes) y de maestros (488.537, 71% sector oficial) cubre el territorio nacional. Las escuelas pueden incidir en el desarrollo de un conocimiento más enfocado en la vida humana y no en su destrucción.

El conocimiento humano debería permitir el desarrollo de una vida sencilla y sabia para ser buenas personas. Cuando, a finales del siglo XVIII, Rousseau hizo la afirmación de que podemos ser hombres sin ser sabios, no imaginó los avances del conocimiento y el desarrollo que este traería a la vida humana. Hoy debemos tener la meta de formar seres humanos sabios, es decir, con conocimientos amplios y profundos adquiridos mediante el estudio para toda la vida, que les permita vivir de manera crítica, para que prevalezcan conductas como la justicia, la responsabilidad social, la prudencia, el juicio razonado y la convivencia en paz. Esta puede ser una definición de un sistema educativo de calidad.

Hay que recordar que, de acuerdo con la Unesco, el desarrollo del conocimiento no excluye a los sistemas educativos de su responsabilidad de consolidar el aprendizaje social-emocional y conductual de los seres humanos, porque estas herramientas también son cruciales para empoderar a los estudiantes y hacer que el cambio suceda.