PABLO LONDOÑO

A propósito de las pasiones generacionales

A los millennials los han tachado de perezosos, inconstantes, indisciplinados, poco comprometidos, consentidos y dispersos para mencionar unos pocos adjetivos. Pero no son calificativos muy diferentes a los que los baby boomers tuvieron entonces frente a la generación X.

Pablo Londoño, Pablo Londoño
29 de noviembre de 2018

Estuve compartiendo la semana pasada una charla en una de las más importantes universidades Colombianas con sus estudiantes y su cuerpo profesoral. El tema en discusión era el de las competencias en la era digital. La preocupación de los profesores es la de si están ayudando a construir habilidades sólidas para el profesional del futuro y la de los estudiantes si una vez terminen su ciclo universitario, van a salir al mercado laboral con la caja de herramientas necesarias para ser competentes.

Esta inquietud no es diferente a la que hoy tienen rectores y maestros de primaria y bachillerato, y no es distinta a la que tenemos los padres de familia que nos preguntamos a diario si estamos bien enfocados en la formación de las disciplinas y habilidades que van a necesitar nuestros hijos de cara a un futuro que pinta diferente, al menos incierto.

En los últimos años, discusión parecida ha llegado a los pasillos corporativos que han visto llegar a esta nueva generación ‘Y‘ con los brios propios de la juventud, la ansiedad lógica de su edad, pero con una mentalidad retadora y transformadora que ha chocado con los modelos tradicionales organizacionales que solo en pocos casos estaba preparada para fundirse de manera armónica con esta nueva forma de ver el mundo.

A los millennials los han tachado de perezosos, inconstantes, indisciplinados, poco comprometidos, consentidos y dispersos para mencionar unos pocos adjetivos con que han calificado esta nueva generación. Pero no son calificativos muy diferentes a los que los baby boomers tuvieron entonces frente a la generación X, mi generación, ni muy distintos a los que la generación saliente tuvo frente a su generación, esa que bajo los lemas de “paz y amor” adornó sus marchas con pelo largo y música protesta.

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Los conflictos generacionales siempre han existido, lo que ha cambiado de manera importante es el mundo en que vivimos, la visión de futuro de la sociedad que queremos construir y los valores de los jóvenes de hoy, que afortunadamente se desmarcan del éxito profesional y la construcción patrimonial que fueron los valores por los que nos desvivimos las generaciones anteriores.

Nuestra generación, estuvo enmarcada por la carencia, la violencia y el desorden social. En este entorno se premiaba al macho alfa, el individualismo sobre el trabajo en equipo, la autoridad y el poder sobre la creatividad y la innovación. Fue una época de pocas opciones profesionales, limitadas opciones laborales y carreras largas en donde la “paciencia” y el respeto reverencial eran valores que entre líneas alimentaban nuestra incapacidad generacional para cambiar el mundo.

Las nuevas generaciones: globales, ágiles, emprendedoras, colectivas, digitales, inmediatistas y socialmente responsables han llegado a proponer transformaciones profundas en un mundo que no viene funcionando bien y en donde la justicia social, el cambio climático y la igualdad dan un marco axiológico que tiene que hacer parte del adn corporativo para lograr su pertenencia.

En la mitad de este conflicto y ante la dificultad de articular el cambio, creo que hemos venido equivocando el discurso y confundiendo el significado de pasión y propósito. Me encuentro dentro de aquellos que ante la dificultad de nuestros hijos de “encajar”, sigue aconsejando la búsqueda de su pasión como antídoto para enfrentar el desasosiego que se siente cuando no compartimos los valores de una organización o el tedio que nos produce una carrera o la falta de admiración que tenemos por un jefe o un profesor.

Este conflicto, que entre otras no es millennial sino trasgeneracional, se da porque confundimos el sentimiento que mueve una acción o que está detrás de un sueño que es lo que comúnmente se le llama pasión, y que siendo emocional es por definición transitorio, con el porqué detrás de ellos, la racionalidad del conjunto de mis acciones, la visión futura de mis actos que es a lo que se llama propósito.

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Cuando estamos enfocados en encontrar únicamente pasión, nuestra capacidad de enfrentar el tedio es nula. Desechamos todo aquello que no nos entregue placer. Las pasiones tienden a ser individuales y aunque por momentos compartidas, son generalmente egoístas, centradas en el individuo y transitorias.

El propósito por el contrario va más allá del placer inmediato y no es auto centrado. Implica servir a otros, cambiar el statu quo, impactar la vida de los demás, crear valor más allá de nuestros propios intereses. Su esencia hace que nos permita aceptar el fracaso, la crítica y la temporalidad de una relación incluso cuando es tóxica.

Quien se enfoca solo en la pasión corre el mismo riesgo de los adictos y es que pasado el efecto transitorio de la droga tienen que correr a buscar una nueva. Son impacientes, nerviosos, insaciables y les cuesta mucho generar relaciones estables en cualquier campo porque el mundo gira alrededor de ellos mismos.

Aquellos que buscan un propósito en cambio, ven el fracaso como una oportunidad, aceptan un camino que, como es normal, está lleno de obstáculos y de momentos duros, construyen disciplinas y manejan una visión generosa de sus vidas en la medida en que saben que sus actos tienen objetivos que trascienden su propia realidad.

Francamente creo que la clave de cara al futuro no está en el adiestramiento de una nueva generación apasionada. Está en una discusión que hay que alimentar en todos los ámbitos de cómo ayudarles a encontrar propósito. Esperamos que sea uno más alto que el que tuvieron las generaciones anteriores.

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