El viraje de un coloso

PDVSA lidera la apertura del sector de hidrocarburos en Venezuela. Se dispara la inversión extranjera.

1 de noviembre de 1997

Seducidos por la magia del oro negro y el atractivo de 1,2 billones de barriles de petróleo, las compañías más importantes del mundo han puesto sus ojos en la Faja del Orinoco.

Esta zona, del centro oriente de Venezuela, casi se ha convertido en el símbolo de la nueva bonanza petrolera venezolana.



Todos compiten por ella y nadie quiere quedarse por fuera de la repartición de bienes.



En el fondo, lo que representan estos campos ubicados sobre la cuenca del río Orinoco es la más agresiva campaña hecha por empresa petrolera alguna en Latinoamérica.



Petróleos de Venezuela S.A., PDVSA, el gestor de todo, cosecha hoy los frutos de una política que, a pesar de una fuerte oposición inicial, abrió el sector petrolero venezolano a la inversión extranjera, le ha hecho poco caso a las cuotas de la Opep y ha convertido a ese país, otra vez, en la alternativa energética del hemisferio occidental.



Las cifras son elocuentes. Hoy, Estados Unidos, el mayor mercado del mundo, le compra a Venezuela el 18% de todo su petróleo, el mismo porcentaje que le venden los países del Medio Oriente. Atrás quedó Arabia Saudita cuando en el 96 Venezuela lo despojó de su título de mayor exportador a territorio estadounidense.



No sólo eso, las acciones radicales de la empresa, liderada por Luis Giusti, para convertirse en el primer proveedor de petróleo crudo y gasolina en el continente, han generado una reacción en cadena en sus similares de la región.



Brasil expidió en agosto una ley que abre el sector petrolero a la inversión extranjera. Colombia, Perú y Ecuador reglamentaron sus políticas petroleras para mejorar las condiciones de exploración y explotación de empresas internacionales, y Argentina y Canadá están en acelerado proceso para aumentar su producción. Nadie se quiere quedar atrás.



El más contento, además de Venezuela, es Estados Unidos, pues ve en este reajuste continental, una tendencia hacia la autosuficiencia petrolera en el área, lo que lo haría menos dependiente de una zona tan volátil como el Medio Oriente.



Para Venezuela, es la gran oportunidad de consolidar su dominio continental y aprovechar el renovado interés internacional en sus tesoros.



Todos quieren torta



No por nada las multinacionales pelean una parte del ponqué. Este país es uno de los cuatro mayores productores mundiales de petróleo, con 3,2 millones de barriles diarios, 300 campos activos y 50.000 kilómetros de oleoductos. Además, posee las reservas de crudo más grandes del planeta, después de Medio Oriente, estimadas en 72,6 mil millones de barriles. El ingrediente adicional que inclina la balanza por los venezolanos es su estabilidad política y la ausencia de guerrillas.



Estas condiciones, aunadas al bajo riesgo de la inversión y a una atractiva participación en la ganancia, ratifican a Venezuela como el mercado petrolero más apetecido del mundo por estos días.

Para la Faja del Orinoco, por ejemplo, PDVSA ya firmó cuatro convenios de producción y refinación por US$13.000 millones con las estadounidenses Conoco, Mobil, Atlantic Richfield y la francesa Total, después de una feroz subasta de contratos.



Uno de los factores que inclinaron la balanza es que esas empresas poseen la tecnología necesaria para aumentar el valor del petróleo, que en esa zona del Orinoco es muy pesado y por ende, de menor calidad, lo que hace más difícil su refinación.



Así mismo, se puso en marcha el proceso de reactivación de los pozos marginales, es decir, aquellos que PDVSA explotó durante años pero que aún tienen reservas de petróleo. La ventaja de explotar un campo marginal es que el pozo ya está construido y que hay un alto porcentaje de probabilidades de que haya más petróleo.



El inconveniente es que para explotar esos campos es necesario inyectarles agua o gas para que el petróleo que no se pudo extraer en la primera etapa de exploración se pueda sacar. Esto tiene un costo extra pero se compensa con la explotación inmediata del pozo, es decir, la inversión en exploración es mínima. Pero hay una regla del juego: si en tres años alguno de los campos marginales adjudicados no produce petróleo, PDVSA puede cancelar el contrato sin pagar ningún tipo de remuneración.



A pesar de que éste es el riesgo de los pozos marginales, se mantiene como uno de los atractivos de la nueva y visionaria etapa aperturista de la industria petrolera venezolana, que encabeza Petróleos de Venezuela S.A.



El revolcón de Giusti



Para darse una idea de la dimensión de Pdvsa basta decir que está entre las 100 empresas más grandes del mundo y es novena en ganancias con US$4.495 millones. Además, es la refinadora más importante del planeta con más de 3 millones de barriles diarios y tiene refinerías en el Caribe, Estados Unidos y Europa.



La compañía enfrenta una reorganización administrativa, de la mano de su presidente Luis Giusti, que pretende fortalecerla para afrontar el manejo de los nuevos convenios operativos para la reactivación de campos de producción, las asociaciones estratégicas para producir en el Orinoco y las asociaciones para gas natural.



