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OPINIÓN

Educación y desarrollo

Francisco Cajiao, columnista de Dinero.com, explica que el bajo nivel educativo crea una espiral de pobreza que desemboca en conflictos internos y la corrupción de quienes detentan el poder.

15 de octubre de 2005

La educación es un proceso social que va mucho más allá de las aulas escolares y define las condiciones básicas de desarrollo de cualquier comunidad humana. Esta, desde luego, es casi una perogrullada, pero no sobra recordarla de vez en cuando, ya que permite comprender un poco mejor la enorme tarea que corresponde a un país cuando piensa en su aparato educativo formal.



Cuando un niño entra por primera vez a la escuela ya trae consigo una educación básica que ha recibido en el seno de su familia, en el barrio y en la comunidad en la cual ha tenido la suerte o la desdicha de nacer. No trae el mismo capital cultural un niño nacido en una familia acomodada, con padre y madre profesionales, con alimentación óptima, con cuidados y afecto propiciados con generosidad y abundancia, que aquel que nació en la pobreza y fue rodeado desde su primer día por la incertidumbre cotidiana de la supervivencia, la violencia y el riesgo de perderlo todo en cualquier momento por un invierno o por una masacre.



Mientras el uno ha tenido contacto en su primera infancia con libros, videojuegos, películas y viajes de placer, el otro ha tenido que endurecerse para soportar las carencias básicas, hacer trabajos que sobrepasan sus fuerzas y recibir un trato igualmente duro de familias que antes que un privilegio lo consideran una carga. El problema de la pobreza, en el aspecto humano, es terrible y debería constituir una vergüenza constante para quienes teniéndolo todo no hacen nada por suplir las necesidades de quienes no tienen casi nada.



Se supondría que entrar a la escuela es el gran salto para superar esta inequidad, pero no es una solución mágica. No basta con que los niños encuentren un cupo y comiencen a desarrollar las destrezas que les permitirán ingresar al mundo de las letras. Para que quienes nacieron bajo esa inmensa línea del 50%, en la que se alberga la pobreza colombiana, puedan aprovechar la educación formal es necesario establecer condiciones de calidad suficientes para superar las condiciones educativas previas que se generaron en los primeros años de vida. Si el país creyera de veras que la educación es un factor determinante en el camino a la equidad, debería comprender que la educación de un niño pobre requiere una inversión muy superior a la que requiere un niño rico. Pero no es así. En la actualidad, una familia con recursos invierte entre cinco y diez veces más en la educación de sus hijos que lo que invierte el Estado en la educación de la población de menores recursos. De esta forma la brecha no solamente no se reduce sino que se agranda día a día.



Y además muchos recursos se desperdician, porque el fracaso escolar, unido a la restricción económica genera un volumen inmenso de deserción. Quienes, a pesar de todo, concluyen sus estudios están en condiciones muy inferiores cuando son pobres.



El resultado es simple: una reproducción permanente de la pobreza. La cosa es que no solo se mantienen pobres los que ya eran pobres, sino que el conjunto de la sociedad tiende hacia abajo, pues los niveles de productividad son precarios, la falta de ingresos familiares no permite expandir la economía y la democracia se debilita día a día con enormes masas indiferentes y acríticas frente al destino común.



En el tema de calidad el gobierno no está haciendo bien la tarea y las cifras son elocuentes: la participación de la educación en el gasto público se ha reducido del 35.8% en 2001 al 32.1% en 2005. Se ha incrementado el número de alumnos por maestro, mientras los colegios privados de más alta calidad tienden a disminuir esta relación. El presupuesto destinado a calidad se redujo en más de $100.000 millones entre 2002 y 2005. Las pruebas del ICFES ubican el 40% de los colegios oficiales en el rango de "muy inferior" mientras los privados que tienen esta calificación están en el orden del 28%. De otra parte, el 15% de los privados se ubican en los rangos más altos, en tanto que sólo el 7% de los oficiales se ubican allí.



El problema no es de voluntad, sino de dinero. El ministerio de educación hace esfuerzos, pero ellos no son correspondidos por el ministerio de hacienda y por el jefe del Estado, que al final manda sobre los dos. La calidad cuesta dinero, y si no fuera así, ¿por qué acaban de aprobar alzas de matrículas en los colegios privados más costosos por encima de la inflación?