El pensamiento crítico es una de las principales competencias por desarrollar de cara al futuro laboral y éxito profesional. | Foto: iStock

EDUCACIÓN

Enseñar a pensar_

Aprender para ser una sociedad más educada. Para estar capacitados a la hora de tomar decisiones. Para utilizar el conocimiento a favor de una mejor calidad de vida. Pero, ¿para qué aprendemos realmente?

21 de febrero de 2019

Muy a menudo se dice que invertir en educación es clave para mejorar la sociedad y cambiar al mundo. Pero es importante destacar que la educación como herramienta de cambio solo alcanza su poder transformador cuando está orientada a cultivar personas excelentes, capaces de pensar críticamente y desplegar su autonomía moral. Es decir, seres humanos sensibles y responsables de ellos mismos, de otros y del medioambiente; personas capaces de convivir éticamente y de trabajar en equipo.

Entender para qué aprendemos requiere, entre otras cosas, considerar qué tipo de ciudadanos quisiéramos tener en el futuro, pues el mundo para el que se hizo el actual sistema educativo es muy diferente al de hoy. “Las escuelas fueron creadas para un mundo rico en experiencia y pobre en información. Ahora tenemos un mundo rico en información y pobre en experiencia”, decía James Coleman en 1967. Y, aún hoy, seguimos replicando el mismo modelo. Entonces, ¿estamos enseñando a pensar críticamente?

El pensamiento crítico es considerado en la actualidad como una de las principales competencias que debe desarrollar el ser humano de cara a su futuro laboral y éxito profesional. Se incluye dentro de las llamadas habilidades blandas. A diferencia de las duras, como las matemáticas y, en general, todo conocimiento adquirido durante la educación formal, se identifican con la puesta en práctica de aptitudes, conocimientos y valores adquiridos, como el liderazgo o la capacidad de emprendimiento.

Formación

Por esto la gran mayoría de universidades no solo del país sino del mundo intenta preparar a los jóvenes para pensar críticamente. Para Martiza Rondón, rectora de la Universidad Cooperativa de Colombia, pensar críticamente tiene que ver con saber filtrar la información que se recibe, con juzgarla y discernirla para saber qué aceptar y qué desechar. “El pensamiento crítico implica ir más allá, trascender lo inmediato, evitar el peligro de quedarse con lo que aparentemente es evidente”. Por otra parte, según la Fundación del Pensamiento Crítico, es necesario desarrollar tres aspectos: la toma de decisiones para resolver problemas; el ejercicio de análisis, argumentación e inferencia, y la capacidad de clasificar la información.

Sin embargo, el estudio que realizó el profesor Richard Arum en su libro “A la deriva académicamente: Aprendizaje limitado en las universidades", que fue publicado por la Universidad de Chicago, demostró que 45% de los estudiantes no reportan una mejoría significativa en habilidades como pensamiento crítico, el razonamiento complejo y escritura, durante sus dos primeros años de universidad, mientras que 36% de los estudiantes no demuestran ninguna mejora significativa en aprendizaje en los cuatro a cinco años de educación superior.

Para Maritza Rondón esto se debe a que las maneras tradicionales de enseñanza no responden a las necesidades contemporáneas de aprendizaje. “Cambiar lo que se enseña y cómo se enseña es la única manera de generar verdaderos cambios en la educación que el mundo requiere y demanda. Y para ello, lo primero que se debe cambiar es la manera de evaluar. La única posibilidad de cambiar la enseñanza es cambiando la evaluación. Si queremos desarrollar competencias, debemos enseñar competencias; y para lograrlo hay que estructurar evaluaciones de competencias. De nada sirve plantearse competencias si la evaluación sigue siendo la misma que usamos para evaluar contenidos. Finalmente, los alumnos aprenderán lo que se les evalúa, no lo que se escriba en los programas o syllabus de las asignaturas”, puntualiza.

El rol docente

Es importante para los educadores entender que el rol que juegan para desarrollar el pensamiento crítico es diferente del que normalmente mantienen. Con el fin de motivar a los estudiantes a pensar críticamente, los educadores necesitan actuar como “facilitadores” permitiendo las discusiones, animando y estimulando el pensamiento libre.

Entonces, ¿de qué manera enseñar a pensar? Los expertos en la corriente del pensamiento crítico dicen que, primero, los estudiantes deben conocer los conceptos básicos de la argumentación.

Es decir, qué constituye una premisa, un argumento, una generalización, la deducción, la inducción, un argumento válido, etc. Pero, además, el pensamiento crítico no es solo una competencia que se puede ejercer en cualquier situación de la vida. Es más bien un set de conocimientos que incluye los conceptos argumentativos y el contexto particular de cada área del saber.