Más de 20 años pasaron para que este revolcón petrolero tuviera lugar. Después de dominar a sus anchas toda la producción, debido a la nacionalización del sector y a un impuesto impagable del 96% a los inversionistas foráneos, la compañía estatal petrolera adoptó un giro radical desde 1994.



En ese año, Giusti llegó a la presidencia decidido a cumplir la meta de revivir el sector.



Ya en 1989, había escrito, en un informe secreto encomendado por el entonces ministro de petróleos, que las reservas petroleras del país se estaban consumiendo tres veces más rápido que el promedio mundial. Sus recomendaciones eran entonces: iniciar una campaña masiva de exploración y producción que incluyera la financiación de las empresas extranjeras, y elevar las exportaciones a Estados Unidos.

Cinco años tuvo que esperar para iniciar su cometido. Pero en vista de los resultados obtenidos hasta ahora, se lo puede considerar como el gestor de la apertura petrolera en Venezuela.



Ya no hay reversa



En este proceso, el apoyo gubernamental y legislativo ha sido decisivo.



Hasta ahora, el Congreso ha aprobado varias asociaciones estratégicas con compañías extranjeras para invertir US$15.000 millones en el sector petrolero. Entre ellas, se encuentran las tres 'joint venture' para crudo pesado en el Orinoco, región en la que, además de Conoco, Mobil y Total, están las venezolanas Maraven y Lagoven, subsidiarias de PDVSA, que esperan tener una rentabilidad de más de US$100.000 millones en los próximos 35 años.



En 1996, se aprobaron también ocho acuerdos de asociación para explorar los diez bloques de reservas de crudo del país. Estos contratos los rige la norma de "Participación del Estado en las Ganacias" y tiene impuestos que van del 0 al 50%, dependiendo de cuánta participación le dé cada petrolera al gobierno en las ganancias.



Para esta oferta se presentaron 51 compañías de 15 países y de los diez bloques ofertados se recibieron propuestas para ocho, y cinco de ellos fueron gravados con el máximo porcentaje, 50%, y los restantes con el 41%, 40% y 29%. Es decir, todo un éxito para PDVSA, y desde luego, para el gobierno venezolano, que recibió, sólo por bonos de oferta, US$245 millones.



Así, los tres bloques más atractivos fueron adjudicados a los consorcios Mobil-Veba-Nippon, British Petroleum-Amoco-Maxus y Amoco, esta última ganó el bloque de Punta Pescador, al nororiente del país. Otros triunfadores fueron Conoco (con participación en dos bloques), Elf Aquitaine, Enron, Pérez Company y LL&E.



En forma sorpresiva, las compañías que antes de la nacionalización dominaban el mercado, como Exxon, Shell y Chevron, no están entre los ofertantes favorecidos, aunque sí mantienen 'joint venture' con PDVSA en asuntos distintos a la exploración.



Los temores de la apertura



Y aun si las cosas marchan viento en popa, varios temores rondan entre los expertos, no sólo de Venezuela sino de Latinoamérica y el mundo en torno a la agresiva campaña de PDVSA.



Uno de ellos es que pueda bajar el precio del petróleo si, como se ha previsto, aumenta rápidamente la producción, perjudicando directamente a pequeños productores como Colombia.



Las dudas giran también en torno al futuro de la Opep, pues Venezuela, uno de los fundadores, no ha hecho sino incumplir las cuotas de producción (que son de 2,4 millones de barriles; Venezuela produce 3,2 millones) y ya en algunos sectores se habla de que técnicamente está fuera de esa organización. Algo que, a pesar de las negativas venezolanas, podría provocar un caos en el mercado mundial.



Así mismo, en el vecino país, se teme que la economía venezolana se petrolice otra vez y que con el tiempo pueda ocurrir otra gran crisis, como en años pasados, y la caída sea demasiado fuerte.



De ahí que los expertos vean con cautela el proceso, pues no olvidan que el ingreso per cápita en Venezuela bajó de US$2.000 en 1981 a 200 en 1988 debido a la crisis económica que azotó a ese país.



"Este es el riesgo de pasar de una estructura rentista petrolera a una capitalista petrolera", dice el investigador Andrés J. Rojas de la Universidad de los Andes en Mérida.



La estructura rentista es una economía sostenida en una renta internacional obtenida mediante la propiedad que ostenta el Estado del subsuelo petrolero.



"En la etapa capitalista que se vive hoy, la renta disminuye por el agotamiento de los pozos y la caída de los precios", explica Rojas, al aludir a los riesgos del actual proceso.



A pesar de todo, el "gran viraje", como se conoce este proceso aperturista, ha empezado a dar sus frutos de la mano de Giusti y PDVSA, y la conducción correcta de ellos depende de la adecuada dirección que el gobierno venezolano le dé a esta nueva etapa, pues tendrá que combatir la corrupción y la exclusión social que heredan del pasado rentista de su industria petrolera.