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Manuel Maiguashca, columnista.

Las gacelas y los vicios

¿Estamos creando entonces un ambiente eficiente para tratar el tema de la drogadicción? Todos debemos pagar por los que consumen alcohol y drogas en exceso ¿Estuvo bien la medida de prohibir la dósis mínima? Opiníón de Manuel Maiguashca.

14 de diciembre de 2009

Generalmente la publicidad que anuncia el tabaco o el alcohol dibuja al consumidor de esas drogas como un ser de gran potencia sexual. El hombre relajado en un sofá con los botones del cuello de su camisa ya sueltos mira a una fértil mujer mientras bebe un sorbo de güisqui ambarino. La mujer destapa una pierna de leona y está lista para una faena carnívora de sexo. Hace unos años era ya parte de nuestra tradición, a blanco y negro, ver al hombre maduro y saludable, con arrugas en el rabillo de sus ojos montando a caballo en una llanura infinita que se detiene a fumar un cigarrillo mientras en el fondo acompaña la música de guitarra acústica, armónica y violines.

 

Todos los que hemos bebido alcohol sabemos que incita a la desinhibición pero el juicio se desenfoca y el rendimiento sexual se merma. Y esto lo sabe la humanidad hace centurias. “Provoca el deseo pero evita el rendimiento.” Decía un personaje de Macbeth. Además produce cirrosis y crea serios problemas familiares cuando se excede un su consumo. Algo parecido sucede con el tabaco. Causa mal aliento, disminuye el estado físico y inevitablemente va aniquilando a su consumidor contaminando los pulmones. La publicidad puede ser engañosa pero la ciencia y el empirismo tienen ya suficiente trayectoria para que adviertan los daños precisos de estas drogas. Sin embargo, la Humanidad las sigue consumiendo. En gran parte del mundo muchas familias todos los días, inclusive los menores, y con frenesí los fines de semana, sobre todo aquellos en edad de procrear.

 

En 1975, un biólogo israelí, Amotz Zahavi planteó una explicación para estas actitudes arbitrarias, en una corta publicación. El biólogo explica que muchas especies de animales incurren en comportamientos destructivos. La razón, es un mecanismo ágil de comunicación para comprobar que son capaces de soportar semejantes cargas de absurdo. Estos mensajes generalmente van dirigidos a potenciales parejas sexuales, depredadores o competidores por presas o parejas.

 

A veces, gacelas en las estepas africanas, al ver a un león, no se alejan a las velocidades a la cuales son capaces de correr. En lugar, caminan lentamente y saltan en un mismo sitio. Un acto casi suicida. Según Zahavi este es un comportamiento de extrema honestidad en donde la gacela le transmite al león que es tan veloz que lo desafía y que ni siquiera debería perseguirla ya que fracasaría. El león podría no creer la jugada de póquer y correr. De ser real el mensaje, el león perdería calorías y esfuerzo.

 

Por lo tanto, ambas especies ganan de esta exposición. La gacela no tiene que esforzarse e igual el león que se va hambriento tras el ñu bebé de la manada siguiente.

 

Esta teoría llegó feliz a explicar un rasgo que fue por casi siglo y medio un misterio para los biólogos: la cola del pavo real. Al exponer el colorido de su cola el pavo real es segura presa para los tigres cercanos. Sin embargo, ese esplendor de colores transmite a las hembras un claro mensaje. “Mis colores radiantes reflejan la calidad de proteínas en mi sangre y además el tamaño de mi cola pesada comprueba que tengo la fuerza en mi lomo para escabullirme del tigre y todo eso se lo pasaré a tus crías nena linda”. Rasgos similares tienen muchos pájaros e incluso nuestra especie. ¿Hay alguna explicación práctica para el pelo largo de las mujeres? Consultemos cuánto se pueden demorar en lavarlo o peinarlo.

Hace unos días el Congreso culminó el trámite para penalizar el porte de la dosis mínima de algunas drogas en Colombia. Simultáneamente el ministro del Interior y Justicia declara que las EPS deben incluir en sus planes la atención a los drogadictos.

 

Revisemos este silogismo. El instinto milenario de caer en actividades destructivas se encontró con químicos adictivos, esto sucede en una sola especie: el homo sapiens.

 

Algunos de ellos comenzaron a comercializarlos. Eso es apenas normal. De repente, por decisión de otros de la especie, consumirlos es ilegal pero el servicio de salud pública debe atender a los que los utilizan en extremo. Los consumidores moderados tendrán penas. Sin entrar a juzgar la conveniencia o no de la ilegalidad, es claro que existe una tremenda incoherencia. El tren de la lógica dictaría que si se acepta que la sociedad debe acudir al auxilio de los desmesurados no puede castigar a los mesurados. Irremediablemente esto causará mentiras en unos y otros. Los primeros en no aceptar su problema para no ser estigmatizados y los segundos en exagerarlo para no ser penalizados. Aunque gran parte de nuestro comportamiento proviene de la dictadura de nuestra evolución otra parte responde a los incentivos del hábitat. ¿Estamos creando entonces un ambiente eficiente para tratar el tema de la drogadicción? Estos dilemas no los tienen ni las gacelas ni los pavos reales.