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JOSÉ MIGUEL SANTAMARÍA

La fácil es muy fácil

Siempre nos han dicho que en los momentos difíciles se conocen a los grandes líderes. Es por eso que podríamos comparar la vida con un equipo de fútbol jugando un campeonato.

29 de mayo de 2020

Un equipo en condiciones normales no necesita de un gran técnico, pero este sí se requiere en las finales de los torneos y en los partidos claves. Así es la vida.

Muy pocos hasta ahora se han mostrado y han sacado la casta gerencial: llevando esta crisis asesorados de personal idóneo y tomando decisiones sensatas. Más bien, vemos a muchos dirigentes regionales dando tumbos de lado a lado, cometiendo errores por pensar que se las saben todas o por no asumir que no se saben ninguna.

Me los imagino exactamente igual a un mal técnico de fútbol, que por falta de conocimientos o de un equipo competitivo o mediocre termina jugando a la defensiva, en lo que llamábamos operación murciélago: los once jugadores colgados del arco, evitando que les metan más goles. Esta imagen nos lleva a pensar en un símil, pues evoca al mismo mandatario que termina por falta de iniciativa, argumentos y conocimiento cerrando una localidad, con toques de queda o pico y género, y llevando a la población a morirse de hambre dentro de su lugar de habitación.

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Durante esta pandemia ha quedado en evidencia la ausencia de líderes que asuman riesgos, que tomen decisiones audaces capaces de hacer la diferencia. La mayoría, infortunadamente, ha optado por la fácil: confinar a las personas en su casa y endeudar al Estado a niveles nunca vistos. El asumir riesgos no implica ser indiferentes al problema y actuar como López Obrador o Bolsonaro.

Pareciera que morirse de covid-19 tiene más caché que morirse de hambre o que acabar el aparato productivo privado fuera una meta a cumplir por algunos. Es increíble que los municipios sin un solo infectado se mantengan totalmente cerrados; más bien, deberían crear unos protocolos y dejar a las personas trabajar y llevar el pan a la mesa de su familia.

Los subsidios, obviamente, han servido en el corto plazo, pero todos sabemos que eso es regalar pescado al hambriento, en vez de llevarlo y enseñarle a pescar. Además, nada de estas ayudas son gratis; tendremos que pagarlas vía impuestos en el futuro. No obstante, al paso que van las cosas, no habrá empresas ni recursos con qué pagarlas.

Bien lo dice el economista Daniel Lacalle cuando advierte que “los Gobiernos y los bancos centrales están ahogando a la economía en un mar de liquidez y deuda”. Esto termina siendo contraproducente, pues mientras los mercados de capitales reaccionan por la liquidez del mercado, el sector productivo se sobreendeuda y seguro la pasarán muy mal después de la pandemia. Seguramente, a esos créditos a tres y cinco años con seis meses de gracia, que se han venido otorgando, tendrán que aumentarles el plazo y la gracia. La recuperación económica no será, entonces, tan rápida.

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Infortunadamente, las leyes las crean los tecnócratas que nunca han tenido que salir a vender productos para hacer crecer una compañía, que nunca han tenido que ir a buscar un crédito para ampliar una línea de negocio o que nunca han sufrido para pagar la nómina. Es por eso que generalmente la normatividad es teóricamente buena, pero en la práctica poco funciona.

Cada día más voces hablan de proteger a los vulnerables —a los mayores, los niños, las personas con enfermedades y, por otra parte, de liberar y dejar que el grueso de la población pueda empezar a hacer su vida normal, trabaje y salga del encierro.

Esperemos que por fin durante el mes de junio lleguemos al esperado pico de la pandemia en Colombia y eso les dé fuerzas a nuestros dirigentes para asumir los riesgos de pasar de la defensiva a la ofensiva, y así poderle ganar el partido al covid-19 por goleada. 

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