Home

Opinión

Artículo

Eduardo Lora

Ellas ganan menos pero no por discriminación

El machismo está más arraigado en el hogar y en la escuela que en el trabajo.

Dinero
10 de noviembre de 2012

América Latina es la región del mundo en desarrollo donde las mujeres tienen mayores posibilidades en la política y donde gozan de mayores libertades individuales. Sin embargo, las brechas de ingreso entre hombres y mujeres son enormes, comparables en muchos casos a las de países musulmanes. En promedio, las mujeres uruguayas o costarricenses ganan 45% menos que los hombres, y es donde mejor están en términos relativos en toda América Latina.

En Colombia las mujeres ganan 54% menos que los hombres, lo cual coloca al país en la posición 99 entre 131 países según informes del Foro Económico Mundial (para consuelo, algunos países centroamericanos están peor). 

La principal causa no es, como podría pensarse, que los patronos latinoamericanos discriminen salarialmente a las mujeres. La razón fundamental son las dificultades que enfrentan muchas mujeres para combinar su rol de madres con las obligaciones que les impone un trabajo asalariado estable. El machismo está mucho más arraigado en el hogar que en el sitio de trabajo. Esa es la conclusión que se deduce del libro "Nuevo Siglo, Viejas Disparidades" que acaba de publicar el peruano Hugo Ñopo.

Las mayores diferencias de remuneración entre hombres y mujeres no se dan en las empresas medianas o grandes, sino en los pequeños negocios y en el autoempleo. Las mujeres que necesitan de más flexibilidad para conciliar el trabajo con el hogar tienen que optar por estos empleos. Una de cada cuatro mujeres tiene que limitar su jornada laboral para combinarla con sus tareas domésticas. En cambio, solo uno de cada 10 hombres tiene empleos temporales. Esa flexibilidad implica sacrificar ingresos laborales.

Las mujeres también ven recortados sus ingresos cada vez que quieren reincorporarse al mercado laboral después de haber tenido hijos o de haber estado dedicadas a responsabilidades del hogar. En cada una de estas interrupciones hay una pérdida de continuidad y experiencia, que suele pagarse caro y que dificulta retomar la carrera laboral.

La educación que reciben niños y niñas también parece contribuir a las brechas salariales que se observan después. Según las pruebas internacionales PISA que Ñopo analiza en el libro, América Latina es la región con las mayores diferencias de aprendizaje entre niños y niñas, especialmente en matemáticas. El machismo en las escuelas influye más adelante en la selección de oficios y carreras. Más de 70% de los graduados de educación, salud y bienestar son mujeres, destinadas a trabajar en los sectores de servicios donde las remuneraciones son bajas.

En cambio, las mujeres son menos de 30% de quienes se forman para los sectores con altas demandas tecnológicas, donde los salarios de entrada son mayores y hay más posibilidades de aumentos futuros.
En todo esto hay mucho espacio para las políticas públicas. Las cuotas femeninas en el Congreso, en los puestos directivos del gobierno o de las juntas empresariales pueden ser necesarias por razones políticas, y quizás son convenientes para algunas mujeres de clase alta, pero no van a transformar nada.

En primer lugar, es necesario repensar las prácticas pedagógicas con el objetivo de igualar las oportunidades para hombres y mujeres y al menos de reducir, pues será imposible eliminar, las diferencias de roles en el hogar.

Para igualar las oportunidades laborales, lo esencial es que la sociedad, y no la mujer, pague por los costos que implica el rol desigual que tienen hombres y mujeres en el hogar.

Los servicios de guarderías y las licencias de maternidad, por ejemplo, deberían ser pagados por el presupuesto público, no por las empresas, pues esto disminuye el empleo femenino. Tampoco deben ser pagados por los trabajadores formales a través de impuestos a la nómina, ya que ello reduce todo el empleo formal, de hombres y mujeres.

Se ha hablado mucho de los beneficios que le trae a la sociedad y a las familias la participación laboral de la mujer. Pero para que el trabajo les traiga más beneficios a las mujeres, sobre todo a las de clases medias y bajas, debería pensarse más en cómo conseguir que ellas puedan tener empleos formales, estables y bien remunerados.

Nota: el autor está vinculado al BID pero se expresa a título personal.

Noticias Destacadas