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Jorge Gabriel Taboada

Ser o no ser mineros

¿Darán los colombianos la autorización política que necesita el Gobierno para arrancar la locomotora minera?

Dinero
11 de abril de 2012

A pesar de que las ventas colombianas al exterior por exportaciones mineras han crecido de forma importante durante los últimos años, basta con comparar el valor total que alcanzaron nuestras exportaciones en 2011 (US$12.477 millones) con el de las que hizo Chile ese mismo año (US$45.000 millones) para evidenciar lo lejos que estamos de ser un gran exportador minero. ¿Podemos llegar a serlo? ¿Es posible que en 10 años Colombia venda US$45.000 millones en minerales en el mercado internacional?

Hasta ahora nuestra minería ha crecido gracias a varias minas de carbón y una de níquel que tiene Colombia cerca del Mar Caribe. Estas minas –que explican más de 65% del valor de nuestras exportaciones mineras– son nuestros mangos bajitos. Tanto su explotación como el transporte del mineral a puerto, son fáciles y baratos. Pero, a diferencia de los chilenos, los peruanos y los bolivianos, nosotros no hemos logrado extraer grandes riquezas mineras de la Cordillera de los Andes y, a diferencia de los brasileños, no hemos podido explotar las riquezas mineras de la Amazonia.

Para llegar a ser grandes productores mineros, tenemos que ser capaces de alcanzar los mangos altos que están en la cordillera, en el sur de Bolívar, en el Chocó y en los antiguos territorios nacionales. Pero antes, el país tiene que decidir si permitirá que esto se haga.

¿Darán los colombianos la autorización política que necesita el Gobierno para arrancar la locomotora minera? La oposición que enfrentan todos los grandes proyectos de minería de oro se explica por el escepticismo que existe respecto de: i) la capacidad del Gobierno para asegurar que la minería formal no destruirá el medio ambiente ii) la capacidad del Gobierno para lograr que las compañías mineras paguen una compensación razonable al país por los minerales que explotarán, y iii) la capacidad del Gobierno para invertir bien estos recursos.

Todos sabemos que hay países como Canadá, Chile y Australia en los cuales la minería paga lo justo y se ve forzada a actuar de manera prudente con el medio ambiente. Ellos lo lograron gracias a que, previamente a la expansión minera, sus sociedades edificaron Estados fuertes pero responsables, que cuentan con instrumentos idóneos para disciplinar a las grandes compañías mineras, tales como las normas que prevén la responsabilidad penal de las personas jurídicas por delitos ambientales y tributarios, dentro de un estado de derecho que asegura que estos instrumentos serán utilizados de ser necesario, pero que las autoridades no abusarán de ellos.

En cambio, las leyes colombianas no contemplan la responsabilidad penal de las personas jurídicas, ni el delito tributario, y hay quienes piensan que si se dotara a nuestras autoridades judiciales de estos poderes, en vez de más justicia tendríamos más arbitrariedad.

Los otros elementos de este debate incluyen el destino que se dará a los recursos que el Estado obtendría gracias al crecimiento de la minería, y el manejo macroeconómico que se daría al país para garantizar que el crecimiento minero no destruya el empleo. De esto último, mucho podríamos aprender de Chile que ha logrado seguir siendo competitivo en otros sectores económicos a pesar de sus grandes ingresos mineros.

Pero no basta con que el Gobierno, que es el responsable por el manejo de los recursos del subsuelo, saque adelante el debate sobre la autorización política para que nuestra minería se dispare. Para que arranque la locomotora minera, el Gobierno debe asegurar la disponibilidad de la infraestructura de transporte y de puertos necesaria para llevar, por ejemplo, los carbones metalúrgicos que se pueden producir en la Cordillera Oriental hasta el mar, y debe resolver el difícil problema de la minería ilegal, formalizando a los mineros tradicionales cuando esto se justifique por razones sociales, pero sin permitir que los lobos que se visten con piel de oveja sigan haciendo minería ilegal, destruyendo el ambiente y promoviendo la criminalidad, mientras fingen que son mineros pobres.

En últimas, el dilema que enfrentamos los colombianos no es si vamos a ser o no un país minero, pues esto lo decidió ya la naturaleza. Como la Cordillera de los Andes pasa por Colombia y está llena de minerales, alguien los explotará, gústeles o no a los ambientalistas y a los escépticos. El verdadero debate se refiere a cómo lograr que la minería colombiana sirva para construir a Colombia, y no para destruirla.

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