Tequila Yo

La crisis mexicana se extendió a otros países latinoamericanos, porque al sur del Rio grande, para los inversionistas todo es lo mismo.

JOSÉ E. GONZALES
1 de febrero de 1995

La noche del martes 10 de enero las limosinas negras, que esperan en las noches de crisis cuando banqueros al borde del agotamiento y de un ataque de nervios, sólo tienen fuerza y ganas para llegar a la puerta de sus compañías, se sumaban en Wall Street una tras otra.

Durante el día las noticias y rumores transitaron de las agencias de noticias, en constantes índices que sólo sabían decaer, a los receptores en los teléfonos, que no pararon de sonar durante todo el día, y de allí a los escritorios de los vendedores de acciones, las mesas de los corredores, los cubículos de banqueros corporativos, oficinas de abogados y hombres de negocios; con una sola excepción los mercados latinoamericanos habían, prácticamente, colapsado. Las bolsas de valores de la región vieron, en un solo día, desaparecer las ganancias de varios mesas. El martes negro se había convertido en la peor fecha que las bolsas presenciaran desde que se convirtieran en estrellas de los mercados emergentes, en 1989.

La corrida había madurado durante tres semanas. Luego de que el peso se devaluara en 15%, de N$3.5 a N$4.025, el martes 20 de diciembre de 1994 cuando el gobierno del presidente Zedillo decidió ampliar la balda cambiarla que lo había mantenido en un máximo de N$3.1, y a pesar de los esfuerzos del gobierno mexicano y las promesas de la Reserva Federal Norteamericana, el peso se devaluó estrepitosamente, llegando a perder hasta el 59% de su valor para el cuatro de enero, diez días después que el gobierno lo dejara flotar libremente, el día de navidad.

La caída del peso despertó viejas inseguridades y antiguas desconfianzas y la sospecha que el milagro económico latinoamericano de los noventa podía ser tan frágil como aquellos de los sesenta y setenta. De vuelta en sus oficinas y viendo cómo se devaluaban sus portafolios, presionados por accionistas que sólo buscaban redimir

las acciones de sus fondos mutuos para refugiarse en el efectivo -y éste en las crecientes tasas de interés norteamericanas-, los gerentes de las mayores casas de inversión de los Estados Unidos decidieron vender antes que apostar a un futuro que ya parecía haberles fallado. Y cuando las pérdidas en México sobrepasaron las expectativas, cuando los rumores ya devaluaban el peso argentino, el real brasileño y el sol peruano lo único que quedó fue el hedging, cubrir con las ganancias de otros mercados lo que perdían, en su mayor posición.

Al final del día el IPC, el índice de la Bolsa de México, cayó 6.26%; el Bovespa de la Bolsa de Sao Paulo, 9.86%; el Merval, en Buenos Aires, 9.59%; el Ipsa en Santiago de Chile, 5.15%; el IGBVL en Lima, 9% y el IBC en Caracas, 4.2%. Los únicos índices que sostuvieron sus niveles fueron el IBB en Bogotá que subió 1.2% y el Ibomed en Medellín que subió un escaso aunque honroso, tomando en cuenta las circunstancias, 0.4%. El "efecto tequila" había extendido su malestar sobre el resto de Latinoamérica.



LOS ORÍGENES DEL BEAR



Poco más de un año antes México había celebrado lo que sus autoridades consideraban un reconocimiento tardío: su incorporación comercial, cuando no geográfica, a Norteamérica a través ,de Nafta. El precio de tal incorporación había sido, sin embargo, caro. Obligados a mantener la inflación bajo control y la apertura comercial sin barreras, México había pasado del boom económico de 1990-1992 a la recesión de 1993, con miras en un esperado crecimiento en 1994.

La celebración duró poco más de algunas semanas, cuando el sueño del país desarrollado fue desbaratado, por el Ejército de Nacional Zapatista que anuncio la llegada de 1994 con un inesperado levantamiento en San Antonio de las Crasas, en el sureño estado de Chiapas

La realidad de un México rural empobrecido, que la saliente administración de Carlos Salinas de Gortari trató de disimular, fue agravada por el asesinato del candidato presidencial del PRI, Donaldo Colosio el 23 de marzo.

