En busca del equilibrio en Japón

La economía japonesa no para de encogerse. El gobierno debe dejar de estimular la demanda y comenzar a pensar en la oferta.

14 de diciembre de 1998

Domingo Cavallo



Los problemas económicos de Japón son tan grandes, complejos y persistentes que necesitan una solución integral que ataque tanto del lado de la demanda como el de la oferta. Hasta ahora, el gobierno ha enfatizado el primero, debido a que cree que una débil demanda es la causante de su decadencia. Pero debería buscar un equilibrio con más políticas del lado de la oferta. Esto, más un limitado estímulo del lado de la demanda, podrá por fin sacar del fango a la extenuada economía japonesa.



Desde cuando las tasas de crecimiento de Japón comenzaron a disminuir a comienzos de esta década, Tokio ha utilizado estímulos fiscales y monetarios para revivir su economía. Sus numerosos paquetes fiscales ­que ya suman US$800.000 millones, equivalentes a 17% del PBI, incluyendo el más reciente­ no han logrado su objetivo, tanto que a pesar de estos estímulos hoy en día la economía está achicándose a una tasa anual mayor al 3%.



Hay varias razones que explican este fracaso. En primer lugar, las reducciones impositivas han sido muy acotadas y percibidas como transitorias, lo cual impulsó a la gente a ahorrar más en vez de gastar. En segundo lugar, los despilfarros en gasto público no contribuyeron significativamente a estimular la demanda y tan sólo deterioraron seriamente la situación fiscal. De hecho, los ciudadanos ahorran más hoy al ver el creciente déficit fiscal, más aún cuando incluyen el valor presente de los gastos futuros en seguridad social.



Para estimular el gasto privado, el gobierno está experimentando con un esquema de distribución de "vouchers" (papeles que dan derecho a los ciudadanos a reclamar un subsidio) con fecha de vencimiento. Pero ni siquiera esto funciona. En una municipalidad ya han probado "vouchers" pero sólo provocaron aumentos del ahorro, ya que los consumidores ahorraron lo que habrían gastado si no hubiesen tenido el "voucher".



Se han sugerido otras políticas de demanda alternativas, como expandir sistemáticamente la oferta monetaria, a tal punto de generar inflación. La idea subyacente es erosionar el poder adquisitivo del dinero para inducir a los tenedores de yenes a que los gasten antes de que se desvaloricen en sus manos. A su vez, esperan que una mayor inflación permita tener tasas de interés reales negativas.



Pero el remedio sería peor que la enfermedad, ya que la inflación no haría más que dañar el crecimiento económico. Más aún, con inflación sostenida, las tasas reales de interés no caerán, ya que los mercados financieros ajustarán las tasas de interés nominales descontando los aumentos de precios esperados.



Por el lado de la oferta, más allá de las políticas de desregulación típicamente propuestas y muy necesarias, hay ciertas medidas concretas que son imprescindibles para lograr una verdadera recuperación de Japón. Estas medidas tienen que ver con la supervisión del sistema financiero por parte del gobierno. Desde que se pinchó la "burbuja" hacia fines de los 80, el sistema financiero japonés ha sufrido una permanente tensión. Décadas de sobrerregulación financiera y alta propensión al ahorro produjeron una abundancia de capital, lo que abarató el crédito y estimuló la formación de una montaña de malos préstamos.



Ahora, los bancos están en problemas. Si sólo hubiera algunas manzanas podridas, sería mejor tirarlas, es decir, dejar que caigan algunos bancos. Pero el sistema financiero entero está degradado. La inacción por parte del gobierno demanda acciones drásticas en un nivel sistémico, y no ya sólo con respecto a los bancos sino con sus deudores corporativos.



El problema con el sistema financiero de Japón no es su falta de capital o fondos prestables. La mayor dificultad es que las compañías no son solventes, o merecedoras de créditos. Tienen unas deudas enormes y no son capaces de reestructurar sus pasivos de manera tal que se vuelvan focos atractivos para el otorgamiento de préstamos.



Pero no se pueden reestructurar sin comprar y vender activos. Ello requeriría un mercado de fusiones y adquisiciones, pero hasta ahora han tenido lugar muchas menos operaciones de fusiones y adquisiciones en Japón que en cualquier otra economía desarrollada. El gobierno debería facilitar el desarrollo de un mercado de control corporativo e inducir la solución a gran escala para el agobiante problema de las deudas de estas compañías. Nuevos mecanismos, como una efectiva ley de quiebras, deberían ser diseñados para facilitar la transferencia de activos.



Una vez que los bancos comiencen a funcionar apropiadamente, un sistema de supervisión bancaria completamente renovado debería ponerse en práctiva. Pero eso es para el futuro. Hoy por hoy, no habrá recuperación si los bancos japoneses no consiguen el capital suficiente y las compañías no se reestructuran radicalmente. Para un cambio tan importante, tanto los bancos como los acreedores y los burócratas tienen un importantísimo papel que cumplir.