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Economía y covid-19: una carrera de largo aliento

El director de la revista Dinero analiza el panorama de las empresas colombianas en el marco de la pandemia: un desafío que marcará sus agendas por el resto del año.

Carlos Rodríguez
26 de junio de 2020

Los resultados de la economía en tiempos de pandemia han sido dramáticos: el crecimiento del primer trimestre de este año fue de apenas 1,1% de aumento frente al mismo periodo del año anterior, cuando entre enero y febrero de este año la dinámica había estado por encima del 4%. Eso deja en evidencia la dureza del inicio de la cuarentena por cuenta del coronavirus. Y hace prever que el segundo trimestre puede ser uno de los más malos en el comportamiento del PIB en la historia del país. Al final del año el estimativo de caída de la economía puede estar entre -2% y -5,5%, en los mejores escenarios.

El empleo no se quedó atrás y en abril se perdieron 5,4 millones de trabajos y el índice de desempleo llegó a bordear el 20%. También la pandemia ha puesto contra las cuerdas los avances en materia social y podría darse un incremento de la pobreza y de la población en situación de vulnerabilidad, retrocediendo décadas.

Este año va a registrar una recesión importante y una caída del empleo sobre todo en la primera mitad del año. El reto es lograr que el rebote se dé en el menor tiempo posible –en forma de V, como señalan los expertos– y que el crecimiento del año entrante –si se logra– pueda llevar al país y a la región a que a finales de 2021, estemos como a principio de 2020.

Es claro que la prioridad es la salud de los colombianos. Las cuarentenas dieron la posibilidad de darle herramientas al sector de la salud para que pudiera enfrentar con mayor tranquilidad nuevas olas de contagios, como las que se empezaron a ver a mediados de junio, que han encendido de nuevo las alertas en distintas ciudades. También es necesario mantener la ayuda a la población más pobre y vulnerable que vive gran parte de ella de la informalidad y preservar en la medida de lo posible y de que los recursos públicos lo permitan, los empleos y las estructuras empresariales de todos los tamaños.

Sin embargo, no hay economía ni sociedad en el planeta que resista cuarentenas de más de 3 o 4 meses, como lo ha mencionado el presidente de Anif, Mauricio Santamaría. La destrucción de puestos de trabajo y de tejido empresarial puede ser muy profunda y reconstruir estos poderosos ecosistemas puede llevar años. Ya el país lo vivió con la crisis de finales del siglo pasado, cuando pasaron más de diez años en volver a un dígito en materia de desempleo o en la reducción de la pobreza.

Esta es una carrera de largo aliento, donde es fundamental mantener el control en materia de salud para que los contagios no se desborden y el sistema no colapse; y mantener la atención y coberturas sociales. Pero también es necesario empezar a mover la economía.

Además de la salud, algunos sectores no pararon y sobre la marcha construyeron protocolos, normas y parámetros de bioseguridad que permitieron en medio de las cuarentenas y sin contagios en sus plantas y empresas, mantener el abastecimiento de alimentos, bebidas, productos de higiene y aseo, servicios públicos y financieros.

Luego empezaron a reactivarse otros sectores, como las obras públicas, donde según la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI) se han reiniciado trabajos y el 80% del personal ha retornado a sus labores. También pasó lo mismo con la construcción de edificaciones, especialmente de vivienda, con más del 84% de los proyectos andando –unos 2.100– que ha permitido a 550.000 trabajadores retomar su vida laboral.

Ahora vienen nuevos esfuerzos para reincorporar cada vez más sectores a la economía, como el comercio y más adelante sectores como la aviación, el turismo y los hoteles. Sin embargo, esta etapa, que muchos han llamado el ‘nuevo normal’ –donde se mantendrán reglas como el distanciamiento físico, el uso de implementos como el tapabocas y las restricciones para reuniones presenciales y la cuarentena para algunos grupos de la población– llega en un momento complejo donde los niveles de contagios vienen en aumento, y el sistema de salud puede quedar en jaque. 

Es fundamental mantener la disciplina social, cumplir las exigencias en materia de cuidado de salud para evitar que el virus se extienda, pero también es clave reactivar la economía y volver a darle tracción a la producción para que el consumo aumente. Por eso la responsabilidad de cada una de las personas es muy importante, para no retroceder ni volver a cuarentenas obligatorias que paralicen la economía. 

En ese escenario es inaplazable mover la demanda e incentivar el consumo para recuperar el crecimiento y buscar salidas innovadoras que permitan acelerar de nuevo la dinámica hacia el futuro, lo más pronto posible.

El mediano plazo

Si bien todas estas son tareas de corto plazo, la pandemia también va a dejar abierta la posibilidad de avanzar en las transformaciones económicas y sociales, a pesar –incluso– de las dificultades fiscales. Sin duda, el coronavirus aceleró muchas de las decisiones empresariales y sectoriales que se tenían en las agendas pero no para hoy.

La educación virtual, por ejemplo, o la posibilidad de trabajar en forma remota desde nuestros hogares tuvieron que ajustarse sobre la marcha y aprender y corregir de las experiencias del cortísimo plazo. Allí, muy seguramente se podría dar un impulso a la productividad.

Pero también han quedado grandes y dolorosas enseñanzas de este proceso, que Colombia como país debe incorporar y corregir. La informalidad es una de ellas: más del 50% de la economía está allí. Es hora de dar el salto a la formalidad para facilitar los negocios y hacer más transparente y eficaz la cobertura social en un país que no sabía dónde estaba gran parte de su población más vulnerable.

Además, esta puede ser una gran oportunidad para asumir profundas reformas que siempre se ‘han pateado’ hacia delante y donde no ha sido fácil tomar el toro por los cuernos, como la reforma laboral o la pensional.

Se hace necesario construir colchones sociales más poderosos y robustos –como por ejemplo, seguros al desempleo– que le permitan a las familias no perder la capacidad adquisitiva, en momentos de crisis, ni quedar a la deriva.

El crecimiento debe ser más solidario con un modelo más equitativo, en el que los recursos de los impuestos lleguen donde son necesarios y no se diluyan en exenciones y beneficios para unos pequeños grupos. Los sectores más vulnerables resultan siendo los más golpeados en las crisis y requieren de más apoyos y protección.

De otro lado, en medio de esta compleja situación mundial se dará una recomposición de las cadenas globales de abastecimiento en donde Colombia –no solo por su ubicación geográfica, sino también por los acuerdos comerciales y su potencial– se convierte en un interesante eje para estar más cerca de los mercados con proveeduría disponible y eficaz. También tendremos que acelerar nuestro salto en tecnología, ciencia e innovación y darle un nuevo aire a figuras como las alianzas universidad-empresa-estado que con foco y un norte claro pueden dar respuesta a muchas necesidades del país. Así se ha demostrado a lo largo de la pandemia.

Pero, sobre todo, es necesario empezar a reconstruir el camino del crecimiento –sin caer en la ‘parálisis por análisis’–, de la expansión de la clase media y de la reducción de la pobreza, para que en un década, como lo plantea el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), podamos estar hablando de pobreza por debajo del 10% de la población, con una clase media robusta del 70%, y tengamos un país encaminado hacia el desarrollo.

Una de las grandes preocupaciones es la tensión política y social. Es fundamental buscar acuerdos, en medio de las diferencias, que permitan estabilizar la economía, dinamizar el crecimiento y darle salidas a los problemas sociales que hoy tenemos. Una tarea muy retadora, pero es la hora de actuar. 

* Director de la revista Dinero y de la redacción del Grupo Semana.

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