El asesinato de Colosio, un acertijo que nadie pareciera poder descifrar, había sido precedido por la muerte, aparentemente accidental, del cardenal Juan José Posadas, secuestros de hombres de negocios, atentados dinamiteros y continuas indicaciones de corrupción en el PRI, vinculada al narcotráfico, que el asesinado candidato pretendía combatir.

La incertidumbre generada por el asesinato político, temperada inicialmente por un tibio recibimiento a la candidatura de Ernesto Zedillo y disipada por su . cómoda victoria fue, sin embargo, resucitada por el asesinato riel secretario general del partido, José Francisco Ruiz Massieu, en septiembre. Entre Nafta, los zapatistas y los asesinatos políticos (lo urgente), el gobierno fue postergando decisiones económicas que reclamaban atención (lo importante).

El Plan Salinas-Aspe, que había devuelto aparente equilibrio a la economía mexicana, no había producido los niveles de crecimiento esperados: el PIB per cápita mantenido ilusoriamente en US$3.800 en 1993 gracias a la reevaluación del peso, que había sido mantenido a su vez gracias al flujo de capitales externos, cayó estrepitosamente a US$2.350 después de la devaluación, llevándolo a los niveles de 1984. La estabilización había asumido el plan, requería de apertura a la inversión y altas tasas de interés que mantendrían el tipo de cambio en niveles saludables. Los efectos negativos de un tipo de cambio revaluado, déficit en la balanza comercial y en cuenta corriente, producto de la reducción de la competitividad en mercados internacionales y la exposición a crecientes importaciones, serían menguados precisamente por el tipo de cambio que proveería la inversión extranjera que financiaría los déficit.

En 1992 y 1993 el déficit en la balanza comercial alcanzó los US$20.000 millones, mientras que el déficit en cuenta corriente sumo US$24.000 millones (un 8% del PIB, cifra que superaba a aquella que disparó la crisis de la deuda en 1982). Mientras tanto, la balanza de pagos se financió en 84% (US$47.000 millones) con inversión de portafolio y 16% (US$9.000 millones) con inversión directa.

Habiendo reconocido la necesidad de devaluar y reducir las tasas de interés, el gobierno saliente privilegió gestos políticos antes que medidas económicas: devaluar habría significado el riesgo del rechazo de Nafta en el Congreso norteamericano, que habría encontrado el mejor argumento para denunciar la "mano de obra barata"; la suspensión del imprescindible flujo de capital extranjero, que se mantenía gracias a la confianza de un peso estable, y podría haber arriesgado una derrota electoral en las elecciones de agosto.



EL PUNTO DE INFLEXIÓN



El privilegio de criterios políticos no impidió que las reservas cayeran de Ub$29.000 millones en febrero a menos de US$7.000 millones (el equivalente a dos meses de importaciones) en diciembre de 1994. Con la balanza comercial en rojo y las expectativas de los inversionistas extranjeros en igual o peor situación, las divisas que habían provisto los capitales golondrina, y que habían maquillado la balanza de pagos, habían salido del país impelidas entre otras cosas por el aumento de las tasas de interés en los Estados Unidos. Habiendo financiado el déficit de cuenta corriente, que se originaba en consumo y no en ahorro, con capital especulativo, y ante la posibilidad de un déficit fiscal creciente, el gobierno entrante se vio forzado a aceptar la impostergable devaluación de diciembre.

La medida, que causó pérdidas por US$10.000 millones a unos 400 inversionistas institucionales norteamericanos, redujo la capacidad adquisitiva de los mexicanos en 40%, y precipitó la salida de US$8.000 millones en nueve días, y forzó a su vez la renuncia del ministro de Finanzas, Jaime Serra, el negociador de Nafta y el lanzamiento de uri plan de emergencia implementado por el ministro entrante, Guillermo Ortiz Martínez. El plan, anunciado el 3 de enero, contemplaba créditos norteamericanos por US$18.000 millones para mantener la estabilidad del peso (US$13.000 millones de bancos privados y US$7.000 millones de los gobiernos de los Estados Unidos y Canadá), e imponía medidas de austeridad que implicaban mantener los aumentos de salarios en 7% para 1995, reducir el gasto público y acelerar ciertas privatizaciones.

