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Da Vinci: el singular

¿Cómo hacemos, hoy en día, para que personas del común desarrollen el pensamiento creativo, piensen en grande, sean curiosos, ejecuten y construyan?

7 de julio de 2019

Los seres humanos hemos enfrentado diversas amenazas desde el comienzo de nuestra existencia. Podríamos argumentar que las comunidades de cazadores y recolectores de las que descendemos fueron los que más difícil la tuvieron: las amenazas que enfrentaban oscilaban entre la escasez de alimentos y la abundancia de depredadores. Todo eso sin tener en cuenta el hecho de que en ese momento cualquier hombre, mujer y niño estaba a merced de las enfermedades, ante las cuales existía poca –por no decir nula– protección. La mezcla de esos factores resultaba en que la expectativa de vida del hombre primitivo resulta inverosímil ante nuestros ojos.

La tecnología –esto es, la aplicación de conocimiento humano al desarrollo de herramientas, procesos y sistemas útiles para los humanos– nos ha alejado de esas épocas oscuras de tigres y cazadores y ha permitido no sólo nuestra supervivencia como especie, sino también nuestra prosperidad. Sin embargo, los avances tecnológicos de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va del siglo XXI ha trascendido la noción de tecnología como un medio para el progreso humano y se ha convertido en una amenaza para nuestra especie.

Hemos construido máquinas y algoritmos tan potentes e inteligentes que se pronostica que a mediados de este siglo, llegará el momento en el que las máquinas –nuestras creaciones– serán más inteligentes que los seres humanos. Ese punto de inflexión, conocido como la singularidad, será el comienzo de un nuevo universo de posibilidades, pero también de lo que se pronostica como el fin del dominio de la especie humana sobre este planeta.

El pánico es real. Nuestra tendencia como humanos es a aferrarnos a esa posición de mando en la cadena alimenticia a la que tanto nos costó llegar. No vamos a permitir que nos superen nuestras propias creaciones. Por eso, emprendedores, líderes políticos, científicos y futuristas están pensando en soluciones que, aunque provienen de diversos sectores y personalidades, giran alrededor de una constante: mitigar el avance de este tipo de tecnologías.

¿Qué tal si le damos una mirada nueva al asunto?, ¿Si enfocamos el asunto en cómo nosotros, los humanos, podemos estar a la altura –o por encima– de las máquinas?

Enfocarnos en lo que podemos lograr como humanos en vez de preocuparnos por detener el avance de las máquinas, nos lleva a preguntarnos, ¿qué tipo de seres humanos tienen la capacidad de enfrentarse a esa amenaza?, ¿Será que necesitamos más especialistas – que tanto avance tecnológico lograron?

Si nadie mejor que las máquinas puede operar a través de algoritmos –es decir, una serie de pasos que llevan a un resultado replicable– parece que no es conveniente intentar vencerlas en su propio juego. Y tener conocimiento profundo en un área –o sea ser especialista– es jugar al juego de los algoritmos. Necesitamos, en realidad, generalistas. Pero no bajo la máxima de “saber de todo un poco”, sino bajo el gran reto de ser virtuoso en varias disciplinas. ¿Y qué mejor ejemplo de ello que Leonardo Da Vinci?

La singularidad de Da Vinci

Hace poco se cumplieron 500 años de la muerte de Leonardo Da Vinci y leyendo los diferentes especiales que se hicieron en su memoria era imposible encontrar un patrón común entre ellos: se hablaba de sus aportes al arte, la ciencia, la ingeniería, las matemáticas, y cada especial resaltaba algo que el resto obviaban. Y es que con todo lo que logró en vida Da Vinci, ¡es imposible condensar toda su obra en un solo especial! Y es que es inaudito recordarlo por una sola disciplina, ni que decir una sola creación (tendríamos que escoger entre ‘La Gioconda’, ‘El Hombre Virtuoso’, y cientos de otros inventos).

Da Vinci era, sin duda, un hombre increíble, “era cien hombres en uno” escribió sobre él Walter Isaacson, el aclamado biógrafo. Y no en vano los titulares lo denominan “el genio”.

Pedirles entonces a las personas que se vuelvan como Da Vinci para poder prepararnos para la singularidad es, a lo sumo, algo absurdo. Es un imposible. Tal vez nunca exista otro hombre como él – al menos no ha existido en los últimos 500 años. Lo que sí podemos intentar, sin embargo, es adoptar algunas características de Leonardo Da Vinci y de su pensamiento. No se trata de volvernos genios, se trata de que nosotros, hombres y mujeres comunes y corrientes, adoptemos características de ese genio que fue Da Vinci, como las que presento a continuación.

Curiosidad

Afortunadamente hemos podido acceder a algunos cuadernos de Leonardo Da Vinci y en ellos se han encontrado listas de tareas pendientes. Mientras nuestras listas de pendientes pueden ser algo aburridas e incluir tareas como “pagar la cuenta del agua” o “redactar memorando”, las de Da Vinci eran todo lo contrario. Una de ellas incluye: calcular la medida de Milán y sus suburbios; descubrir la medida del Palacio del Duque; encontrar a un maestro en hidráulicos y lograr que te enseñe a reparar candados y molinos; dibujar Milán.

