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Juan Manuel López Caballero

Lo que se esconde detrás de una parcial información

¿Las propuestas de respuesta a los respectivos problemas del país son alternativas que desvían y obstaculizan las verdaderas soluciones?

Dinero
20 de junio de 2012

Una información incompleta, deficiente o manipulada puede llevar a conclusiones engañosas.

Por otro lado, soluciones transitorias o de corto plazo pueden llevar a impedir las posibilidades de salidas verdaderas a problemas que por sus características requieren respuestas que lleven progresivamente a su alivio.

Siendo siempre más directo usar ejemplos para ilustrar argumentos, podemos usar aquí el caso del problema de la movilidad en general y la forma en que se ha enfrentado en Bogotá.

Por un lado caímos en la ‘trampa del Transmilenio’. Y no es una referencia a los varios cuestionamientos que se le pueden hacer a la construcción, a la organización, a la estructura propietaria y los subsidios que la acompañan, etc. El tema mismo es el sistema como transporte masivo, en el sentido de haberlo adoptado sin verificar si sus proyecciones eran lo que la ciudad requería.

De arranque se sabía que tal modelo correspondía a ciudades más pequeñas –como Curitiba, Brasil, de donde fue copiado–, donde las distancias, la velocidad promedio del transporte, y la cantidad de usuarios potenciales eran mucho menores que en una gran metrópoli, lo que permitía resultados satisfactorios como solución total al transporte masivo.

Porque respondía aquí a las necesidades de una parte de la población, no se tuvo en cuenta que tal respuesta no podía ser ampliada para todo el resto que quedaba sin ella. Y que, por el contrario, se convertía en razón para relegar y obstáculo para establecer (ocupando espacios físicos e institucionales difíciles de reversar) proyectos que si fueran acordes a lo que como conjunto se requería –es decir, un sistema masivo con mayor capacidad de pasajeros, más cubrimiento estratégico de la ciudad, y más velocidad de recorrido: como en todas las ciudades similares, el Metro–.

Sucedió aquí como alguna vez con la idea del Frente Nacional, que se presentó como un experimento tan genial que el mundo entero lo copiaría, y no nos dimos cuenta que nos daban una falsa solución al problema de acabar con la violencia (que bajo Rojas ya había sido superada como conflicto armado partidista y reconocida como insurgencia política con una amnistía) cuando solo la estaban trasladando a un capítulo más grave donde se convertiría en guerrilla subversiva (por falta de posibilidad de ejercer legalmente la oposición) y corrupción política (por sustituir la controversia ideológica por el clientelismo).

En este caso no hacen sino repetir que estaríamos peor sin el Transmilenio, como si la alternativa hubiera sido ese sistema o nada, cuando lo que se eliminó fue la posibilidad de implementación de otro modelo que –aún si fuera por fases y con complementos– fuera al final un tratamiento del problema de movilidad en forma integral y total. Como si fuera poco lo que ahora decidió la actual administración es repetir el caldo con una segunda taza que llama ‘tranvía ligero’.

La movilidad tiene como es obvio el segundo componente; el transporte particular tanto público como privado. Y la lógica elemental dice que deben ir paralelos el crecimiento del transporte masivo y la disminución del particular. No se amarró lo uno a lo otro en una programación o proyección, y simplemente se tomaron medidas para intentar disminuir el flujo particular. Pero estas internamente tenían además la misma falla: la reducción de los vehículos circulantes por vía del famoso ‘pico y placa’ no puede con el tiempo ser solución definitiva. En sentido contrario, se tiende a subsanar la dificultad en forma individual con la adquisición de otros carros, con lo cual colectivamente se aumenta el parque automotor y con ello el problema. El alivio transitorio dura máximo el tiempo en que entran en circulación el número de carros que con esa medida se paralizan (en Bogotá el 20% de carros que se excluyen con el pico y placa son 120.000 y anualmente entran en circulación 160.000) y se vuelve a la situación anterior pero con más lucro cesante para los individuos y la sociedad por lo invertido en automotores no utilizables.

Pero nos complacemos en dejarnos repetir la receta una y otra vez.

Lo mismo pasa con las famosas 100.000 viviendas gratis. El problema y el destino que se da a esas casas es para un universo potencial de 14’000.000 de colombianos (la ley incluye desplazados, damnificados del invierno y estrato 1). Aquí también podemos dejar de lado el cómo se podrá cumplir, y estudiar si tiene sentido el propósito.

Es un programa que sirve para decir que sí se atiende a esa población, cuando lo que se hace realmente es ocultar que no se buscan soluciones integrales para dar a la larga vivienda a quienes no pueden acceder a ella sin ayuda del Estado. Cualquier modelo de cofinanciación y con ello la creación de un fondo rotatorio creciente insinuaría una solución con el tiempo; pero este ‘modelo’ se convierte en un falso sustituto (no ataca el problema) e impide destinar esfuerzos y recursos (que se agotan en ese eventual resultado) a un verdadero ‘programa-respuesta’.

Lo mismo se puede decir del ‘modelo de desarrollo’. Nos dicen que con las locomotoras mineras –y la inversión extranjera en ellas– estamos entrando en el periodo de mayor desarrollo del país. Tampoco trataremos los temas conexos de daño al medio ambiente, impacto social, etc. Pero ningún economista ni analista aceptaría que avanza un país al organizarse alrededor del desarrollo del sector extractivo donde se agotan recursos no renovables y no se generan empleos, y disminuir la importancia de los sectores donde se crean más puestos de trabajo y nuevo valor –en escala ascendente, la agricultura, la manufactura, la industria, los servicios, la tecnología y el conocimiento–.

Tampoco bastan los datos sobre lo que los extranjeros traen para comprar sectores del país para concluir que eso significa progreso, sin saber contra eso qué sacan. En este momento es más lo que les ha rentado que lo invertido, luego no es a Colombia a quien le están dejando la rentabilidad de esos recursos. Aún más grave (y aclaro que sobre esto no he logrado información cierta de especialistas en minería, en comercio exterior o en impuestos) parece que bajo la modalidad de no reintegrar 70% de lo exportado (como lo hace Ecopetrol para no presionar más a la baja el dólar), las compañías que no son nacionales hacen en la práctica un equivalente a una reexportación de capital sin costo, impuesto, ni sanción ninguna.

Sin embargo, con los datos sobre inversión extranjera y exportaciones mineras y de hidrocarburos nos buscan convencer que de esa forma el país progresa como nunca…

Otro ejemplo sería el modelo de seguridad y orden público. Con un estamento armado del orden de magnitud del de Brasil –que tiene siete veces más habitantes–, proclama el Presidente que con tres nuevas brigadas y cuatro nuevos batallones adicionales ganaremos la victoria. Al mismo tiempo el ejército se vanagloria de mantener 900 soldados 24 horas diarias a lo largo de la vía férrea del Cerrejón para impedir sabotajes a la exportación de carbón. ¿Serán estas verdaderas muestras de lo que avanzamos en seguridad o hacia la paz? ¿Son estas propuestas caminos que abren expectativas de respuesta a los respectivos problemas? ¿O por el contrario son alternativas que desvían, difieren y obstaculizan las verdaderas soluciones?

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