LOS COLORES DE LA JUSTICIA

El juicio a O.J. Simpson fue el espejo del problema racial en Estados Unidos que no se ha podido resolver.

Jose E. Gonzales
1 de noviembre de 1995

El momento fue climático, el clímax de un proceso cuyo legalmente accidentado y publicitariamente bien orquestado drama, transcurrió durante nueve meses. Por unos minutos el índice de la Bolsa de New York dejó de moverse, los mercados de moneda extranjera se detuvieron y 150 millones de norteamericanos, 60% de la población, contemplaron el veredicto.

La audiencia más grande en la historia de la televisión norteamericana, del 49% de los televisores encendidos al mismo tiempo en todo el país 93% sintonizaron la sala penal del juez Lance Ito en Los Ángeles, compartió con Orenthal James "O.J." Simpson el que fuera, probablemente, el momento más importante de su vida. Por unos segundos el silencio en Times Square en New York fue tan sólido como en la Corte hasta que el veredicto exculpatorio trajo alivio al sospechoso, y entonces hombre libre Simpson, generando, sin embargo, intranquilidad en las calles norteamericanas.

El veredicto del caso más sobre publicitado en la historia judicial norteamericana generó, para sorpresa de analistas y observadores, escasa controversia legal, desatando un inesperado enfrentamiento entre blancos, que asumieron la culpabilidad de O.J. como un hecho sin lugar a dudas, y negros, que descontaron su inocencia asumiendo una acusación basada en criterios estrictamente raciales. La rápida decisión de 12 hombres y mujeres conocidos solamente por los números de sus sillas en el jurado abría así una caja de Pandora en las relaciones raciales de un país que quería creerlas resueltas.



LOS ACTORES



El juicio a Simpson con su cadena de voyeurismo comercial que lindó en la intrusión y la frivolidad, se reveló en la reacción al veredicto en algo más que una tediosa explotación televisiva de crimen y celebridad. Las circunstancias del delito, la dimensión de sus actores se intrincaron de tal manera que el misterio del crimen empezó a ser superado, 'sin que nadie se diera cuenta, por la historia de fondo: el enfrentamiento entre las razas, la relación de poder entre los sexos.

En uno de los casos más representativos en términos sociales en la historia reciente de los Estados Unidos, la dicotomía establecida entre acusados y acusadores ponía en tela de juicio, literalmente, los ejes de relación social más importantes en la segunda mitad del siglo XX en el país: la confrontación étnica convertida en lucha política desde el inicio del Movimiento por los Derechos Civiles de los sesenta; y la lucha por

los derechos de la mujer, expresados inicialmente en el Acto de Igualdad de Oportunidades Laborales y ahora extendidos al abuso en el hogar, enarbolados por los movimientos feministas de los setenta.

En el caso Simpson el sospechoso era un hombre negro, O.J., exitoso y prácticamente disimulado en un mundo de blancos cuya imagen de atleta estrella y actor ligero lo presentaban como inofensivo. La víctima, una mujer blanca, Nicole Brown, bella y arrancada de la oscuridad, la clase media y la inocencia por un cónyuge de imagen ideal pero de temperamento explosivo y dado a golpearla en el trance de los celos. En paralelo, la defensa estaba encabezada por un hombre negro, Johnnie Cochran, casado, apasionado y exitoso; y la fiscalía por una mujer blanca, Marcia Clark, divorciada, inteligente e idealista. En una tercera instancia el jurado estaba conformado por una mayoría de mujeres negras de clase media, liderado por su forewoman, a su vez mujer y negra, mientras que el mayor instrumento de la fiscalía estaba representado por la policía de Los Ángeles, en su mayoría hombres blancos cuyo detective principal para el caso, Mark Fuhrman, era a su vez hombre y blanco.

La combinación de la defensa y la fiscalía, divididas por etnia y enfrentadas en género, por azar del destino, más que decisión intencional de las partes, presentaba así el marco ideal y la dirección para la estrategia legal de los bandos, la lógica del veredicto y la consecuente reacción.



Los ISSUES



En el sistema de justicia norteamericano americano el inculpado es inocente hasta que se pruebe lo contrario. Desde esa perspectiva y en términos de procedimiento, la fiscalía está encargada de presentar el caso de las víctimas a nombre del Estado acusando y enjuiciando al sospechoso del crimen. La defensa, en manos de abogados privados o de oficio, se encarga entonces de cuestionar el caso de los fiscales cuestionando sus alegatos y evidencias. El juicio transcurre entre la presentación de pruebas, testigos y expertos de la acusación en primera instancia y el cuestionamiento de tales por las propias pruebas, testigos y expertos de la defensa. La clave de esta etapa es el cross examinación: la capacidad de cuestionar a los testigos del adversario. La defensa se puede reservar el derecho de llamar como testigo a su diente. En el camino se suceden innumerables cuestiones de orden y procedimiento alegando o cuestionando la validez de los argumentos o las pruebas en ambas partes.

Al final del proceso la fiscalía presenta su alegato final, seguido por el de la defensa. La fiscalía tiene derecho a réplica antes de cerrar el proceso. El juez se encarga de velar por el orden y la legalidad del proceso guiando al jurado en su percepción del caso. Ese último, aislado durante el juicio de toda interferencia exterior, empieza a deliberar únicamente cuando el caso ha concluido. Su labor es la de dar un veredicto sobre la acusación basado en la noción de la "duda razonable": si la fiscalía fue capaz de probar culpabilidad más allá de una duda razonable y el jurado lo cree así el veredicto es "culpable"; de lo contrario "no culpable" o "inocente". Si la acusación o defensa están en desacuerdo con el veredicto existe el recurso de apelación.

