En febrero los activos del sistema financiero, incluyendo los fondos administrados por las entidades vigiladas, alcanzaron los $654,39 billones.

Crisis bancaria aún puede empeorar

Si las medidas no funcionan, puede repetirse que el mercado se vino abajo, se paralizaron los mercados crediticios y hubo una ola de despidos.

13 de febrero de 2009

En la actualidad, uno puede usar una tarjeta bancaria en tiendas de alimentos, farmacias, gasolineras, ferreterías, la oficina e incluso el estadio. Puede revisar su estado de cuenta en un iPhone o enviar un mensaje de texto a su banco y esperar una respuesta.

Los bancos dejaron de ser una operación sencilla en la que el cliente lidiaba con un empleado detrás de un mostrador y se transformaron en una sorprendente red mundial que ofrece todo tipo de servicios.

Esa red necesita ahora la ayuda del gobierno para sobrevivir.

Se espera que el gobierno anuncie el rescate de préstamos problemáticos, cubra otras pérdidas e incluso aporte más capital.

Ninguna de las soluciones es atractiva ni se sabe si van a funcionar. Nunca había sucedido nada parecido con la industria bancaria.

Si las medidas no funcionan, puede repetirse lo que sucedió cuando de derrumbó Lehman Brothers hace poco: el mercado se vino abajo, se paralizaron los mercados crediticios y hubo una ola de despidos.

"Los bancos están en una situación terrible", comentó Robert Reich, quien fue secretario del Trabajo bajo la presidencia de Bill Clinton. "Se les ha caído la estantería. En casi todos los sectores de los mercados crediticios hay gente que no puede pagar sus préstamos. Eso quiere decir que los bancos son insolventes".

"Si uno de los bancos grandes de derrumba, las repercusiones serían infinitas", añadió.

¿Cómo se llegó a este estado de cosas? ¿Cómo se sale de él?

Washington y Wall Street se acusan mutuamente, pero los expertos coinciden en que todo esto es consecuencia de una combinación de factores, incluidas políticas económicas malas y supervisión deficiente, que contribuyeron a que prestamistas, prestatarios e inversionistas corriesen riesgos enormes.

La codicia y la irresponsabilidad pudieron más que el temor y la razón, y dejaron a los bancos al borde del precipicio.

Para comprender lo que pasó, hay que recordar la época en que uno entraba al banco de su barrio y hablaba con un empleado que sabía su nombre y anotaba en un papel lo que sucedía con su hipoteca.

El manejo de los bancos era mucho más sencillo y sensato: Si uno no ganaba lo suficiente, no conseguía un préstamo.

En la década de 1980, tasas de interés bajas y prácticas muy flexibles abrieron las puertas para que todo el mundo consiguiese crédito. El gobierno estadounidense promovió las bondades de ser propietario de su propia vivienda. De repente, el mercado de la vivienda floreció.

Los bancos y las instituciones de ahorro y préstamo comenzaron a ofrecer hipotecas a 30 años con condiciones muy favorables. Hacia 1980, a los bancos se les debía 1,5 billones de dólares en hipotecas, más del doble que en 1976.

Mucha gente contrajo compromisos que después no pudo cumplir y se produjo una crisis que requirió la intervención del gobierno, pero muchos no aprendieron la lección.

Algunos de los elementos que desataron esa crisis están presentes nuevamente: créditos baratos, prácticas cuestionables y poca supervisión. Hay también un par de factores nuevos: El alcance global de la industria bancaria y la conversión de la deuda en valores que los inversionistas pueden comprar y vender.

Las cosas no se acaban ahí. En una década, Citigroup, Bank of America y JPMorgan Chase, otrora los principales bancos de cuentas corrientes gratis, pasaron a ser conglomerados internacionales que compran y venden acciones y administran bienes a cambio de comisiones.

El modelo de "banco universal", que se afianzó a fines de la década de 1990, le cambió la cara a las finanzas mundiales y acercó a Wall Street con la gente común como nunca antes.

La presencia de los bancos se multiplicó a niveles insospechados. Entre 1995 y 2008, las sucursales bancarias en Estados Unidos aumentaron de 81.000 a 99.000 y en los últimos 10 años la cantidad de cajeros automáticos se duplicó, de 187.000 a 406.000.

