El modesto crecimiento económico de Brasil desde el 2011 obedece en parte a esa escasa tasa de crecimiento de las inversiones, que la presidenta Dilma Rousseff pretende elevar a un 25 por ciento del PIB. | Foto: Afp

Internacional

Inversiones en Brasil, largo camino por delante

Si usted cree estar viendo la luz al final del túnel de la economía brasileña, mire mejor: son apenas las luces de freno de un enorme atasco de camiones.

28 de mayo de 2013

Las inversiones en Brasil crecieron probablemente al ritmo más acelerado en tres años en el primer trimestre de 2013, deberían de mostrar el miércoles datos oficiales. Pero hasta dos tercios de ese aumento obedecería a la construcción de camiones pesados, difícilmente el gasto de capital sostenido que Brasil necesita desesperadamente.

Los nuevos camiones subrayan la gran debilidad de la mayor economía de América Latina: ínfimas inversiones en vías de ferrocarril y canales navegables están obligando a transportar más y más productos a través de las dilapidadas carreteras. Los atascos de camiones aumentaron los tiempos del transporte, creando, en un círculo vicioso que aumenta la demanda de camiones.

El año pasado los brasileños gastaron más en camiones de lo que el Gobierno prevé invertir durante la próxima década en vías de tren, según economistas de Bradesco Asset Management. Los analistas comparan el patrón de inversiones con el gasto en generadores diesel para compensar los problemas de la red eléctrica. "Somos escépticos sobre un rebote realmente fuerte de las inversiones durante el resto del año", dijo Leandro Padulla, de MCM Consultores, que calcula que casi dos tercios del crecimiento del gasto de capital en el último trimestre se concentró en camiones pesados.

El repunte llega después de que nuevos parámetros sobre emisiones barrieron con un 40 por ciento de la producción el año pasado y nuevas reglas de seguridad enlentecieron los viajes de los camioneros. La revitalizada producción de camiones debería ser suficiente para aumentar las inversiones, medidas sobre la base de la formación de capital, desde apenas un 18 por ciento del Producto Interno Bruto en el 2012.

El modesto crecimiento económico de Brasil desde el 2011 obedece en parte a esa escasa tasa de crecimiento de las inversiones, que la presidenta Dilma Rousseff pretende elevar a un 25 por ciento del PIB. Si bien el gasto en consumo ha mantenido la economía en movimiento, la falta de gasto de capital y una serie de cuellos de botella de transporte hacen difícil satisfacer la demanda sin acelerar la inflación.

La buena noticia es que el Gobierno de Rousseff identificó las inversiones en infraestructura que Brasil necesita con más urgencia y está diseñando una agenda para trata de recuperar las décadas perdidas. El año pasado Rousseff anunció concesiones por más de 100.000 millones de dólares en inversiones privadas en carreteras, vías de tren y puertos, un claro quiebre con años de programas públicos ineficientes.

Las privatizaciones despertaron la ira de algunos de sus correligionarios en el izquierdista Partido de los Trabajadores, pero reflejan el reconocimiento del potencial de la iniciativa privada. Las concesiones simbólicas de tres importantes aeropuertos el año pasado, por ejemplo, aceleraron la construcción de nuevas concesiones con miras a la Copa Mundial del 2014. Pero líderes industriales dicen que, al margen de los camiones, no están esperando un pronto auge de gastos en nuevas concesiones de infraestructura en el corto plazo. Ese tipo de inversiones son notoriamente lentas en Brasil, donde complicados procesos de licitación y una densa burocracia pueden retrasar los proyectos durante años. Y los planes de nuevas carreteras y vías de tren han sido particularmente lentos.

Pese a expectativas de que las licitaciones comenzaran en diciembre del 2012, la primera ronda fue retrasada hasta la segunda mitad del año. Los postulantes perdedores podrían congelar los proyectos con apelaciones que pueden retrasarlos un año o incluso más. Una vez que los inversores obtienen la concesión, deben enfrentar un ineficiente proceso de permisos y regulaciones ambientales que permiten a las autoridades locales y fiscales frenar cualquier proyecto.

La expansión de una sinuosa carretera de montaña en el estado de Sao Paulo, llamada la "Carretera de la Muerte", fue por ejemplo reanudada el mes pasado después de una década parada por culpa de las licencias. Y considerando que incluso pesos pesados brasileños como la gigante minera Vale y EBX Group del multimillonario Eike Batista ven importantes inversiones languidecer por culpa de las regulaciones, los inversores extranjeros menos conectados tienen todavía más razones para ser no arriesgarse. "Tenemos varias compañías con proyectos que quieren invertir, pero no lo hacen porque el riesgo regulatorio es muy alto", dijo José Augusto Fernandes, jefe de política de la Confederación Nacional de la Industria.

Hace algunos años, Brasil podría tentar a los inversores a pasar por alto esos riesgos gracias a su crecimiento económico de hasta un 7,5 por ciento en el 2010. Pero desde entonces el crecimiento ha promediado un 1,8 por ciento y las tasas de interés en economías más desarrolladas deberían repuntar en los próximos años desde mínimos históricos, compitiendo por la atención de los inversores extranjeros.

Ajustando los cinturones
Si Brasil realmente quiere aumentar las inversiones conseguirá capital extranjero más que suficiente. Remodelar la economía para un crecimiento basado en las inversiones va a requerir un fuerte aumento de la tasa de ahorro de Brasil, actualmente la más baja de América Latina y de otros grandes mercados emergentes. "Eso va a requerir un cambio radical en el modelo económico de Brasil, que tememos que será más difícil de lograr de lo que muchos esperan", dijo Neil Shearing, jefe de investigación de mercados emergentes de Capital Economics en una nota reciente.

Si Brasil intenta lograr la meta de inversiones de Rousseff sin aumentar los ahorros domésticos, Shearing cree que elevará el déficit de cuenta corriente a casi un 10 por ciento del PIB, dejando al país vulnerable ante una crisis cambiaria. Y si el dinero para financiar las inversiones en infraestructura saldrá de los bolsillos de los brasileños, alguien tendrá que convencer a la joven y dinámica población a no comprar su primer automóvil y ahorrar.

La aproximación más eficaz sería reducir el generoso sistema de pensiones de Brasil, según Shearing y otros economistas, ofreciendo más incentivos para ahorrar para la jubilación. Y a juzgar por la polémica en torno a pequeños cambios en el sistema de pensiones el año pasado, ese tipo de reformas serían muy impopulares y poco probables en el corto plazo. "Debido a la resistencia política a los recientes cambios, no nos hacemos ilusiones. En especial con las elecciones a fines de 2014", dijo Shearing.


Reuters/D.com