Buena información, malos consejos

El FMI trata de hacer demasiado. Debería limitarse a auditar el manejo económico en los países, en lugar de pretender dictarles las políticas que deben seguir.

Domingo Cavallo
13 de abril de 1998

Mi experiencia en el manejo de la crisis en Argentina me ha convencido de que el mandato del Fondo Monetario Internacional debe ser completamente revaluado.



El papel más relevante del FMI no es diseñar programas económicos nacionales ni tampoco proveer fondos para darles soporte financiero. Sus funciones más importantes son auditar los programas económicos desarrollados e implementados por gobiernos capaces y darles la luz verde que les ayudará a obtener fondos públicos y privados.



El liderazgo inteligente no se puede imponer a un país desde afuera. En todos los casos exitosos de manejo de crisis, la calidad del liderazgo local ha sido el factor decisivo. Si éste no existe, el FMI debería mantenerse al margen, en vez de tratar de forzar a un gobierno a implementar un programa en el cual no cree.



El valor del FMI como auditor se hizo claro para mí después de que fui nombrado ministro de Economía de Argentina en enero de 1991. La hiperinflación estaba destruyendo al país. Teníamos muy pocas cifras confiables para guiarnos. No había un sistema efectivo de control del presupuesto. Nadie conocía el nivel del gasto público, la magnitud del déficit fiscal, sus fuentes de financiamiento o ­siquiera­ el monto de la deuda del gobierno.



La única información confiable era la que el staff del FMI había recogido en nuestras oficinas gubernamentales. Y esta información fue de inmenso valor para mi equipo.



En marzo de 1991 empezamos a redactar el Plan de Convertibilidad, diseñado sin contar con el entusiasmo o el apoyo del FMI ­y, de hecho, con alguna oposición de su parte­. Nuestro plan incluía la eliminación de diversos impuestos distorsionantes, como el gravamen a las exportaciones agrícolas. Aunque el FMI se opuso, nosotros de todas formas lo eliminamos. Las rentas públicas se incrementaron y dos meses más tarde el staff del FMI recomendó la aprobación de un crédito standby para Argentina.



En ese momento pudimos apreciar el valor del sello de aprobación del FMI. La aprobación del crédito era la señal que los bancos estaban esperando para comenzar a reestructurar nuestra deuda externa. La luz verde del FMI como auditor fue mucho más útil para nosotros que la suma de dinero ­relativamente pequeña­ que nos dio. Fue Japón, y no el FMI, el que suministró el grueso de los fondos públicos.



El Fondo siguió proponiendo alzas en los impuestos, algo que parece recomendar para todas las crisis.



En 1995 la economía argentina tuvo que soportar el impacto de la crisis de México. De nuevo, la información suministrada por el FMI fue crucial para convencer a los banqueros privados de reabrir las líneas de crédito para Argentina.



Sin embargo, si bien la información del FMI era buena, sus consejos no lo eran tanto. Desafortunadamente, el Fondo continuó propoponiendo incrementos en los impuestos. En 1995, debido a la gravedad de nuestra situación, dedidimos ceder e incrementamos algunos gravámenes, incluyendo el impuesto sobre la nómina.



En realidad, no deberíamos haber cedido. Gracias al Plan de Convertibilidad, Argentina había establecido una fuerte credibilidad en los mercados de capitales. Habríamos podido implementar el paquete financiero sin dinero del FMI. Aun así, los banqueros sentían que era importante que el FMI hiciera una contribución monetaria, como sello de aprobación. De esta forma, subimos los impuestos para complacer al Fondo. Pocos meses más tarde, en enero de 1996 y con las estadísticas de empleo en la mano, corregimos el error. Esta vez el FMI no hizo ninguna objeción.



Cualquier financiamiento que pueda ofrecer el FMI hoy es insignificante, comparado con las dimensiones de las crisis que afectan la economía global. Si tanto el FMI como los banqueros privados reconocieran esta realidad, se fortalecería el papel del Fondo como auditor. Eso, a su vez, permitiría al Fondo dejar de buscar incrementos de capital en países cuyas legislaturas pueden estar reticentes a proveerlos.



No estoy justificando la oposición del Congreso de Estados Unidos a la petición de la administración Clinton de US$18 mil millones en dinero fresco para el FMI. Espero que el Congreso apruebe este pedido, simplemente para asegurar al resto del mundo que Estados Unidos no está abandonando su papel de liderazgo en la economía global.



Una vez aclarado esto, también creo firmemente que en las crisis futuras el FMI debería jugar un papel más constructivo. El Fondo está en posición de actuar como árbitro de la macroeconomía mundial. Pero no debería tratar de ser un supergobierno mundial.