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Jorge Gabriel Taboada

El péndulo

Para prevenir que la gente conduzca embriagada, el reto que tenemos que superar está más en lograr que la gente cumpla la ley que en endurecer las sanciones.

Revista Dinero
25 de agosto de 2013

Quien haya leído la prensa colombiana durante 2013 diría que la opinión pública de nuestro país está de acuerdo en rechazar la práctica de conducir vehículos bajo los efectos del alcohol.

Quien la haya leído durante los últimos 20 años agregaría que está posición es reciente, y aplaudiría que los colombianos hayamos avanzado –tardíamente, como en todo– en relación con la actitud tradicionalmente tolerante que antes teníamos frente a quienes se emborrachan y conducen un vehículo, tal como lo prueba el silencio que observaron los periódicos hace 20 años frente a la tragedia nacional que ocurrió el 5 de septiembre de 1993, cuando murieron 80 personas y no sé cuantas más quedaron heridas –en muchos casos por culpa de conductores embriagados– como resultado de la celebración del 5-0 contra Argentina.

Pero si nuestro lector de prensa colombiana es perspicaz, además de alegrarse por el cambio que experimentó la opinión pública nacional frente a este grave problema social, se preocuparía por el tono populista que comienza a aparecer en periódicos y en declaraciones de políticos, que piden la crucifixión pública de las personas pilladas conduciendo bajo la influencia del licor.

Es obviamente constructivo que los colombianos tomemos conciencia de la importancia de no tolerar que nadie conduzca con tragos en la cabeza, porque si se logra reducir la aceptación social de esta conducta también se reducirá su prevalencia.

Pero, a pesar del efecto positivo del rechazo social a esta práctica estúpida, preocupa que las reformas legales que el Congreso va a expedir –con gran prisa– para enfrentar el problema respondan a lo que exige el movimiento mediático que se desató recientemente como consecuencia de algunos incidentes trágicos provocados por conductores borrachos, en lugar de concentrarse en encontrar soluciones serias para este grave problema.

Para concretar, hoy en día la opinión pública les pide al Congreso y al Presidente que el Estado establezca sanciones mucho más fuertes contra las personas que conducen bajo la influencia del alcohol, aunque los estudios demuestran que el endurecimiento de las sanciones –más allá de un cierto denominador común aceptado en la mayor parte de los países, incluida Colombia– no aporta a la solución del problema y más bien puede crear otros.

Además, si se comparan las normas colombianas con las de otros países más exitosos en prevenir que la gente conduzca embriagada, se encontrará que estas son igualmente severas, lo que indica que el reto que tenemos que superar está más en lograr que la gente cumpla la ley que en endurecer las sanciones.

El resultado de las medidas adoptadas en los diferentes países para evitar que la gente conduzca bajo la influencia del alcohol ha sido cuidadosamente estudiada por organizaciones tales como la OMS, y la comparación entre los efectos logrados en los distintos países apunta a que la forma más efectiva de combatir este flagelo está en combinar distintas medidas, entre las cuales las siguientes han demostrado que disminuyen la incidencia de esta conducta : i) En primer lugar, aumentar la probabilidad de que las autoridades detecten y sancionen a los conductores alicorados, para lo cual son necesarios más policías en las calles en las horas críticas. ii) Expropiar los vehículos de las personas que reincidan, o por lo menos parquearlos en los patios un rato largo. iii) Prohibir que los menores de 21 años –que son responsables de muchos accidentes de tránsito– conduzcan con cualquier nivel de alcohol, así sea mínimo, en la sangre. iv) Encarecer las bebidas alcohólicas vía más impuestos. v) Hacer legalmente corresponsables a los vendedores de trago (bares, restaurantes, etc.) frente a las víctimas de los accidentes, y prohibir a los meseros que sirvan a personas evidentemente alicoradas. vi) Acercar el transporte público a los clientes de los expendios alcohólicos, y en general planear las ciudades buscando que sea posible que los clientes de los bares y demás establecimientos similares no tengan que manejar para volver a sus casas, y –finalmente– vii) Aumentar el rechazo social contra quienes conducen bajo la influencia del alcohol.

También hay nuevas tecnologías que parecen servir, entre ellas un aparato que analiza el aliento de los conductores y bloquea el encendido o las llantas cuando detecta trazas de alcohol, que algunos países obligan a instalar en los carros de las personas sorprendidas conduciendo bajo tal influencia.

Corresponde al Congreso identificar una fórmula que obtenga los resultados necesarios restringiendo lo mínimo posible la libertad y la dignidad de los habitantes de nuestro país. Colombia ha sufrido mucho como consecuencia de la prohibición internacional del consumo de drogas ilícitas. Algo tenemos que haber aprendido de este amargo fracaso. Pongámoslo en práctica.

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