En estas listas es posible evidenciar la magnitud de la curiosidad intelectual de Da Vinci. Sus tareas denotan su interés por explorar diferentes disciplinas y aprender de varios maestros en habilidades particulares. La curiosidad es, ante todo, una actitud. Como escribió el mismo Da Vinci: “Es útil tener el hábito de observar, anotar y cuidadosamente considerar.”.

Pensamiento exponencial

El tamaño de la ambición de Da Vinci es –como todo lo de él– difícil de dimensionar. El contraste con nuestro modo de pensar perezoso es sorprendente pero, sobre todo, triste. Mientras nosotros estamos sumidos en el letargo de hacer todos los días las mismas cosas de la misma manera, Da Vinci estaba pensando en grande. Pensando de manera exponencial. En cosas que en el momento parecían imposibles – cosas tan absurdas, en su época, como volar.

Tendemos a creer que las apuestas grandes, aquellas que tienen el potencial de impactar a miles de personas, son más difíciles que iniciativas más pequeñas. Nos conformamos, entonces, con logros más pequeños, con crecer de manera incremental, porque creemos que lo exponencial, lo magnánimo, está fuera de nuestras capacidades. Pecamos de conformistas y olvidamos que a veces se requiere el mismo tiempo y la misma energía en lograr algo importante que algo cómodo. El legado de Da Vinci es un llamado a pensar en grande, a salir de nuestras propias fronteras (físicas y mentales), y contribuir no con un “granito de arena” sino con una gran montaña de granito.

Pensamiento creativo

La super especialización en la que nos hemos visto envueltos en años recientes ha tenido un efecto nefasto en nuestro pensamiento: hemos descuidado el pensamiento creativo. Hemos confiado al pensamiento numérico y analítico nuestro avance como especie. Y tiene sentido, lo que necesitábamos era productividad. Y para eso se requiere análisis y números. Pero ahora lo que requerimos es creatividad. Necesitamos liberar el potencial del lado derecho del cerebro –esa mente completamente nueva, como la llama Daniel Pink– de donde proviene el pensamiento creativo.

Da Vinci era un hombre que integraba ese pensamiento creativo a su obra. El diseño le permitió plasmar visualmente asuntos tan complejos como la anatomía humana. El arte le permitió abordar problemas desde una nueva perspectiva. Y es que los problemas complejos rara vez se solucionan únicamente con una perspectiva analítica, hace falta complementarla con una verdadera perspectiva creativa.

Ejecución rigurosa

Probablemente en la historia existen muchos casos de personas que han tenido sueños o ideas más ambiciosas y creativas que Da Vinci. Sin embargo, las ideas por sí solas no sobreviven al paso del tiempo. Hay que hacerlas realidad. El legado de Da Vinci no son sus planes para la humanidad; son los inventos, las obras, los cálculos, los aportes a la ciencia que dejó tras su muerte. Y es que Da Vinci era sobre todo un ejecutor.

“De la misma manera como el hierro se oxida por desuso, lo hace el intelecto a través de la inacción” dijo Da Vinci. Estrategia sin ejecución no resulta en nada. El problema es que nos gastamos la vida intentando ingeniar estrategias y proyectos tan increíbles como los de Da Vinci; probablemente nos convendría más empezar a ejecutar como Da Vinci.

***

La pregunta alrededor de Da Vinci suele ser: ¿cómo hizo un solo hombre para lograr tanto? Hay algo que suele olvidarse de su historia y es que Da Vinci contó con una red de apoyo que le permitió aprovechar todo su potencial. Una red de patrones que pusieron las condiciones y los recursos para que Da Vinci pudiera ocuparse de lo verdaderamente importante: idear, crear y trabajar.

Los Medici, Ludovico Sforza, Cesare Borgia y hasta el Rey Francis I hicieron parte de esa red de patrones que invirtieron en Da Vinci para que pudiera desarrollar su potencial. Pero eso fue en el siglo XV, ¿Cómo hacemos, hoy en día, para que personas del común desarrollen el pensamiento creativo, piensen en grande, sean curiosos, ejecuten y construyan? Pareciera imposible encontrar patrocinadores para cada individuo.

Se nos olvida, sin embargo, que hoy en día contamos con una clase de organización que no existía en esa época y que tiene el gran poder de impactar a miles de personas: la empresa. La buena noticia es que las empresas están comenzando a notar el hecho de que su productividad y rentabilidad depende de su gente y que para alcanzar su potencial como organización deben a su vez desarrollar el potencial de sus colaboradores.

La tarea para las empresas es clara: despertar el potencial enorme de los individuos. Ayudar a los humanos a acercarse al pensamiento de Da Vinci; en otras palabras, alejarnos de la singularidad y la amenaza que ella posa para la humanidad.

Por Felipe Gomez | @Actitud e |www.felipegomez.co

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