Conocer el contexto

Evidentemente, la teoría de la argumentación por sí sola no es suficiente. “El conocimiento del contexto en un área particular es una precondición para que se dé el pensamiento crítico. Una persona no puede analizar un compuesto químico si no entiende de química, y sin entender ciertos eventos históricos no puede evaluar las diferentes teorías sobre las causas de la Primera Guerra Mundial”, señala Sharon Bailin en “Common misconceptions of critical thinking”.

Un ejemplo clave es la enseñanza de la alfabetización mediática, como un componente clave del pensamiento crítico en los asuntos ciudadanos. Se trata de instruir en las competencias para acceder, analizar, evaluar y crear contenidos mediáticos, desde Twitter hasta los medios tradicionales de comunicación, según la define el Media Literacy Project.

Naturalmente, eso implica mucho más que saber acceder, leer y hacer publicaciones; la alfabetización mediática incluye la capacidad de deconstruir desde qué perspectiva ideológica un medio construye sus relatos o qué elementos culturales se esconden detrás de una publicidad, por ejemplo.

Por otro lado, la formación de ciudadanos críticos requiere de la educación en asuntos de lo público desde temprana edad. En este sentido, la lectura de noticias en clase tiene la doble intención de entender el trasfondo de la producción mediática, así como estar al tanto de la realidad política nacional.

Y los resultados son prometedores: según un estudio de 2018 de la Asociación Nacional por la Alfabetización Mediática en la Educación de Estados Unidos, los estudiantes que reciben este tipo de formación muestran un mayor conocimiento de la actualidad y una mayor voluntad de participar en procesos políticos.

“El pensamiento crítico sirve para descubrir lo que muchas veces está encubierto, ya sea en otros -como en los medios de comunicación-, o para cuestionarse a sí mismo y darse cuenta del ‘cuento’ que uno mismo se está echando. Cuando yo tengo esa capacidad para cuestionar, puedo identificar aquello que puede mejorar y en lo que puedo contribuir”, dice Enrique Chaux, doctor en Desarrollo Humano y Educación de la Universidad de Harvard y docente investigador de la Universidad de los Andes.

Llevarlo a la práctica

El problema es que el sistema educativo tradicional ofrece a los niños muy pocas oportunidades de decidir sobre situaciones reales de su propia vida. Por eso, el pensamiento crítico requiere de pedagogías modernas. Una forma habitual de aplicarlo ha sido mediante el Aprendizaje Basado en Problemas o Aprendizaje Basado en Proyectos, donde los estudiantes tienen que enfrentarse a qué saben, qué no saben y de qué maneras pueden resolver un problema. Permitirles tomar mayor control de su proceso educativo, con el direccionamiento adecuado, actúa en pro de su desarrollo crítico.

En este sentido, para formar sujetos con criterio hay que llevar el pensamiento abstracto a la práctica. Un ambiente donde los estudiantes tomen decisiones de su vida o de la vida pública, como las que se van a encontrar fuera del salón de clases es propicio para que desarrollen competencias de pensamiento en contexto, y tengan una formación mucho más integral para el resto de sus vidas.

Aulas para el pensamiento

Los espacios universitarios han venido atravesando una transformación para suplir las necesidades de cada asignatura y sus estudiantes, con el fin de generar mejores espacios de trabajo que promuevan la innovación, la creatividad y el sentido crítico.

Sala Google: este concepto defiende la idea de usar colores, texturas e iluminación para potenciar la creatividad y las diferentes formas de trabajo, ya sea de modo individual o colaborativo.

Mesas en U: es una distribución que ayuda a que todos los estudiantes tengan contacto visual con sus compañeros y sigan el hilo de una conversación o debate. Es una organización del aula muy útil para hacer lecturas, compartir ideas y promover la participación de todos.

Espacios maker: Se trata de concebir el aula como un laboratorio o taller donde la idea es que los estudiantes se muevan libremente y tengan diferentes espacios para realizar sus tareas. Universidades como la Javeriana cuentan con una amplia red de laboratorios dedicados a realizar investigación y desarrollo del más alto nivel en las áreas de interés del programa y los estudiantes. “Estamos preparando a los estudiantes para los retos que deben enfrentar en el mundo laboral, debido a la manera constante en que cambian las empresas, deben abordar los problemas de manera ética, deben estar preparados para servirle a la comunidad y los futuros egresados deben estar preparados para responder de manera crítica y efectiva a los retos, no solo grandes sino también pequeños”, afirma Natalia Baracaldo, directora de carrera Contaduría Pública de la Universidad Javeriana..