Los anuncios fracasaron .en sus afanes optimistas. Con una inflación esperada en un nivel mínimo de 30% para 1995, y no el 16% oficial (7% en 1994); intereses acumulados de deuda en moneda extranjera por US$30.000 millones; un crecimiento económico, en el mejor

de los casos, de 1%; y altas tasas de interés (50% para el overnight y tarjetas de crédito) que en lugar de atraer capitales extranjeros reducen la inversión; el esperado incremento exportador no se daría hasta 1996. A la siguiente semana fue el crash.



EL EFECTO DOMINÓ



El hecho de que el portafolio promedio de un fondo mutuo norteamericano le diera un peso relativo de 40% a México hizo de la pérdida cambiaria un desastre. La corrida en la bolsa empeoró aún más el panorama, que había sido bastante malo con una caída de 9% en pesos y 44% en dólares en el IPC durante 1994. Ante tales circunstancias, y la posibilidad de ver deterioradas aún más sus carteras en mercados que no ofrecían la seguridad de algunas semanas atrás, los administradores de fondos latinoamericanos, que estaban siendo presionados por los "cash redemptions" de sus accionistas, decidieron deshacerse de sus posiciones en la región. El objetivo se hizo prontamente claro: vender acciones de aquellos mercados que dieron ganancias en 1994. Estos fueron encabezados por Brasil (1.060% de ganancia en reales, 60% en dólares), Perú (52% de ganancia en soles, 51% en dólares), y Chile (39% de ganancia en pesos, 47% en dólares). El otro mercado ganador, Colombia (24% en pesos, 20% en dólares), no estaba considerado en la lista por su falta de liquidez y porque los índices colombianos habían estado en un ritmo constante de corrección entre junio y diciembre de 1994, período en que las bolsas colombianas decrecieron alrededor de 20% en dólares. Las bolsas de Buenos Aires y de Caracas, los otros perdedores de 1994 (la primera con menos 21% en pesos y dólares y la segunda que ganó 36% en bolívares pero declinó 15% en dólares), no se libraron del Bear (mercado vendedor).

Buscando cubrir pérdidas y pagar liquidaciones, las órdenes de venta sorprendieron a operadores que no veían cambio alguno en las posibilidades de crecimiento de sus mercados. La mayoría no se dio cuenta que habían observado el primer efecto dominó en estado de pureza química en Latinoamérica, independientemente de su solidez relativa: las piezas habían caído por el puro efecto inercial.

En los días siguientes las bolsas se recuperaron en una suerte de ilusorio "Verano de San Juan" con los índices en alza, pero con bajos volúmenes. Los "bargain hunters" habían salido a buscar remates y liquidaciones. Para el martes 17 los mercados se habían apaciguado y permanecían "planos".



EL FUTURO



En el corto plazo lo único que se puede esperar es volatilidad: entre el temor de aquellos que vean signos de inestabilidad detrás de cada stock y los cazadores a la espera de papel barato. En el largo plazo la palabra clave es "picky", ser selectivo al punto de la melindrosidad.

1994 podría estar marcando el fin de los escenarios rosa, de la perspectiva "bullish" que sólo veía la cara positiva de la moneda. De ahora en adelante los criterios de inversión podrían apuntar hacia evidencias más sólidas de crecimiento económico: niveles de ahorro doméstico, inversión privada directa y austeridad fiscal, respaldadas por estabilidad política.

Pasada la ola de pánico y la presión de venta, aparentemente superada la mentalidad de rebaño, los inversionistas globales, así como sus

corredores habrán de convertirse en especialistas que sepan diferenciar a México del resto de América Latina. A pesar de sus respectivos problemas en cuenta corriente, Argentina y Brasil pue

den sostener sus monedas en niveles razonables, Perú tiene más dólares en circulación que soles -sus problemas son otros-, y nadie puede acusar al Chile de hoy de inestabilidad. Venezuela vive sus propios dramas, alejados sus mercados de cualquier interés extranjero y Colombia goza de singulares particularidades. A pesar de todo no se puede olvidar que después de Asia, la región habrá de registrar el mayor crecimiento económico en lo que queda de esta década, pero tampoco que la crisis mexicana habrá de desatar problemas e incertidumbres en economías que todavía distan de ser estables.

Lo menos que queda esperar es que la calma vuelva a los mercados, por lo menos hasta el próximo boom económico, cuando se vuelvan a alborotar los ánimos de .los inversionistas. Como aquello de que una de las mayores mentiras en la historia es la promesa de no volver a beber jamás, después de todo la mejor cura para el guayabo es una cerveza bien fría.