El caso Simpson representa un reto para la fiscalía de Los Ángeles. Con solamente pruebas circunstanciales, los cuerpos y la escena del delito, pero sin evidencias concretas, el arma, huellas digitales o testigos, ésta decidió fundamentar su caso en la historia del abuso físico de O.J. contra su mujer, Nicole; las pruebas de DNA que atestiguaban rastros de sangre del acusado y las víctimas en la escena del crimen y el auto y la casa de Simpson; el guante ensangrentado encontrado aparentemente en la residencia de Simpson; y la ausencia del acusado por una hora y cuarto, tiempo en el que se podía haber cometido el crimen.

El recurso de la defensa ante el caso de la fiscalía fue de una estrategia simple. Cuestionar la validez de la evidencia a través de tres argumentos. Primero: lo incierto de su validez subrayando la irresponsabilidad con que se manejaron las muestras de sangre que sirvieron para las pruebas de DNA. Segundo: la posibilidad de manipulación de pruebas por parte de la policía de Los Ángeles, que en una desviación racista quería probar un caso importante contra un negro de éxito. Tercero: el "time line" o la imposibilidad de que en el límite de tiempo establecido por la acusación se hubiera podido, no sólo cometer el crimen, sino además limpiar las potenciales pruebas incriminatorias sin dejar rastro alguno.

Después de nueve meses de juicio, la presentación de 1.1'05 pruebas como parte de la evidencia y 45.000 páginas de transcripciones, el veredicto del jurado fue "no culpable" y la lógica legal le da la razón. La defensa fue exitosa en cuestionar el caso de la acusación apuntando a sus debilidades: las muestras de sangre fueron manejadas con irresponsabilidad y el detective a cargo de la investigación, Fuhrman, se encargó de probar por sí mismo su inclinación racista incurriendo además en perjurio. Al haber "duda razonable" el jurado se inclinó por cuestionar a la fiscalía descalificando la noción de culpabilidad pero sin aceptar la de inocencia. En otras palabras, al declarar a O.J. "no culpable" el jurado señalaba que la fiscalía había fracasado en sus esfuerzos y no necesariamente que el crimen hubiera sido cometido o no por el inculpado. La justicia fue ejemplarmente servida: la duda favorece al reo presumiendo en última instancia inocencia.-Lo intenso del juicio, sin embargo, distrajo la atención de lo estrictamente legal apuntando a los elementos emocionales que fueron los que enfrentaron a los orteamericanos.



LA CUESTIÓN RACIAL



Al cerrarse el proceso, los argumentos de la fiscalía apelaron a la naturaleza femenina del jurado apuntando al abuso del que fue víctima Nicole Brown antes de su asesinato, mientras que el de la defensa lo hizo ante la naturaleza racista de la policía de Los Ángeles. El apasionamiento de los líderes en ambas partes y la carga emocional de sus discursos no tuvieron aparente efecto en el veredicto, aunque sí en la audiencia. Durante meses la mayoría de blancos terminaron por convencerse de que Simpson era culpable de haber abusado y por ende matado a una blanca, mientras que los negros veían confirmadas sus sospechas de racismo, señalando que el juicio no era más que un complot contra un "hermano" exitoso.

Al conocerse el veredicto tales prejuicios fueron confirmados con la angustia e indignación de blancos y el júbilo de negros. Por un lado derrota, por el otro victoria y en ninguna parte la noción de equilibrada justicia. En una encuesta nacional, 83% de los negros estuvieron de acuerdo con el veredicto en comparación a 37% de los blancos.

La división fue evidente en debates y discusiones que forzaron un llamado a la calma del presidente Clinton ante un estado generalizado de tensión. El juicio había tocado las fibras de una nación cuyos problemas raciales están lejos de ser resueltos. Ante sectores del gobierno, las universidades y las empresas privadas, cuya actitud "políticamente correcta" era interpretada por ellos mismos como la muestra más evidente de solución del problema racial, se evidenciaba la actitud confrontacional de una minoría segregada y víctima de un abandono y abuso que la han llevado a contemplar a las instituciones del Estado, especialmente a la policía, como el enemigo. Para los primeros el veredicto era la prueba de que el dinero compra cualquier "inocencia", mientras que para los segundos representaba la revancha de aquél que exculpara a los policías (blancos) que golpearon a Rodney King (negro) hace tres años y medio frente a una cámara de televisión.

Las desviaciones son, sin embargo, obvias en ambas posiciones: si bien es cierto que la defensa de Simpson fue millonaria en costos, también es cierto que el esfuerzo de la fiscalía fue más allá de lo convencional. En su búsqueda por notoriedad, esta última dedicó decenas de fiscales y millones en probar lo que no pudo. Y no se puede tomar al sistema judicial como quid pro quo. El hecho de que la policía de Los Ángeles sea racista y que abuse de su autoridad no apunta a la cuestión legal de fondo: la culpabilidad o inocencia de aquellos a quienes persigue, la seguridad de aquellos a quienes debería proteger.

Si algo ha planteado el juicio y el veredicto a Simpson, es la necesidad de reformar la policía, reorientando su deber de hacer cumplir la ley y no forzarla de acuerdo a sus desviaciones raciales, por un lado, y la urgencia de un gasto que disminuya la dependencia del "wealfare" y mejore las condiciones de educación, salud y trabajo de minorías que sirven de cantera de delincuentes, no por cuestiones étnicas sino de simple pobreza. De no ser así, los esfuerzos que empezara Martín Luther King hace más de 30 años, la razón por la que sacrificó su vida y que luego le costaría la suya a Malcom X, podrían fracasar trágicamente en una sociedad cuyas obvias divisiones podrían llevar a un renovado enfrentamiento.