Los bancos atrajeron personas que compraron viviendas por primera vez, convencidas de que los precios seguirían subiendo. Se les dio condiciones atractivas y no se exigió mucho. Incluso quienes no tuviesen historial bancario o tuviesen antecedentes malos pudieron sacar hipotecas.

En lugar de conservar esos préstamos, sin embargo, los convirtieron en valores y los vendieron a inversionistas de todo el mundo.

En un abrir y cerrar de ojos, una hipoteca de una casa en California o la Florida pudo ser vendida a un fondo de alto riesgo en Londres o Singapur.

En el pasado, el crédito dependía de la capacidad de alguien de reponer el dinero, "pero ahora depende de la capacidad del prestamista de convertirlo en una acción y de venderlo", expresó Barry Ritholz, analista financiero y autor. "Esto es algo único en la historia de las finanzas".

Los riesgos son grandes, pero también los dividendos. Usando grandes sumas de dinero prestado, Goldman Sachs, Morgan Stanley y otros bancos de inversiones compraron y vendieron acciones respaldadas por hipotecas y otros complejos productos financieros, sacando ganancias astronómicas que ayudaron a pagar las enormes compensaciones recibidas por sus ejecutivos.

En 2006, Goldman Sachs tuvo 9.400 millones de dólares en ganancias, las más altas en la historia de Wall Street. Su director ejecutivo Lloyd Blankfein se embolsó 53,4 millones de dólares.

No obstante, cuando el mercado de la vivienda comenzó a caer en 2006, los préstamos de alto riesgo _a personas con pocos o malos antecedentes bancarios_ fueron los primeros en sucumbir. Eso causó pérdidas cuantiosas y la quiebra de algunas instituciones.

Luego, a comienzos de 2008, empezó a tambalearse Bear Stearns, el venerable banco de inversiones de 85 años.

El banco sufrió grandes pérdidas relacionadas con acciones de hipotecas de alto riesgo. El precio de sus acciones se desplomó y los inversionistas salieron corriendo, llevándose su dinero. Al final, Bear Stearns fue comprado por JPMorgan a 10 dólares la acción, en una venta orquestada por el gobierno.

Seis meses después le tocó el turno a Lehman Brothers, un banco de inversiones con una historia de 158 años. Esta vez, el gobierno decidió no intervenir.

La de Lehman fue la quiebra más grande en la historia de Estados Unidos. De inmediato, bancos de todo el mundo, presas del pánico, dejaron de conceder préstamos, parte vital de la economía.

De un momento a otro, dos gigantes de las finanzas mundiales habían desaparecido.

Para empeorar las cosas, la bolsa de valores se desplomó. El promedio Dow Jones perdió 2.400 puntos en un lapso de ocho días en octubre. Hacia fines de noviembre, los fondos de jubilación habían perdido casi la mitad de su valor.

En enero, el gobierno intervino seis bancos en quiebra. El año pasado, hizo lo mismo con otros 25. Hasta ahora, la mayoría de los bancos que desaparecieron eran pequeños, pero ¿qué pasaría si se desmorona uno grande?

"Causaría el desplome total del sistema financiero estadounidense", dijo Andreas Hauskrecht, profesor adjunto de economía de la Universidad de Indiana.

Si los bancos dejan de prestar dinero ante la incertidumbre de los tiempos que se viven, sería catastrófico para la economía.

"El costo sería enorme y no creo que el gobierno de Obama tenga el estómago para permitirlo", opinó Robert G. Hansen, decano de la Facultad de Economía Tuck de la universidad Dartmouth College.

Nadie espera que en Estados Unidos suceda lo que pasó en Islandia, donde el desplome del sistema bancario motivó la caída del gobierno.

Es previsible que se repita una situación similar a la vivida por Japón en la década de 1990, cuando el gobierno intervino y hubo un período prolongado de anemia económica y desempleo alto.

El gobierno de Obama intentará evitar un período largo de desaceleración económica, pero habrá que ver si encuentra los remedios adecuados.

Se habla mucho de un banco estatal que absorbería los préstamos problemáticos, quitándole de encima ese peso a los bancos y facilitando su funcionamiento normal, pero eso no es tan sencillo de hacer.

Para empezar, nadie sabe cuál es el valor de estos bienes.

Si paga demasiado poco por ellos, los bancos podrían verse obligados a reportar grandes pérdidas en sus balances, con consecuencias nefastas. Si paga más de la cuenta, el que podría salir perdiendo es el contribuyente.

 

AP