MAURICIO BOTERO CAICEDO

Agua fría a los avivatos

El Estado, con toda la razón, ha logrado no tener que asumir la responsabilidad de resarcir las pérdidas de los avaros y de los codiciosos en las pirámides financieras. Pero como artífice de la mayor pirámide del país, su autoridad moral respecto a las pirámides es cada vez más precaria.

Mauricio Botero Caicedo, Mauricio Botero Caicedo
16 de agosto de 2017

Este columnista no puede ocultar que le llama poderosamente la atención las pirámides financieras. En términos generales, no puede estar más de acuerdo con el intelectual español, Santiago Ruisiñol, quien afirmaba que le encantaban los juegos de azar porque arruinaban a los imbéciles. Las pirámides financieras, muy parecidas a estos juegos de azar, cumplen dos funciones, ambas tan sanas como asépticas: en primer lugar suelen arruinar a los avaros y a los codiciosos; y en segundo lugar sirven como correas de transmisión para trasladar los dineros de los tontos a los bolsillos de los listos, fenómeno que ha ocurrido y va a seguir ocurriendo por los siglos de los siglos.

En Colombia, país de vivos, se había creado una verdadera mafia de avivatos, abogados que pretendían que fuera el Estado (o sea nosotros los contribuyentes) los que indemnizaran las pérdidas de los avaros y a los codiciosos. Contra la nación había 73.611 demandas exigiendo al fisco que respondiera por las pérdidas de los damnificados. El Juzgado Segundo Administrativo de Popayán eximió al Estado de toda responsabilidad frente a los daños causados por las denominadas ‘pirámides’. En su decisión, el Juzgado concluyó que fueron los demandantes quienes, en ejercicio del libre derecho de disposición de su dinero – atraídos por un negocio que les prometía ganancias altísimas – asumieron el riesgo o el daño que sufrieron sin que pueda atribuírsele culpa alguna al Estado. ¡Bien por los jueces del Juzgado de Popayán¡   

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Hay sin embargo una pirámide financiera en que al Estado le va a ser casi imposible evadir su responsabilidad. Y le va a ser casi imposible porque es el mismo Estado el que la ha diseñado y naturalmente que patrocina esta pirámide. Y siendo el arquitecto y promotor de esta pirámide, las autoridades se rasgan las vestiduras y se arrancan los cabellos con la eventual competencia de otras pirámides financieras.

¿Y cuál es esa pirámide estatal que hace ver las financieras como meros juegos de niños? Pues nada menos que la el Fondo de Pensiones del Estado, en dónde muchos creen, con una candidez que bordea la demencia, que los recursos con que contribuyen los empleados son más que suficientes para seguir pagando las pensiones de los jubilados. Esto es un espejismo y varios connotados analistas le han hecho saber al Estado que el sistema pensional actual es insostenible. Pero a pesar de las advertencias, los gobiernos se hacen los locos. Recientemente el Congreso tuvo la demencial idea de disminuir las semanas de cotización de las mujeres, aportando combustible para la bomba pensional que no tarda mucho en estallar. Entiendo que el gobierno objetó dicha ley.

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Hay un dato adicional que ni el gobierno, ni por supuesto el Congreso está teniendo en cuenta: la expectativa de vida de un niño o una niña que ha nacido en el 2017 es de 100 años. Es decir, que de acurdo al marco legal vigente, el Estado tendría que pagar pensión, y naturalmente cubrir los gastos de salud de estas personas, por un período de cerca de cuarenta años. A este sombrío panorama se le agrega el hecho de que se ha vuelto casi imposible predecir tanto el número de empleos como el tipo de empleo que habrá en el futuro inmediato. En pocas palabras, la pirámide se va a invertir: la base será diminuta, mientras que la cúspide será enorme. El estallido de esa bomba, económicamente hablando, nos hará regresar a la edad de piedra.

El Estado, con toda la razón, ha logrado no tener que asumir la responsabilidad de resarcir las pérdidas de los avaros y de los codiciosos en las pirámides financieras. Pero como artífice de la mayor pirámide del país, su autoridad moral respecto a las pirámides es cada vez más precaria.

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