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Alberto Carrasquilla

Mitologías tributarias

Cuando parece claro que habrá una nueva propuesta de reforma tributaria, conviene cuestionar ciertas mitologías que suelen permear el debate.

Dinero
14 de marzo de 2012

En las vísperas de una nueva discusión sobre el estatuto tributario colombiano, conviene discutir algunas mitologías que suelen permear estos debates en Colombia y otras latitudes.

Primero, el mito de que las empresas pagan impuestos. Quienes pagamos los impuestos empresariales somos las personas vinculadas a las empresas: sus clientes, sus trabajadores y sus accionistas, principalmente, y lo hacemos a través de mayores precios, menores remuneraciones y menores dividendos. La manera exacta en que la carga se distribuye entre clientes, trabajadores y accionistas depende de muchos factores y es específica a cada sector y producto. Aunque no conozco estudios recientes confiables sobre la incidencia tributaria, cabe pensar que en Colombia la verdadera distribución de la carga impositiva es muy distinta a la distribución imaginaria que se deriva del insufrible mamotreto legal. Me aventuro a decir, incluso, que la distribución real del impuesto de renta en el país es aún más absurda que la distribución imaginaria.

Segundo, el mito de que en Colombia la tributación empresarial es baja. Lo cierto es que la actividad formal es fuertemente gravada, no solo a través del estatuto tributario mismo, sino a través de la legislación laboral y la normativa tributaria de los gobiernos locales. Un ejercicio comparativo, elaborado por el Banco Mundial anualmente, trabajo estupendo que debería ser más conocido en el país, así lo muestra. Una empresa mediana radicada en Colombia, que cumple con todas las reglas impositivas vigentes, termina pagando 74,8% de sus utilidades en impuestos de una y otra índole. En contraste, si en lugar de radicarse acá, una empresa idéntica, sujeta a idéntica realidad económica, pagaría 40,5% si se ubica en Perú, o 25% si lo hace en Chile. Este mito hizo, por ejemplo, que en diciembre hubiera alborozo de muchos comentaristas por la decisión del Gobierno y el Congreso de volver a raparle a las empresas parte importante de la deducción que, universalmente, se le reconoce a la depreciación de los activos, al haber eliminado la deducción de 30% a la inversión.

Tercero, el mito de que la progresividad tributaria consiste en clavar a las empresas y exonerar a las personas. Este mito ha implicado que en Colombia la tributación empresarial –ya vimos que, en sentido estricto, no existe– explique el 75% del recaudo por impuesto de renta en Colombia, contra solo 24% en los países de la Ocde, organización a la que dizque queremos pertenecer. De otra parte, en Colombia, alrededor de 75% de las personas naturales está exenta de pagar el impuesto de renta.

Cuarto, el mito de que la justicia social pasa por el estatuto tributario. La progresividad debe tener como referente la política pública en su conjunto, y en esta materia fundamental para la modernidad a los colombianos nos va muy mal. Un excelente trabajo reciente muestra, por ejemplo, que casi la mitad (48%) de los subsidios sociales que otorga el Estado Social de Derecho (educación, salud, servicios públicos, etc.) terminan en manos del 20% más pudiente del país, principalmente por el peso que tienen los subsidios pensionales y los subsidios a la educación universitaria, que son elitistas, dentro del total. En Colombia, la insensatez que este mito engendra ha significado un régimen de IVA que, si no fuera por sus implicaciones en el bienestar de la población, daría risa. Al amparo del prurito de exonerar la “canasta familiar” del IVA, los colombianos más pudientes se echan al bolsillo dineros que deberían estar beneficiando, por ejemplo, excelentes centros de educación preescolar en las zonas más marginadas del país.

Con rasparle la superficie apenas a cuatro de las decenas de mitos tributarios que permean nuestro empobrecido debate económico, es claro que la novela impositiva colombiana es, por decir lo menos, inmensamente triste. Contra las más caras convicciones del progresismo que lo engendró, es muy factible que detrás de las espesas nieblas de nuestra normatividad impositiva habite un villano impune dedicado a gravar a quien no debe, flagelando el crecimiento, para regalarle plata a quien, en cambio, tampoco debe.

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